Las encuestas realizadas en cárceles mexicanas y los testimonios de las personas que han estado privadas de la libertad, dan cuenta que ingresar a un centro penitenciario es una experiencia que conlleva una serie de dificultades.

Jessica lo vivió en carne propia. Recuerda que todo comenzó cuando se enamoró del papá de su hijo. Pasaría poco tiempo para que “el amor” se convirtiera en violencia y en algo que ella describe como tormentoso. “Permitía todo de él. Me hacía sentir menos. Toleraba que se drogara, que robara, todo para que no se enojara”.

Cuenta que la tranquilidad llegó con el nacimiento de su hijo. Decidió alejarse un tiempo de su ex pareja hasta que, seis meses después, decidió volver a salir con él. Subieron a un taxi y, sin esperarlo, él empezó a asaltar al conductor. Haber estado en ese momento, le costó la libertad también a ella.

Entrar a prisión, explica, fue algo muy difícil e incierto. Afirma que la vida adentro es dura, por todo lo que pagas, porque todo –hasta el agua para un café– cuesta. La suciedad, las cucarachas, la comida también es muy fea. El apoyo de su mamá y aprender a hacer de todo un poco fue fundamental para sobrevivir el día con día.

A unos meses de obtener su libertad, fue trasladada a otro penal. Ahí tuvo la oportunidad de trabajar con La Cana, como parte de los talleres de industria penitenciaria. Sin tener idea de cómo sostener un gancho, aprendió a tejer. En el trabajo encontró la forma de hacer que el tiempo de encierro pasara más rápido, mientras recuperaba su confianza en ella y se preparaba para afrontar los retos de la vida que espera al otro lado de las rejas.

El día que salió de prisión, la acompañaba el miedo y la preocupación por el qué dirán y los prejuicios de la gente. Le tomó todo un mes atreverse a volver a salir de su casa, para ir en búsqueda de una oportunidad laboral. El apoyo de personas conocidas y haber aprendido a tejer en prisión, le abrirían las puertas para volver a trabajar y decidir seguir estudiando la universidad que había dejado incompleta.

Confiesa que no fue nada fácil, pues tejerse un nuevo camino tuvo grandes dificultades. Sin embargo, poco a poco fue avanzando profesionalmente, hasta tener hoy un empleo que anhelaba en un área de recursos humanos.

Jessica es un testimonio de los beneficios del trabajo y de sus oportunidades, cuando se apuesta por la reinserción y no por la exclusión. Ella resume esta experiencia en la siguiente reflexión: “Si no hubiese tenido ese aprendizaje, no sería la mujer segura que hoy soy, capaz de hacer mil cosas”.

Conocer este tipo de historias es lo que me lleva a considerar la puesta en marcha del Programa de Reinserción Social Pospenal, recién anunciado por la Secretaría de Gobernación, como una buena noticia. El objetivo es contribuir al fortalecimiento de la reinserción social de las personas que obtengan su libertad.

Para ello, implementarán distintos proyectos. Por un lado, Institutos de Reinserción Social en las entidades federativas; un programa de justicia terapéutica para quienes hayan cometido delitos relacionados con el trastorno por el consumo de sustancias psicoactivas; así como apoyo dirigido a los niños y a las niñas que viven con sus madres en prisión.

A esto acompañarán una propuesta de aulas digitales coordinada con Microsoft, Dell, RobotiX y la Subsecretaría de Sistema Penitenciario de la Ciudad de México para impulsar el empleo de personas privadas de la libertad. Existen antecedentes de esfuerzos similares que, implementados de la manera correcta, han dejado buenos resultados.

Por lo que hace al trabajo, historias como la de Jessica han demostrado lo esencial que esta actividad resulta para lograr una reinserción efectiva y romper los estigmas, porque si algo no puede olvidar una sociedad que anhela se guridad y justicia es que vivir en prisión no es fácil, pero salir de ella tampoco lo es.

@wenbalcazar

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