Dictadores

y autócratas ha habido muchos en la historia mundial. Sacrificar a los ciudadanos con tal de mantenerse en el poder es su denominador común y las estrategias no cambian demasiado: encontrar un culpable, un enemigo que permita a la gente común unirse frente a él. Los extranjeros, los ricos, los conservadores, los comunistas, los neoliberales, los socialistas. El signo es lo de menos porque los autócratas vienen en todas las formas y colores.

Así, cada palabra, cada mensaje, cada gesto y, mucho más importante, cada decisión tomada en el gobierno de López Obrador está cimentada en el resentimiento social. Un día contra los conservadores, al otro contra el neoliberalismo, los medios de comunicación y los extranjeros. Cada día hay un culpable de todos los males que aquejan a la sociedad mexicana. Cada día hay un pretexto, un culpable (viejo o nuevo) por los malos resultados.

El México de 2018 no era perfecto. El voto por López Obrador fue justificado por, como digo a mis alumnos en clase, uno de los peores gobiernos que nuestro país había tenido hasta entonces, el de Peña Nieto. Gobierno superfluo, cínico y corrupto como el que más. La inequidad social mostraba los dientes, la violencia del crimen organizado, fuera de control desde el gobierno de Calderón, seguía campando a sus anchas. Y sólo unos cuantos, se beneficiaban del poder. Cierto que el pasado tiene una gran responsabilidad en el estado de cosas. Innegable.

Como innegable también es la destrucción del Estado que hoy se lleva a cabo en nuestra cara y sin que, al parecer, podamos hacer mucho al respecto. Esas instituciones, que costó tanto trabajo construir hoy son vilipendiadas por el propio gobierno que las acusa de conspirar contra el pueblo bueno. Desde la Suprema Corte de Justicia, el Instituto Nacional Electoral, el Instituto de Transparencia, los órganos reguladores en materia de energía. Todos, en manos de los “conservadores” que, según el discurso oficialista, se siguen enriqueciendo de ellos a costa de “la gente” (lo que sea que “la gente” signifique).

En dos años, López Obrador ha diezmado a cualquiera que se le enfrente y el discurso facilón siempre es el mismo: los conservadores, neoliberales, extranjeros. Todos caen en la bandeja del enemigo que ha demostrado ser ancha, azuzando el resentimiento social; acusando a los “ricos” (incluida la clase media) de todos los problemas del pueblo. La polarización de la sociedad hoy queda a la vista. Los buenos son los pobres que trabajan para tener un par de zapatos, los malos son los que tienen más de un par.

El resentimiento social es un arma muy destructiva que puede conllevar a la destrucción completa de las instituciones. Y es claro que hacia allá apunta el discurso presidencial. No importa si el tema hoy es el INE, los medios de comunicación o quienes producen energía renovable (empresas internacionales pero también nacionales). Lo que importa es que, para el Presidente y sus voceros, todos tienen la intención de seguir atentando contra el pueblo bueno. Aunque el que lo hace es él, destruyendo empleos e instituciones. Acabando con la investigación y la ciencia; reduciendo la crítica y sacrificando lo poco de democracia que había en México por su propia vanidad.

A dos años, en el México bajo el liderazgo (¿?) de AMLO, las cosas lejos de mejorar, empeoran. La supuesta transformación sigue empeñada en cambiar cada rincón, cada palabra, cada partícula de polvo. Y los cambios, con todo y las predecibles consecuencias negativas, se llevan a cabo a pesar de todo. La cancelación del aeropuerto traería consigo un boquete muy grande en las finanzas públicas, pero se prefirió pagar más de lo que costaba terminarlo para cancelarlo. Una decisión a todas luces irracional sustentada sólo en la ideología.

La destrucción del mercado de energías limpias a las que, desde hace meses, se busca limitar por diversas vías con la intención de volver a los tiempos en que la generación de energía eléctrica era una labor monopólica del Estado, sin competencia. En una época en la que el cambio climático es el mayor riesgo que enfrenta la humanidad, la decisión de echar el reloj de la tecnología atrás 40 años es, adivinaron, irracional. Lo mismo va para la destrucción de fideicomisos donde lo mismo había becas para educación, fomento a ciencia, tecnología que apoyo a los más pobres y grupos vulnerables.

El populismo es así. Poco racional en tomar decisiones que servirían a un país. El populismo de extrema derecha que practica el gobierno de AMLO es aún más irracional pero sobre todo convenenciero. Gana y mantiene adeptos a fuerza de un discurso polarizante, que denosta al que presenta como el enemigo. Que divide a la sociedad en buenos y malos, en ricos y pobres, en privilegiados y sin privilegios. Ese discurso lo mantiene aún en el poder. Sin embargo, en medio de uno de los peores manejos mundiales de la crisis sanitaria, en el principio de una larga crisis económica habría que preguntar si en 2021, ante los malos resultados será suficiente la sonrisita burlona del presidente y sus palabras condescendientes para seguir manteniendo su popularidad. Espero que no.

Twitter: @solange_  

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