Inmersos en lo abrumador de la epidemia escuchamos una multitud de opiniones divergentes sobre el hecho único e irrevocable de las muertes por COVID-19. La cifra de 2 millones de fallecimientos la superaremos en los primeros días de este año y es cierto que el número real es mayor, y también es cierto, que las muertes en enfermos de otras enfermedades también se han incrementado. Son muchas muertes y muy pocas opciones; no queda sino aferrarnos a las recomendaciones basadas en la epidemiología, al despliegue de las campañas de vacunación y a la responsabilidad social.

A pesar de la gravedad de este momento histórico, se suceden sorprendentes análisis, gravemente desorientadores, de “sabios” que concluyen que la situación no es tan grave y la respuesta por tanto desmedida, o comentarios de políticos que entre sollozos casi, proponen la receta única e infalible para controlar la epidemia ejecutando una estrategia en la que buscan volver al escenario o lavarse la cara. Lo que estamos viviendo es resultado de la biología y nuestro desequilibrado desarrollo, pobres instituciones médicas, ausencia de estrategias de una epidemiología inteligente y la equivocada idea de invertir casi nada en la salud, a nivel global y en cada país particular, y así ha sido en México. El coronavirus SARS-Cov-2, es un eficaz depredador natural que ejecuta su función con perfección.

La transmisión del virus es muy intensa en el área metropolitana y en otras regiones. En esencia, el motivo es el rápido crecimiento de la movilidad de la población, nuestras salidas y actividades fuera de casa. El virus por sí mismo es inerte y somos nosotros quienes los transportamos y movilizamos; si mantenemos la distancia y las precauciones no hay transmisión. La ecuación es simple, a mayor movilidad sin protección (distancia y máscaras usadas correctamente) es mayor la transmisión y el número de enfermos, y de hospitalizaciones.

A estas alturas, tenemos que suponer que la mayoría de la gente entiende lo que es contagio y como ocurre. Se conocen también ampliamente las medidas preventivas que son respetadas actualmente, en apariencia, por una amplia mayoría. Entonces ¿por qué sigue creciendo la transmisión?

A continuación, tres viñetas sobre cómo están surgiendo los brotes.

Luz María, es una mujer de 63 años que empezó a sentirse mal hace cinco días. Sus molestias le parecieron que podrían ser por COVID-19 y se realizó una prueba. Doña Luz tiene un exitoso negocio en el centro de la ciudad de México que administra su hija de 25 años. La hija de Luz María inició con malestares y fiebre que atribuyó a “un catarro”. Conocí la historia cuando el estudio diagnóstico de Luz María fue positivo. Al recabar lo ocurrido, pregunté sobre su hija, la joven administradora que seguía con síntomas para entonces (y que seguramente fue quién contagio a la paciente), pero no había suspendido sus actividades un solo día, porqué “en esta época hay mucho trabajo”. Sugerí que se hiciera la prueba que no había querido realizar hasta entonces, -porque, de cualquier manera, tenía que seguir en el negocio. La joven trabaja con atención directa al público y tienen centenares de transacciones diarias. Nunca suspendió su actividad.

Manolo tenía 86 años y falleció por COVID-19 hace pocas semanas. Él y su mujer de 82 años, habían estado recluidos cuidadosamente. Uno de sus hijos los visitaba diariamente para atender sus necesidades. A pesar de que desarrollo un cuadro respiratorio con tos y dolor de cabeza siguió viéndolos, suponiendo que era una infección cualquiera, pero por persistencia de las molestias siguió el consejo médico y se hizo la prueba para COVID-19. El resultado fue positivo, y lo comunico de inmediato a sus padres. Ambos habían iniciado molestias para entonces, a pesar de lo cual decidieron asistir a la celebración del hermano mayor que cumplía ese sábado 95 años, y no podían faltar a tan significativo evento. Bien abrigados y medicados con sintomáticos, departieron en la fiesta sin cubrebocas –era solo la familia- y hubo abrazos, besos, brindis y declaraciones de cariño al son de canciones. Desde ese domingo Manolo empezó a notar falta de aire y fiebre elevada. Su deterioro fue progresivo y tres días después falleció en su casa. La esposa de Manolo tuvo que ser hospitalizada y aún permanece extremadamente grave en cuidados intensivos. Todos los asistentes a la reunión resultaron contagiados, y el celebrado patriarca, murió también, ocho días después de la celebración de aniversario.

Maricela trabaja como enfermera y es cuidadora de una pareja de ancianos. Asiste de lunes a sábado y diariamente recibe su pago por el día trabajado. Rosa una de las hijas de Maricela también es enfermera en un hospital privado. Ese viernes Rosa tuvo escalofríos y dolor de cabeza, lo comentó a su mama y tomó paracetamol con mejoría completa. El sábado buscó a Maricela y le dejó encargados a sus hijos porqué tendría que trabajar doble turno. El siguiente jueves Maricela se sintió muy cansada, con dolor de garganta y escalofríos. Pensó que podría ser COVID-19, pero no estaba tan mal como para considerarlo con certeza, así que siguió acudiendo a su trabajo, hasta cuatro días después cuando ya tenía fiebre y tos evidentes, por lo que le pidieron que no volviera. Días después la pareja enfermó gravemente y fueron hospitalizados con necesidad de asistencia ventilatoria; los hijos y los nietos de la pareja también fueron contagiados.

Estas anécdotas son historias de la transmisión de un depredador muy hábil en una sociedad poco informada y con muy baja conciencia cívica. En México en pocas semanas llegaremos a más de dos millones de casos y más de doscientas mil muertes oficiales, y todos somos responsables.

Programa Universitario de Investigación en Salud. UNAM 

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