Si se analiza en números gruesos, Morena obtuvo un buen resultado en las elecciones del 5 de junio. Sin embargo, es necesario profundizar en su revisión para observar que su triunfalismo no tiene bases tan sólidas. No fueron las 6 de de 6 prometidas y la cuarta (Tamaulipas), la ganaron a golpe de billetetazos y en colaboración con el crimen organizado.

Es un hecho que el abstencionismo fue el triunfador de la jornada: 20 puntos menos de participación que en 2018 y 6 puntos que 2021. Por ejemplo, Quintana Roo y Oaxaca ganaron con apenas el 20% del electorado. Los demás le dieron la espalda.

El norte y el bajío vuelven a ser competitivos para la oposición. Allí están Aguascalientes y Durango, y en cierta medida, Tamaulipas. Esto es probable por la mayor densidad urbana y porque las clases medias empiezan a ser un factor. Hasta ahora el saldo parece ser negativo para el gobierno con relación a este sector social. Si las elecciones son “plebiscitarias” del presidente, es importante destacar que entre 2018 y 2022 el partido oficialista perdió el 30% de sus votos.

Los estados con mayor pobreza siguen siendo una fortaleza para Morena. En parte por la presencia histórica de López Obrador, pues lo ven como el redentor frente a los que siempre los oprimieron: desde los conquistadores españoles hasta los “neoliberales”. Pero también la entrega directa de dinero a través de una estructura evangelizadora pagada con el erario público tuvo un gran peso en estas entidades.

Lo que para muchos fue un capricho del presidente (que lo fue, pero no sólo ), fue un acto bien pensado. La revocación del mandato le permitió a Morena tener ya un listado de votantes duros. Esa es una base fundamental para movilizar el voto. Basta con pedirle a cada uno de los integrantes de esa lista que lleve un voto adicional para obtener un mayor flujo. Aunque es de destacar que en Oaxaca e Hidalgo se trató más bien de un tope, pues no incrementaron sustantivamente los votos obtenidos en la revocación.

La oposición no ha entendido que ésta es una batalla de emociones y que a la narrativa presidencial no se le puede derrotar sólo con razones. En primer lugar, sus gobernantes a nivel estatal o municipal tienen que marcar la diferencia. El domingo pasado así se mostró: José Rosas Aispuro y Martín Orozco mantuvieron una actitud crítica y en sus estados ganaron. La sumisión de los otros fue parte de su perdición.

El PRI y el PRD se disputan prácticamente el mismo electorado con Morena que no deja de ser una coalición de intereses. De ahí sus resultados tan pobres en algunos estados, pues además han abandonado el territorio. Si quieren sobrevivir tienen que dar un golpe de timón. La alianza, por supuesto, es imprescindible en Coahuila y el Estado de México y en el 2024. Pero no es suficiente. Hay que empezar a recorrer el país, eliminar del vocabulario el que estamos frente a una “transformación”. Hay que dejar de hacerle el juego a los distractores que lanza con mucha eficacia el presidente. Pero sobre todo, hay que buscar el factor sorpresa: un candidato o candidata que le de en el corazón al lopezobradorismo, al que Movimiento Ciudadano no pueda decir que no, con un perfil progresista para romper la coalición gobernante, al que el jefe del Ejecutivo no tenga posibilidad de insultar con adjetivos como corrupto, neoliberal o conservador. Un candidato o candidata que los rompa, que subvierta toda la estrategia consistente en hacer campaña todos los días desde la presidencia a favor de sus

“corcholatas”, pues ya se le olvidó a quién gobierna que ante todos dijo contundente en alguna ocasión: “ya cállate, chachalaca”. Es cuestión de estar abiertos y de tener una actitud patriótica porque lo otro sería una reelección disfrazada, y que sigamos en esta ruta de destrucción del país.

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