La democracia es diálogo y debate. Es obvio que en México el diálogo político ha sido sistemáticamente suprimido por un régimen empecinado en imponer un monólogo que no escucha razones y construye realidades alternas con datos distorsionados.

Este diálogo ha sido diluido por mayorías que operan de forma mecánica y recurren a la cooptación de cuadros y liderazgos como único argumento. La doctrina ha desplazado a la razón y no hay espacio para el diálogo en ese estéril paisaje. Es lamentable, pero es la realidad que debemos enfrentar y superar.

Ante la ausencia de diálogo, entonces debemos recurrir al contraste directo de propuestas. Por lo tanto, el debate permanente y profundo debe convertirse en la nueva herramienta esencial del Frente Amplio por México y su coordinadora, Xóchitl Gálvez. Sin diálogo, solo nos queda debatir; este debe ser uno de nuestros principales mantras.

¿Cuál es el reto práctico y preciso? Asegurar —desde hoy— que en la contienda de 2024 se den el mayor número de debates entre las candidatas y que estos tengan un formato que permita contrastar.

Morena está enmarcando la elección como un simple aceitado de estructuras y reclutamiento de masas para confirmar una doctrina que no puede ser cuestionada. Ante esa visión, el debate democrático sale sobrando —por aquella mentira de que “la elección ya está definida”—, o bien, será evitado por el partido guinda.

Por eso, no podemos permitir que los debates se conviertan en meros trámites en los que los candidatos se limiten a leer discursos o recitar textos memorizados, con una toma cerrada de la cámara, evitando los temas importantes o, inclusive, optando por no presentarse si les conviene.

Para 2024, los debates presidenciales organizados por el INE —ya se han aprobado tres— serán de las pocas oportunidades que tendrá la ciudadanía para contrastar, es decir, para evaluar de forma directa a una candidata frente a la otra, así como para medir una de las cualidades centrales para gobernar: la capacidad de construir y defender argumentos de viva voz.

Nuestra democracia requiere debates reales, donde los candidatos se sienten a discutir abiertamente temas serios y exigentes—con diálogo directo, réplicas, contrarréplicas, propuestas y contrapropuestas—, en horarios estelares y días cómodos para la ciudadanía. Y si los tres debates del INE no son suficientes, cámaras empresariales, grupos ciudadanos y medios de comunicación deben atender esta exigencia democrática, organizando sus propios debates entre las candidatas.

Si hacen falta ideas inmediatas y frescas, ahí están los debates presidenciales en Argentina o los organizados por el Partido Republicano de los Estados Unidos hace apenas unos días.

Lo que en México llamamos “debates”, no recibirían ese nombre en buena parte de las democracias. Algo está mal cuando los momentos más memorables de 25 años de “debates” son un candidato quejándose de ser buleado, otro poniendo apodos denigrantes y una edecán recorriendo el escenario.

Ciudadanizar la política y construir una democracia co-laborativa, exige hacer a los ciudadanos parte de la dinámica de discusión, y eso sólo pasará si los debates —oficiales y no oficiales— se vuelven atractivos y sustantivos. Permitamos que los ciudadanos saquen sus propias conclusiones, pero primero démosles toda la información posible.

En 2024, después de que se haya cancelado de forma unilateral y desde el poder toda posibilidad de diálogo, la democracia deberá ser salvada a través del debate.

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