En México se imprimieron y distribuyeron 183 millones de libros de texto gratuitos, en 2022. La Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG) fue creada en 1959 y los primeros libros fueron distribuidos en 1960. En el archivo digital de la CONALITEG se pueden encontrar las diversas ediciones de los libros, de entonces hasta hoy. Además, en 1995 se comenzó a distribuir libros de texto para secundarias, elaborados e impresos por editoriales comerciales con contenidos aprobados por la SEP.

Desde el fallido intento de introducir tecnologías digitales en el salón de clases durante el gobierno del presidente Fox (con Enciclomedia), la CONALITEG se ha movido con pies de plomo respecto a todo lo digital en la educación. La excepción es el libro de Geografía de sexto año de 2019 que ya incluye códigos QR para acceder a páginas de Internet, utilizando la cámara de un celular para capturar el código y un browser para ver la página. Sin embargo, los códigos ya no funcionan, por lo menos mi browser no puede abrir los videos que en el libro están asociados con cada código.

La iniciativa Enciclomedia fracasó por una multitud de razones. Alguna vez participé en una reunión con los iniciadores del proyecto para discutir algunas formas de hacer más interactiva la educación y me dijeron claramente: lo único que querían es que el maestro metiera el CD en la computadora, que dejara correr los videos y que se abstuviera de intervenir mayormente. No confiaban en los profesores para nada y Enciclomedia los iba a sustituir impartiendo clases. Fue una ilusión tecnocrática: de las computadoras repartidas a las escuelas la mayor parte no se llegó a utilizar, desaparecieron muchos equipos, otros se dañaron, o de plano algunas escuelas no contaban ni siquiera con electricidad.

Después de tantos fracasos y dinero malgastado es claro que hay que pensar y repensar hasta tres o más veces cualquier iniciativa que trate de combinar los libros de texto con contenidos digitales. Lo más complicado del asunto es que hay una “ruptura” entre los dos medios. Por ejemplo, con los códigos QR. Hay una buena intención detrás de incluirlos en los libros para que cuando el estudiante está leyendo sobre GPS, digamos, pueda conectarse con un video que le ofrece una visualización del cálculo de coordenadas GPS. Pero todos lo sabemos: si ya el estudiante se sentó a leer el libro, hay que evitar que mire o regrese a su celular, porque no va a retornar después al libro. Se quedará pegado al celular, haciendo todo, menos aprender.

Hay dos posibilidades de uso de contenidos digitales: la primera es en el salón de clases, la segunda va asociada al libro y sería utilizable en clase o en el hogar del estudiante. En los salones se podría pensar que estuvieran dotados de pantallas de suficiente tamaño conectadas a computadoras desde las cuales lo maestros pueden mostrar contenidos digitales (fotografías, mapas, videos). Esto solo sería realista en el caso de escuelas con mayores recursos por estudiante, ya fueran privadas o públicas. Pero claro que hay gastos asociados a todo esto: el equipo mismo, su mantenimiento, conexión a Internet y la capacitación de los maestros para poder operar al equipo.

En el caso del estudio individual, me parece que la única opción realista para integrar contenidos digitales es hacerlo directamente en el libro, es decir, el libro debe ser digital, para poder ser leído en una tableta y los elementos digitales se deberían poder presentar inmersos en la tipografía del libro, para minimizar la ruptura entre los materiales.

Para posibilitar el acceso de los estudiantes a materiales digitales durante las clases, México debería contar con una nube de servidores educativos. Todos los contenidos estarían ahí almacenados y en cada escuela solo se necesitaría dispositivos de acceso a la nube (dotados solo de un browser, como las computadoras Google Chrome de bajo costo), una conexión de Internet y una pantalla en el salón de clases. Con los costos actuales de las laptop Chrome y de las pantallas OLED de hasta 65 pulgadas en EU, estamos hablando de menos de 700 dólares por instalación (es decir, por salón de clases equipado). En algunas escuelas piloto se podría comenzar por equipar solo unos pocos salones para ir adquiriendo experiencia, capacitar maestros y experimentar con contenidos digitales.

La mayor oportunidad se tiene si se trata de desarrollar “libros inteligentes” apropiados para correr en tabletas de bajo costo (menos de 200 dólares).

Esos libros podrían bajar los contenidos de la nube educativa en la escuela (aprovechando su conexión a Internet) pero podrían ser leídos sin conexión a Internet después. El niño baja el libro, con los contenidos digitales, y lo utiliza durante varios días hasta que necesita el siguiente capítulo que debe bajar de la red. Se podrían integrar preguntas de comprensión y hasta pequeños exámenes de autoevaluación para motivar a los alumnos. Un ejemplo: supongamos que el alumno está leyendo sobre volcanes. En un recuadro se podría activar una pequeña animación de lo que sucede en un volcán. En otro recuadro se podría animar un mapa que muestra donde han ocurrido las últimas erupciones. Si el estudiante tiene una pregunta adicional, la puede escribir en un renglón y recibe una respuesta directa de la computadora. No hay que dejar de lado al libro para disfrutar los contenidos digitales. En el caso de las matemáticas, el libro puede diagnosticar cual es el tipo de error que el estudiante comete frecuentemente y puede ofrecer ejercicios adicionales o de profundización de lo aprendido. Si se hace bien, sería como tener un profesor en casa.

En suma, la gran oportunidad que tiene México es que desarrollar un programa piloto para evaluar este tipo de posibilidades tecnológicas es algo que se podría hacer hoy con una inversión ínfima respecto al potencial que los resultados tendrían para mejorar la educación básica en nuestro país. Dicho de otra manera: si dividimos el monto de la inversión piloto entre el número de niños de primaria en México, el costo es bajísimo. Una nube educativa es completamente factible y puede basarse en nubes comerciales que se pueden rentar. En la elaboración de contenidos digitales podrían participar universidades de todo el país.

Estoy consciente de que la situación en las escuelas rurales o en zonas marginadas es muy distinta a las de las ciudades. Para integrarlas en un proyecto como el que se propone habría que resolver antes muchas otras debilidades más básicas. Eso hay que tenerlo presente para no repetir el error de la Enciclomedia. Sin embargo, los errores del pasado no deben tampoco producir inmovilismo educativo.

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