El mundo no será destruido por aquellos que hacen el mal, sino por aquellos que miran sin hacer nada.

Albert Einstein

En 1954 William Golding publicó su afamada novela, un examen profundo del colapso de las normas civilizatorias cuando un grupo de jóvenes queda varado en una isla, sin ninguna comunicación con el exterior. En la novela, Golding explora las profundidades de la psique humana, revelando nuestro innato potencial para el mal y la barbarie, quizás un vestigio de nuestra historia evolutiva. La novela desafía la idealizada visión que los socialistas utópicos y los anarquistas tenían del ser humano en su “estado natural”, aquel supuesto ser inherentemente bueno que solo la sociedad habría corrompido. Nueve años antes George Orwell había lanzado su también célebre novela “Animal Farm”, que comienza como una utopía de libertad y termina como una pesadilla dictatorial.

Al contemplar los acontecimientos en Guerrero, no cabe duda de que nos hallamos en una encrucijada de esta “cuarta transformación” que quizás ni Golding ni Orwell habrían imaginado.

Los marcos normales de una sociedad civilizada ya hace tiempo que se resquebrajaron. Hasta junio de 2023 ya se había sobrepasado la cifra de muertos por violencia de todo el gobierno anterior. Este sexenio terminará con cerca de 206 mil personas asesinadas, de acuerdo a los cálculos de especialistas. A esta cifra hay que añadir muchos miles de desaparecidos. Sirva como punto de comparación la guerra en Irak: según el Body Count Project cerca de 200 mil personas perecieron durante el conflicto bélico en 2003 y sus secuelas hasta 2011. Esto implica que en México nos hallamos en una suerte de guerra civil, que se libra en las montañas, en regiones apartadas, pero también en ciudades que hoy figuran entre las más violentas del planeta. La lista de las seis ciudades más peligrosas del mundo es la siguiente: Celaya, Tijuana, Ciudad Juárez, Ciudad Obregón, Irapuato y Ensenada. En Celaya uno de cada mil habitantes sucumbe cada año víctima de la violencia.

¿Y qué alega la figura política que debería hallarse más inquieta ante esta coyuntura? Nada más que falacias. Afirma que la reducción de homicidios en el lapso de su mandato alcanza el 17%. Jura que, al término de su sexenio, los asesinatos habrán descendido un 20%. Alardea de que su política de atención a la juventud ha surtido efecto en la disminución de la violencia. Mientras tanto, los delincuentes pasean impunes e incluso realizan desfiles armados, como lo hicieron hace poco en Chiapas.

Ya en 2020 se evidenció lo poco que una vida humana significa para el gran "proyecto de transformación". El INEGI publicó en julio su evaluación final del exceso de mortalidad en México entre 2020 y 2022, los primeros tres años de la pandemia. Según sus cifras, más de 801 mil mexicanos perdieron la vida a causa del Covid. La gestión de la pandemia en México fue un desastre y un ejemplo más de cómo se gobierna a través del engaño y la mentira. Mientras el mundo se preparaba en febrero y marzo de 2020 para enfrentar la epidemia, en México se insistía en la televisión mañanera que debíamos seguir abrazándonos. En abril de 2020, el subsecretario de Salud anunció que la epidemia terminaría el 25 de junio y que se proyectaban solo 6 mil muertes. Cuando junio llegó y la epidemia persistía, calificó su continuación de un éxito atribuible al "trabajo realizado". Cuando México superó en pocas semanas las 6 mil muertes por Covid, declaró que 60 mil sería el máximo en un "escenario catastrófico". Mientras la gente perecía en sus hogares al no poder ser atendida en los hospitales, desde Palacio se afirmaba que a nadie le había faltado una cama de hospital y que "México le estaba dando un ejemplo al mundo". Así transcurrieron cuatro olas de la epidemia mientras que la única preocupación del régimen era desmantelar el Seguro Popular para instaurar el Insabi, prometiendo que sería el camino hacia un sistema de salud "como en Dinamarca". Al final de cuentas el Insabi desapareció sin que se tenga certeza sobre qué ocurrió con los recursos que manejaba.

Si por alguna razón dudáramos de que la barbarie se ha desatado, recordemos a los inmigrantes inmolados en mayo durante el incendio del "centro migratorio" de Ciudad Juárez. Más de cuarenta extranjeros perdieron la vida cuando durante un incendio los guardianes se negaron a abrir las rejas de la prisión en la que estaban confinados por el simple crimen de querer emigrar hacia Estados Unidos. ¿Y a quién se ha sancionado? A nadie, por algo que en cualquier país normal sería considerado del nivel de un crimen de guerra. Las puertas del Palacio Nacional quedaron cerradas para los familiares de las víctimas.

Como podemos ver, el “gran proyecto de transformación” no tiene otra perspectiva y realidad que apartar al país de la ruta que había emprendido hacia la modernidad para regresarlo a la premodernidad de un país autoritario y con una sociedad civil amordazada. Se trata de regresar a la prehistoria de un país donde mandaban y vuelven a mandar los militares, porque son los que tienen las armas. Ah, y de los criminales también, que se reparten el control de las diferentes regiones del país donde no se aparece la Sedena.

La llegada del huracán Otis ha desnudado la ineptitud y corrupción de nuestros gobernantes. Mientras la población en Guerrero sufre de manera inenarrable, sin acceso a agua ni alimentos, mientras el olor de los cuerpos sin vida impregna la bahía, el ejército y la Guardia Nacional monopolizan la entrega de ayuda que se entrega en cajas con el estandarte gubernamental y logotipos de color guinda. La sociedad civil debe ser anulada ya que el monopolio de la ayuda lo debe tener el gobierno a través la milicia.

Entretanto, la población, abandonada a su suerte, ha caído gradualmente en el saqueo de los comercios, mientras bandas de asaltantes merodean las colonias más afectadas. Homo homini lupus: el hombre se convierte en el lobo del hombre. Atrapados en una ciudad que yace en ruinas, el desliz hacia el caos ha sido inexorable. No obstante, lo crucial para el gobierno es que no se divulgue lo que está aconteciendo, que se silencien estos sucesos y que nadie espere que los recursos destinados al Tren Maya o a la refinería que no refina sean empleados para rescatar a Acapulco.

Y es que el gran proyecto nacional, hoy por hoy, es ganar las elecciones en 2024. Para eso el ejecutivo no ha tenido el menor empacho en aumentar la deuda pública planeada para el próximo año, de manera que más de una quinta parte del presupuesto público consistirá en deuda. Hasta el final del sexenio la deuda pública habrá subido nominalmente 50%, mientras que en Palacio se congratulan de que “no nos hemos endeudado”. Simultáneamente, el ejecutivo, en complicidad con los legisladores de la mayoría, desmantela el Poder Judicial y coopta al INE, con la intención de hacerlo desaparecer en cuanto les sea posible. Otra vez una tragedia le cae como “anillo al dedo” al Lord de Palacio. ¿Para eso quería gobernar México? ¿Para dejar un rastro mortal de un millón de personas, entre la epidemia y la violencia no contenida? En eso la cuarta transformación ya se va pareciendo a la tercera: el número de víctimas se aproxima a los caídos durante la Revolución.

Como se puede ver, lo más importante en esta cuarta transformación radica en la centralización absoluta del poder en una sola persona, quien desde su estaca en Palacio preside sobre la paulatina destrucción de la modernidad y la instauración de un régimen autoritario y militarizado que, como bien apreciamos ahora, está logrando que el país se descomponga gradualmente y se convierta en la isla donde “el hombre es el lobo del hombre”.

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