La revista Foreign Affairs presentó este año un dossier con el tema “¿Qué pasó con el siglo americano?” Varios especialistas llamaron al XX el siglo americano, por el ascenso, predominio y rediseño estadounidense del orden global. Si bien se conservan instituciones del sistema internacional construido por Estados Unidos, no está claro que vayan a permanecer incólumes. Consideremos las implicaciones del desmantelamiento de ese sistema para México.

Fareed Zakaria se ha referido al desperdicio del momento unipolar, pues cuando Estados Unidos ganó la guerra fría y se convirtió en la única superpotencia planetaria, no apuntaló el nuevo orden. En consecuencia, Rusia y otros países regresaron al autoritarismo. Adicionalmente, fue muy sensible la disminución del financiamiento estadounidense para ONGs promotoras de la democracia en el mundo, el debilitamiento de la ONU y los tribunales internacionales, o el desprestigio de las instituciones financieras tras las crisis de 2008. El conjunto de tratados comerciales (TMEC), acuerdos estratégicos (Irán) y alianzas militares (OTAN) está en revisión desde la llegada de Trump a la Presidencia. Los aliados y socios de Estados Unidos ya no tienen certeza de cuándo pueden contar con él.

¿A México le conviene este nuevo escenario menos institucional y democrático? Categóricamente no. ¿Puede y debe nuestro país replantear su relación con otras regiones del mundo? No parece factible en el corto plazo. Donald Trump acorraló al gobierno mexicano con la amenaza de aranceles, exhibiendo la disparidad de poder entre ambos países. México debe apoyar una vez más el fortalecimiento de las instituciones multilaterales construidas por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. La República Mexicana se beneficia de su pertenencia a la ONU, la OMC, la OCDE y tiene mejores posibilidades para su desarrollo y la promoción de sus intereses en un entorno de apego al derecho internacional. En el unilateralismo de Trump, o en un orden global sin reglas jurídicas donde a China no le interesa ejercer el liderazgo ni el impulso de valores liberales y democráticos, México tiene menores recursos de diálogo y negociación con las potencias.

A escala local, el nuevo orden mundial también nos perjudica. La transición democrática mexicana no fue un proceso exclusivamente doméstico. Sin presión internacional a los gobiernos mexicanos, no se hubiera producido la alternancia partidista. La apertura económica y comercial del país llevó aparejadas exigencias democratizadoras a México, procedentes del exterior. México se vio obligado a establecer una genuina división de poderes, crear órganos y tribunales autónomos, dar vida a un verdadero federalismo. En el nuevo orden mundial, dominado por liderazgos autoritarios como Xi Jinping, Putin, o el mismo Trump, la última preocupación de estos personajes es la sobrevivencia de la democracia liberal mexicana. A los mexicanos no nos favorece lo que representa el fin del siglo americano.

En un ensayo publicado hace más de una década, Anthony Giddens, profesor emérito de la London School of Economics e intelectual de cabecera del nuevo laborismo británico, se refirió a las derivaciones para el orden mundial de una posible decadencia estadounidense. Quienes añoraban la caída del “imperio” norteamericano, escribía Giddens, tendrían ocasión de arrepentirse al ver el comportamiento internacional de los actores que remplazarían a Estados Unidos. El nuevo orden dejaría aún más desprotegidos a los países en vías de desarrollo, y sus poblaciones resultarían expuestas al influjo de nuevos liderazgos internacionales autoritarios, los cuales conectarían con las peores tradiciones políticas locales. Ya lo estamos viviendo.

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