La semana pasada se conmemoraron aniversarios internacionales de importancia. El más atractivo para la prensa fue el centenario del partido comunista chino, pero el primero de julio también se celebraron 154 años de la fundación de Canadá y un año de la entrada en vigor del TMEC. La ocasión era propicia para un análisis de las relaciones entre México y Canadá. Todos los estudiosos de la relación bilateral destacan el considerable crecimiento del intercambio comercial y la inversión entre ambos países, pero una notoria exigüidad en el resto de los ámbitos. Al margen de lo económico, que fue la prioridad del TLCAN y el TMEC, México y Canadá no han logrado estrechar sus lazos en seguridad, cooperación científico-educativa, ambiental o incluso en sus relaciones diplomáticas. Con la salvedad del período en que Canadá le impuso visa a los viajeros mexicanos, el turismo entre ambos países también ha crecido, pero lenta y desigualmente. Desde el inicio formal de la relación bilateral en 1944, se hablaba del enorme potencial que tendría para ambos países una relación estrecha con miras a fortalecer sus posiciones frente a Estados Unidos. No sería lo mismo enfrentar individualmente en algún tema a la súper potencia, que acompañados por el otro vecino. Lo cierto es que esa colaboración frente a Estados Unidos jamás ha sucedido. Nada menos que en la propia renegociación del actual TMEC, cada uno tomó su propia ruta. En lugar de unirse para plantar un frente común al agresivo proteccionismo comercial del gobierno de Donald Trump, México y Canadá optaron por una aproximación bilateral en la renegociación con Estados Unidos y dejaron al otro país al margen de sus consideraciones. De hecho, Canadá se sumó a la negociación del TLCAN original no por interés de vincularse a la economía mexicana, sino por temor a que México le quitara espacio a sus productos en el mercado estadounidense.

Cuando se han producido coincidencias diplomáticas entre México y Canadá, como en 2003 a propósito del rechazo a la intervención militar estadounidense en Irak, no fue fruto de una cooperación estratégicamente planeada, sino una mera coincidencia. Más allá del lugar común, como la gran presencia de Scotiabank en México, o de Bimbo en Canadá, hay puntos de fricción y áreas con enorme potencial en la relación. Entre los primeros destacan los señalamientos de infracciones ambientales contra las empresas mineras canadienses en México. En las segundas, las posibilidades de cooperación en seguridad serían muy grandes si existiera la disposición entre ambos países. A Canadá no le conviene el crecimiento continuo e imparable de la delincuencia organizada en México (que también aumenta peligrosamente su presencia en territorio canadiense), en tanto empeora el clima para sus inversiones. México podría beneficiarse significativamente de la cooperación con los servicios policíacos canadienses para capacitación de sus pares mexicanos. También hay margen de cooperación para impulsar el interés que ambas naciones tienen de fortalecer los organismos internacionales multilaterales. El desconocimiento de las elites mexicanas sobre Canadá es histórico. La semana pasada, los escasos comentaristas que se ocuparon de la relación México-Canadá se referían con ignorancia increíble a Justin Trudeau como el “presidente canadiense”, pasando por alto que Canadá tiene un sistema político parlamentario gobernado por un primer ministro. Así de básico.

El primero de julio el presidente López Obrador no felicitó a Canadá, socio comercial estratégico de México, por el aniversario de su fundación, sino que gastó recursos públicos en un evento auto celebratorio para festejar 3 años de su propia victoria electoral. Visión de estado y cuestión de prioridades al más alto nivel. Oportunidad perdida para los gobernadores de oposición.

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