El Financial Times publicó un adelanto del nuevo libro de la economista Noreena Hertz “The Lonely Century: Coming Together in a World That´s Pulling Apart”. La autora describe su investigación como un estudio de “la relación entre la sensación de soledad y las urnas.” Reconoce que la idea original es de Hannah Arendt, quien, en Los orígenes del totalitarismo, ya sugería un vínculo entre falta de interacciones sociales y la propensión a rendirse ante ideologías intolerantes pero que aportan una sensación de pertenencia.

De acuerdo con los datos de Hertz, uno de cada cuatro adultos en el Reino Unido ha experimentado soledad excesiva durante el confinamiento, especialmente entre los 18 y 29 años. Uno de cada ocho dijo no tener ningún amigo. En Estados Unidos, tres de cada cinco adultos se sienten solos. En Alemania, dos terceras partes de los ciudadanos consideraron la soledad uno de los problemas sociales más graves. Estos individuos manifestaron su hartazgo de la retórica liberal que ve a los ciudadanos como competidores y no como colaboradores. Los encuestados describen no únicamente una sensación de soledad individual sino de absoluta desconexión con el resto de los ciudadanos y los dirigentes políticos. Más aún, advierten su exclusión en el entorno laboral por desinterés del empleador en la vida de sus trabajadores.

Desde 1992 ya existían datos sobre la correlación entre el aislamiento social y el voto a favor del Frente Nacional, la fuerza populista de la extrema derecha francesa. En 2016, una encuesta del Center for the Study of Elections and Democracy descubrió que los votantes de Trump reportaban consistentemente tener pocos amigos, menos conocidos y pasar menos horas de convivencia social que los votantes de Hillary Clinton. No es accidental la insistencia retórica de Le Pen y Trump en que ellos protegerán a los olvidados y abandonados. Quienes experimentan soledad tienden a percibir el mundo como un lugar más peligroso y amenazante. Por eso el populismo explota la xenofobia. De ahí que los políticos populistas culpen a los extranjeros de haber contagiado la pandemia a sus poblaciones locales. El populismo necesita diferenciar entre los de casa y los extraños para acentuar el sentido de pertenencia de sus seguidores. Hertz cita un análisis del European Social Survey con 30 mil participantes en el cual se descubrió que aquellos con posiciones más duras contra los migrantes eran quienes se sentían ignorados o socialmente aislados del resto de sus conciudadanos.

Hertz tiene interesantes precursores académicos. Hace 20 años Robert Putnam, profesor de Harvard, publicó el libro Bowling Alone, donde analizaba la disminución de lo que él llamó “capital social” en Estados Unidos, medido por la reducción de interacciones comunitarias en los juegos de boliche de las poblaciones pequeñas. Putnam argumentaba que la caída de interacciones sociales en la vida cotidiana de los estadounidenses acabaría por dañar severamente la calidad de la democracia. Anteriormente, Émile Durkheim, uno de los padres de la sociología moderna, ya estudiaba la “anomia.” Lo que no se ve por ninguna parte son políticos liberales ofreciendo respuestas. En el Reino Unido se ha creado un ministerio de la soledad, pero el Papa es el único dirigente contemporáneo que habla de la soledad como prioridad social necesitada de atención.

Numerosos analistas se apresuraron a cantar victoria señalando que la pandemia y el confinamiento exhibirían las insuficiencias técnicas del populismo y conducirían a su derrota en las urnas. El análisis de Hertz supone que la prolongación del aislamiento derivada de la pandemia más bien fortalecerá las ofertas electorales populistas. Lo averiguaremos el mes entrante en la elección presidencial estadounidense.

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