El viernes 31 de enero del presente año se consumó el Brexit. Los partidarios de la medida afirman que se equivocaron quienes pronosticaron una catástrofe, pues “al día siguiente no hubo crisis.” Mienten. El costo empezará a sentirse gradual pero intensamente. En primer lugar, hay un periodo de transición de un año en el que se conservarán provisionalmente los arreglos institucionales mientras se negocia un nuevo acuerdo, de menor contenido y calidad, entre el Reino Unido y la Unión Europea.

En segundo lugar, Martin Wolf, el comentarista económico en jefe del Financial Times, escribió que, de acuerdo con el análisis del propio gobierno inglés, durante la próxima década, el Brexit costará una reducción de 5% del PIB per cápita en el Reino Unido. Adicionalmente, el bloqueo a la mano de obra procedente de otros países europeos registraría otra disminución de 0.5%. Es decir, el PIB per cápita podría caer en los próximos diez años, aproximadamente, -5.5%.

En tercera instancia, se profundiza el distanciamiento entre Escocia, Irlanda del Norte e Inglaterra. Durante la celebración del referéndum en 2016, los escoceses votaron mayoritariamente por permanecer en la Unión Europea y el acuerdo de paz en Irlanda del Norte requiere colaboración de otros países europeos. Estos factores no permanecerán inmóviles en el nuevo escenario.

Cuarto. Por algún motivo, el primer ministro Boris Johnson considera que logrará suplir los beneficios de pertenecer al mercado común europeo con un tratado comercial con Estados Unidos. Si usted revisa los medios de comunicación estadounidenses, se dará cuenta que un tratado comercial con el Reino Unido es la última de las preocupaciones norteamericanas en estos días. Actualmente, las prioridades internacionales de Estados Unidos se concentran en Oriente Medio y en Asia. En caso de negociar el tratado comercial, probablemente Trump adoptaría represalias contra Johnson por haber autorizado a la empresa china Huawei que opere con la red 5G de Inglaterra. “La relación especial” (Churchill dixit) entre los pueblos de habla inglesa no se ve.

Quinto y tal vez una de las repercusiones más graves del Brexit. Si bien es verdad que la participación inglesa en el proyecto europeo siempre ha registrado vaivenes, lo del viernes no tiene precedente. Ian McEwan, uno de los más importantes escritores británicos contemporáneos, llamó al Brexit en un furibundo editorial el sábado “la más insensata y masoquista de las ambiciones en la historia del país.” La Unión Europea como proyecto ejemplar de reconciliación, entendimiento, cooperación e integración transnacional recibe un golpe durísimo. Un editorial del semanario alemán Der Spiegel la semana pasada llevó por título “Europa no puede darse el lujo de alienar al Reino Unido.”

Sexto, el daño institucional a la credibilidad del sistema político británico, referente para muchos en el mundo. Según encuestas posteriores al referéndum, la gente no disponía de información suficiente. Los votantes no distinguían entre un mercado común y una unión aduanera. De acuerdo con datos de David Frum en The Atlantic, después del Brexit, solo 9% de la población en el Reino Unido se identifica con un partido político. Nadie se siente claramente representado por las posturas de los partidos tradicionales en torno a Europa.

En su celebrado ensayo Política del Espíritu, el poeta francés Paul Valéry escribió “Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales.” La experiencia del brexit enseña que los pueblos, aún los más desarrollados, no solamente son mortales, sino que también pueden ser orillados a tentativas suicidas mediante un referéndum.



Analista de política nacional e internacional

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