Dicen que la candidata presidencial de oposición no ha asumido el liderazgo pleno de su campaña. ¿Qué significa eso? Sir John Keegan (1934-2012) fue uno de los padres de la historia militar contemporánea. Profesor en la Real Academia Militar de Sandhurst, en las universidades de Cambridge, Harvard y Princeton. Uno de sus libros, La máscara del mando. Un estudio sobre el liderazgo, es un análisis del estilo de conducción (militar y civil) de Alejandro Magno, Lord Wellington, Ulysses S. Grant y como contraejemplo, Hitler. Los cuatro personajes tuvieron no solamente la responsabilidad de gobernar a sus pueblos, sino que también comandaron sus ejércitos en importantes guerras. Todos ellos portaban “la máscara del mando”, una suerte de disfraz metafórico que cubre las emociones del rostro para proyectar el misterio del poder sobre sus subordinados. En medio de una campaña (militar o electoral), no es conveniente que quien ejerce el mando evidencie su verdadero estado anímico ante la tropa. Para que no se confíen si las cosas van bien, y para que no sufran desaliento si las cosas van mal. Si el rostro del dirigente es transparente, pierde mucho del respeto que inspira el halo del poder.

A Alejandro Magno lo distinguía el liderazgo heroico, ese que vive de presumir su audacia desafiando a todo y a todos. Le gustaba ponerse junto con sus soldados en las situaciones más peligrosas todo el tiempo. Esto le resultó contraproducente en la medida que le supuso numerosas heridas en combate atribuibles a la imprudencia, que le demostraron su vulnerabilidad a sus colaboradores y lo hicieron presa de múltiples conspiraciones por parte de su círculo más cercano.

Por su parte, Lord Wellington es la encarnación del caballero inglés, el liderazgo antiheroico dice Keegan. No tenía ningún interés por impresionar o llamar la atención de las masas (o su tropa), nunca buscó agradarles personalmente ni convivir en exceso con ellos. No obstante, el sentido del deber de Wellington era tan acentuado que le preocupaba mejorar las condiciones salariales y prestaciones de los soldados en atención a un concepto elemental de dignidad humana. Esto le ganó la lealtad permanente de sus milicias, que le permitieron derrotar finalmente a Napoleón en Waterloo y ganar su lugar en la historia universal. A pesar de su aparente distancia y frialdad, vivía pendiente de las condiciones materiales de su ejército en todos los sentidos: uniformes, armamento, provisiones, etcétera. No se exponía innecesariamente al peligro, ni él ni sus soldados, pero cuando era preciso plantarle cara al combate, se ponía al frente de la tropa.

El general Ulysses S. Grant, egresado de la prestigiosa academia militar de West Point, representa el éxito de la técnica sobre cualquier noción castrense del pasado. Es un liderazgo no heroico sino profesionalizado, digamos ingenieril. Educado en el estudio de las condiciones topográficas, el alcance de las armas y la disposición matemática de las tropas, Grant se convirtió en el héroe de la guerra civil estadounidense, aplastando los ejércitos del sur secesionista. Su minuciosidad técnica le permitió vencer las intrigas de sus enemigos que se quejaban de sus vicios personales y familiaridad con la tropa, pues se decía que disfrutaba beber en exceso con los soldados.

Finalmente, Hitler representa todos los vicios del liderazgo del falso heroísmo. Presume grandes éxitos del pasado para no tener que demostrar su destreza militar en el presente, alude a glorias ancestrales para dirigir a sus tropas desde distancias remotísimas, oculto en un búnker. Si bien logró exaltar los ánimos de sus conciudadanos hasta niveles violentísimos, llevó a sus soldados a la ruina haciéndoles creer que no estaban a la altura de sus antepasados.

Tan diferentes como fueron estos personajes y salvando las distancias temporales de las épocas y países en los que vivieron, se sirvieron de una serie de atributos que Keegan llama imperativos del poder. Los liderazgos exitosos en campaña, según Keegan, precisan desarrollar una sensación de afinidad con sus tropas, habilidades oratorias que los mantengan en comunicación con el soldado, capacidad de sancionar a quien desobedezca, capacidad de acción y reacción en la batalla, pero, sobre todo, habilidad para inspirar con el propio ejemplo. Si el comandante (¿candidata?) no da señales de su propia disciplina, compromiso integral, control temperamental, seriedad profesional, preocupación por las condiciones de su tropa y minuciosidad técnica en la toma de decisiones, no podrá demandar nada de esto en los subordinados.

John Steinbeck escribió en su gran novela Al este del Edén que cuando los seres humanos pierden la confianza en su capacidad para construir su propia vida, renuncian a su dignidad en busca de un hombre providencial que habrá de esclavizarlos. La prueba decisiva del liderazgo de Xóchitl Gálvez no estará en parecerse a figuras del pasado, sino en aprender de ellos y en su capacidad personal para devolverle a los mexicanos la confianza en sí mismos mediante su ejemplo inspirador. El bastón de mando puede ser derrotado por la máscara del mando, pero es preciso ponérsela.

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