El viaje presidencial a Washington formó un remanso en las turbulentas aguas interiores. Los problemas esta ahí, son graves y se anuncian duraderos. Reconocerlos en su exacta dimensión y crudeza es el comienzo imprescindible de su solución. En la vorágine de la pandemia las fechas corredizas y los pronósticos cambiantes ponen en duda la rectoría de la ciencia sobre el poder. En ausencia de un Estado fuerte o de una sociedad orgánica las adversidades provocan el desmembramiento y quiebran la unidad. Es la hora de la política en la arena de los conflictos.

En un país tan desigual la aceleración de la caída económica será más letal que la enfermedad. Los diagnósticos son irrefutables y aterradores. Sólo podremos enfrentarlos por la razón y el consenso. La comunicación virtual es un “cara a cara” con quienes no habíamos soñado dialogar. Una democracia ideatoria y potestativa, lindante con las comarcas de la utopía. Lo primero es asegurar que la población no se muera de hambre: la inmediata instauración del Ingreso Básico Ciudadano, basamento de un acuerdo nacional de emergencia. Transferencia monetaria universal y auditable, no clientelar, independiente de los servicios públicos y complementaria de otros apoyos económicos focalizados por segmentos y categorías de la población: como adultos mayores, madres solteras, grupos vulnerables y becas para jóvenes —ya incorporados en el artículo 4° de la Constitución—. Su ubicación estaría en el 35 como derecho inalienable de todo ciudadano.

Es el primero de los derechos humanos, ya que sin su vigencia no puede gozarse efectivamente de ningún otro. Toda autoridad que lo exhiba como una dádiva o favor político debiera ser penalizado. El Estado tiene la obligación de garantizar a cada ciudadano un ingreso suficiente como “participación mínima en la producción de la sociedad”. No se trata de una novedad, sino de una antigüedad tan elemental: el principio de “amar al prójimo como a sí mismo”. Los revolucionarios franceses lo retomaron como inherente al concepto del ciudadano, como la milicia o la libertad.

El socialismo humanista tanto como el solidarismo pugnaron por un “salario mínimo existencial” como respuesta a los estragos de la Segunda Revolución Industrial y disolvente de la lucha de clases. Frente al contraataque de una burguesía avara y entronizada, argumentaron que “el problema no es económico sino de mentalidad”. Las épocas de cambio demandan en efecto la renovación ideológica de los dirigentes, mientras los cambios de época exigen el imperio de la mente sobre la costumbre.

En nuestro lacerado país la resaca del Covid-19 puede borrar pronto los avances sociales alcanzados durante su historia. La reacción ha de ser múltiple, coordinada y creciente. La clave de bóveda que sostenga la estructura de la construcción social será la atención radical a las necesidades de los más pobres. Según Coneval, 63 millones de mexicanos (51%) carecen de algunos satisfactores básicos, pero 21 millones (19%) carece de todos. Esto es la pobreza extrema. Sentencia que la prolongación de la crisis podría incrementar esta desgracia en 11 millones más, hasta llegar a 38%. Cifra sólo irreductible por la muerte.

Sostener que las políticas neoliberales marcan paso a paso este declive durante tres decenios no es arenga izquierdista, cantinela opositora o nostalgia estatista; sino evidencia demostrable a través de la estadística contemporánea. Hoy somos gobierno cuya salvación histórica es proporcional a su capacidad de consumar un viraje sustantivo en favor de los desposeídos.



Diputado federal

Google News

TEMAS RELACIONADOS