A las mexicanas y mexicanos:

Hoy conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, decretado por la Asamblea General de la ONU desde el año 2000, cuya declaración tuvo origen en las hermanas Mirabal, quienes lucharon para derrocar al dictador Rafael Trujillo, presidente de República Dominicana y consolidar sus ideales y los de una sociedad que anhelaba libertad, justicia y democracia.

Hace 61 años, el 25 de noviembre de 1960, la hermanas Mirabal fueron asesinadas después de ser perseguidas, privadas de su libertad, torturadas y violadas. En su muerte se depositó la más extremas de las violencias motivada por su género e ideología. Ellas dieron su vida para cambiar esa historia donde las relaciones de poder se han empeñado en hacer desiguales a las mujeres y a los hombres a partir de construcciones sociales que tienen como fin la subordinación y la exclusión de uno de los sexos.

Una historia que ha continuado en México y en el mundo entero y que exhibe su realidad en cifras y en la crueldad de sus hechos. Basta con ver la realidad de la que formamos parte, para darnos cuenta de la ONU tiene razón, “la violencia contra la mujer es omnipresente y devastadora”.

25% de las mexicanas iniciaron un matrimonio, mayoritariamente forzado, entre los 12 y 17 años; 42.8% de estas niñas y adolescentes casadas es madre, por lo que las posibilidades de continuar con sus estudios son prácticamente inexistentes y las de ser víctimas de violencia altamente posibles. Además, 25% de las personas reportadas como desaparecidas en nuestro país son mujeres jóvenes de entre 15 a 19 años y muy probablemente víctimas del delito de trata de personas. De acuerdo a diversas organizaciones y especialistas, al hacer el cruce de datos aseguran que 93% de las víctimas de trata son mujeres y niñas; en tanto que prácticamente el mismo porcentaje de los tratantes son hombres (enganchador, proxeneta, dueño del lugar donde la víctima es explotada, cliente, etc.), lo que deja manifiesto que, junto a las agravantes de este delito, existe un claro componente de violencia de género, lo que da cuenta inequívoca de la jerarquía sexual prohibida por las leyes pero imperante en la cotidianidad.

Durante el confinamiento derivado de la pandemia, de enero a mayo de este año, 13,631 mujeres huyeron por violencia familiar; y de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo, en mayo de 2021, hubo un registro histórico en casos de violencia familiar: 23 mil 905 casos más que en 2019. Es decir, las mujeres fueron las más afectadas durante el confinamiento, ya que enfrentaron dos pandemias, la del Covid y la de la violencia.

No podemos dejar de señalar que, en nuestro país, 7 de cada 10 mujeres de 15 años o más que han estado en pareja sufrió en algún momento de su vida violencia física, sexual, psicológica o económica. Diariamente en promedio 11 mujeres son víctimas de feminicidio y 58 de violación. La verdad es que, para el establecimiento de la igualdad sustantiva entre los géneros, aún falta un largo camino por recorrer. Los derechos y libertades de las mujeres no están salvaguardados, siguen siendo altamente vulnerados en todas las esferas de la vida tanto privada como pública.

Las mujeres ganan menores salarios por iguales trabajos y mayoritariamente ocupan empleos informales, debido a que llevan a cuestas la carga del trabajo en el hogar, el cual no es remunerado, por lo que generalmente trabajan dobles e incluso triples jornadas que le impide desarrollarse integralmente, salir de la pobreza y alcanzar el bienestar al que tienen derecho.

La violencia contra las mujeres, las adolescentes y las niñas es una pandemia continuada, la más grave de toda la historia de la humanidad que parece interminable, que está presente en todos partes y todo el tiempo, en donde las mujeres de todas las edades, grupos sociales y nacionalidades son cosificadas, invisibilizadas, maltratadas, discriminadas, abusadas, vendidas, compradas, asesinadas y desechadas.

Por eso cada 25 de noviembre las mujeres vivimos una dicotomía: conmemoramos la vida y tocamos la muerte recordando a las que ya no están con nosotras; celebramos los avances y exigimos seguir adelante porque no son suficientes; nos reunimos en eventos porque sabemos que después caminaremos en soledad; y nos empoderamos este día porque habrá 364 días más en los que nos acompañará el miedo. Una dicotomía que ha servido, precisamente, para no rendirnos.

Paola Félix Díaz, activista social.

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