A las mexicanas y mexicanos:

Los procesos migratorios constituyen en nuestros días uno de los principales retos a escala mundial; en este escenario, el Estado mexicano enfrenta el fenómeno de manera multidimensional al ser un país de origen, tránsito, destino y retorno, lo que conlleva una problemática consustancial como lo son la violencia, las injusticias, el tráfico y la trata de personas, entre otros aspectos, que hacen más cruenta la realidad que enfrentan las personas que se ven obligadas a migrar de sus lugares de origen, debido a la pobreza, el hambre y los desplazamientos forzados.

Todas las naciones, particularmente las más desarrolladas, tienen que asumir que el fenómeno migratorio trasciende fronteras y constituye una verdadera tragedia humanitaria, toda vez que la desigualdad entre los seres humanos es persistente e incluso mucho más profunda en la era de la globalización, pues el progreso de unos es proporcional al atraso de otros.

Desafortunadamente, los principios fundamentales de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, adoptada por los líderes mundiales en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015: “no dejar a nadie atrás y garantizar los derechos humanos para todos”, están lejos de ser alcanzados en el orbe, al igual que el objetivo de terminar con la pobreza y promover la prosperidad económica compartida, el desarrollo social y la protección ambiental para todos los países.

En esta década, aún se encuentran profundamente arraigadas, la discriminación, el racismo y la xenofobia; la supremacía de unos seres humanos sobre otros se resiste a morir. Basta con ver cada día los noticieros para darnos cuenta de que la frase lapidaria de Hobbes en el Leviatán cobra vida cada día: homo homini lupus, “El hombre es el lobo del hombre”.

Por ello, es fundamental destacar el cambio de modelo en la política migratoria del presidente de la República, que parte del respeto pleno a los derechos humanos, la inclusión y la perspectiva de género, cuyo centro es la persona migrante, así como el desarrollo social y económico como sustento de la movilidad humana de una manera regular, ordenada y segura.

Tenemos que asumir que en la globalización la interdependencia entre los países es una condición sine qua non, por lo que tenemos que asumir la responsabilidad de procurar el bienestar de toda la humanidad, sin sectarismos ni falsos nacionalismos que sólo abonan al destierro y a la segregación. Entender que más allá de los intercambios comerciales y de capitales, también existen intercambios de culturas, de anhelos y de personas a quienes les son inherentes un conjunto de libertades y derechos que deben ser garantizados.

La posición de México resulta destacable, pues está sentando las bases para la construcción de nuevos acuerdos internacionales que tengan en su centro de interés el bienestar de los seres humanos. Un nuevo paradigma que sea capaz de transitar del individualismo al interés colectivo, que asuma la solidaridad entre los pueblos como un principio irrenunciable y no como un discurso coyuntural, lo que significa colocar a la migración en el centro de la agenda mundial como un asunto esencial en las relaciones internacionales, donde la cooperación y la corresponsabilidad se asuman a cabalidad.

En otras palabras, se necesita un nuevo entendimiento que dé paso a una nueva regulación económica, a la integración y reintegración de personas en un escenario de movilidad internacional, así como al fortalecimiento entre las naciones para reducir los desequilibrios y disparidades existentes y así alcanzar el desarrollo.

No son asuntos menores la implementación del Plan de Desarrollo Integral con El Salvador, Honduras y Guatemala; la Alianza del Pacífico con la que se estrechan los lazos con Chile, Colombia y Perú; los diversos proyectos de cooperación internacional con la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo; la agenda impulsada por el Ejecutivo para contar con más vacunas y ponerlas a disposición de siete países de América Latina y el Caribe; el voto unánime para que México ejerciera la presidencia por segundo año en la CELAC, entre otros aspectos, gracias a la alianza estratégica con la CEPAL y la FAO para complementar la estrategia regional y combatir la pandemia; el firme impulso de las agendas de cooperación con Estados Unidos y Canadá para afrontar la delincuencia organizada trasfronteriza, así como ser el primer país latinoamericano en adoptar una política exterior feminista.

Es claro que no queremos que México sea “un campamento de migrantes”, pero tampoco queremos cerrar las fronteras y criminalizarlos, convirtiéndonos en esos lobos hobbesianos que esperan el paso de sus semejantes para cazarlos. Es necesario atender con una perspectiva humanista y humanitaria el flujo migratorio de la región, pues los éxodos de nuestras hermanas y hermanos centroamericanos, reclaman con urgencia la intervención de los organismos internacionales y las naciones involucradas.

No son los muros, las policías fronterizas, las sanciones ni las deportaciones lo que detendrán las migraciones, sino el desarrollo, el empleo, la erradicación del hambre y la instauración de la paz en las diferentes regiones de América Latina. El mundo no puede abandonar a esa parte de la humanidad que lo conforma. El proceso de mundialización no puede avanzar desbocado hacia la acumulación de riqueza a costa de la dignidad y de la vida de las personas. No podemos sucumbir a la idea de devorarnos unos a otros en una aberrante barbarie que apunta a la involución humana.

Como lo señaló el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, debemos considerar la necesidad de unir a la sociedad, a los gobiernos y a los corporativos para estructurar una economía que reduzca la desigualdad. Para ello, es necesario seguir pugnando por una política económica y social que no nazcan divorciadas.

Paola Félix Díaz
Secretaria de Turismo de la CDMX;
activista social y exdiputada federal.

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