De acuerdo con la declaración de Phumzile Mlambo-Ngcuka, directora ejecutiva de ONU-Mujeres, realizada hace unas semanas, existen 90 países en el mundo en situación de confinamiento debido a la pandemia, es decir que cuatro mil millones de personas se encuentran en sus casas debido a las medidas de sana distancia dictadas en cada una de estas las naciones con el objetivo de evitar la propagación y el contagio exponencial del COVID-19. No obstante, esta medida de protección sanitaria conlleva un “peligro mortal” para las mujeres, al ser víctimas de violencia dentro de sus hogares.

Sí, la violencia familiar es la otra pandemia que crece junto a con la del coronavirus y está dejando más víctimas en el mundo que el virus, de ahí que cada día son más las estrategias implementadas para atenderla; sin embargo, las llamadas de ayuda y las denuncias no han cesado. En países como Argentina, Canadá, Francia, Alemania, España, Reino Unido, Estados Unidos, México, Singapur, Chipre, Australia, entre otros, las autoridades y las organizaciones de la sociedad civil han señalado el aumento de la violencia doméstica durante la crisis sanitaria, e incluso algunos reportes indican que las solicitudes de ayuda vía telefónica se han incrementado en un 40%.

Más allá del idioma, del color de piel y de la posición económica, la violencia de género se ha exponenciado a nivel global, sumándose a sus causas estructurales otras coyunturales, como la tensión generada por la economía, la salud, la incertidumbre del futuro y el estrés derivado del encierro en casa, lo que ha dado paso a una mayor inestabilidad psicoemocional que resulta en múltiples formas de violencia hacia las mujeres, incluida la más extrema de todas: el feminicidio.

Los últimos datos publicados este año por ONU-Mujeres destacan que: en el mundo, 243 millones de mujeres entre 15 y 49 años han sido víctimas de violencia física y/o sexual a manos de su pareja, 137 mujeres son asesinadas a diario por un miembro de su familia, menos del 40 % de las mujeres que sufren violencia buscan algún tipo de ayuda y menos del 10% de quienes lo hacen recurren a la policía; en tanto que en América Latina y el Caribe, 3,800 mujeres fueron asesinadas en 2018, región donde están 14 de los 25 países con mayor número de feminicidios; por lo que respecta a México, el organismo refiere que según la ENDIREH 2016, 43.9% de las mujeres ha experimentado violencia por parte de su actual o última pareja, y que, entre enero y febrero de 2020 se registraron 166 presuntas víctimas del delito de feminicidio y 466 víctimas mujeres de homicidio doloso, se contabilizaron 9,941 presuntas víctimas de lesiones dolosas y se atendieron 40,910 llamadas de emergencia al número 911 relacionadas con actos de violencia contra las mujeres.

Se estima que el número de víctimas ha crecido significativamente durante el confinamiento, despertando una alerta en todo el orbe que reclama atención urgente para mitigar este fenómeno, que desafortunadamente hoy caracteriza a la sociedad global. La terrible realidad que existía antes de la pandemia se ha recrudecido debido a que las mujeres prácticamente se encuentran de tiempo completo bajo el mismo techo que sus agresores. El aislamiento sanitario y social se convirtió también en un alejamiento de los sistemas de procuración e impartición de justicia y de las redes de apoyo, por lo que, para muchas de ellas, la casa se ha vuelto un auténtico cautiverio y el espacio íntimo un entorno propicio para dar rienda suelta a comportamientos controladores, abusivos, discriminatorios y violentos.

La pandemia afecta a las mujeres de manera distinta que a los hombres, lo que ha profundizado aún más las desigualdades existentes; la precarización salarial y laboral viene acompañada de una mayor carga de trabajo no remunerado en el hogar, lo cual las hace mucho más vulnerables ante la crisis de salud y económica, ejemplo de ello son las cifras del gobierno británico del mes pasado, que muestran que el 40% de las mujeres empleadas trabajan a tiempo parcial, en comparación con el 13% de los hombres.

La minusvaloración de su trabajo dentro y fuera del hogar, así como el aumento de la violencia por razones de género, constituyen una terrible fractura en el empoderamiento económico, la autonomía y la igualdad sustantiva de las mujeres, ya que, de acuerdo con diversos estudios y especialistas, los ingresos, avances y logros obtenidos por millones de ellas están siendo destruidos por la pandemia, tendencia que apunta a perpetuarse si no se resuelve de manera rápida y con una perspectiva trasnacional, ya que no es una problemática aislada que afecta solamente a una nación o región.

Ante esta situación, es preciso garantizar que las mujeres tengan las mismas posibilidades que los hombres de influir en los procesos de toma de decisiones relacionados con el brote epidemiológico, la reactivación económica y los nuevos estilos de vida en que inevitablemente estaremos inmersas todas las personas durante los siguientes meses, pues ello permitirá atender sus múltiples necesidades; así como asegurar que los sistemas de protección social asuman un enfoque de género, al igual que el resto de los programas emergentes en los ámbitos laboral, industrial, comercial, financiero, cultural, social, entre otros, asegurándoles la permanencia y continuidad en los centros educativos, posibilidades reales de desarrollo y la progresividad de todos y cada uno de sus derechos, a sabiendas de que los impactos derivados del COVID-19 afectan a las mujeres de manera más negativa y desproporcionada, tal y como ha ocurrido a lo largo de la historia ante la presencia de otras pandemias, desastres naturales y amenazas diversas.

Paradójicamente, las mujeres representan casi el 70% de la fuerza laboral en el sector salud en el mundo, es decir, en este momento ellas están al frente del cuidado de quienes se han contagiado. No obstante, en sus entornos laboral, comunitario y familiar están sujetas a la discriminación y a la violencia, a la invisibilidad y a la falta de atención de sus necesidades emocionales, psicológicas, económicas, sanitarias y familiares.

Los organismos, los colectivos feministas, los gobiernos y la sociedad han activado mecanismos de diversa índole para revertir los altos índices de violencia que, como género, vivimos las mujeres en el mundo, lo que requiere la suma de todas las voluntades de los sectores sociales y productivos para evitar que la mitad de la población sea presa de la extrema vulnerabilidad y el desamparo, porque ello significaría una crisis humanitaria sin precedentes.

Es urgente visibilizar la problemática y ponerla en el primer orden de las agendas nacional e internacional para que las niñas, las adolescentes y las mujeres estén “al centro de la respuesta a la emergencia”, fortalecer las medidas de prevención, atención y protección e insistir en la necesidad de co-construir relaciones sociales y familiares más igualitarias a partir de nuevas masculinidades positivas. Lo anterior es una tarea que todas y todos debemos asumir en cada uno de nuestros campos de acción y bajo el entendimiento de que la violencia hacia las mujeres es un fenómeno mundial que tenemos que atender con una perspectiva amplia e integral desde el ámbito local.

Paola Félix Díaz
Titular del Fondo Mixto de Promoción Turística de la CDMX;
activista social y exdiputada federal.

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