Por: María Teresa Martínez Trujillo

El Covid-19 y las distintas crisis que apareja(rá) han sido la lente de los análisis en los últimos dos meses, también en materia de seguridad y violencia: ¿qué podemos esperar de los patrones delictivos y de las violencias?; ¿qué nuevos comportamientos criminales desata esta crisis sanitaria?; ¿en qué medida hace evidente lo que siempre estuvo ahí y éramos incapaces de mirar por miopía o habíamos olvidado por rutina? De todas las aristas de la inseguridad, una que ha revivido con fuerza es la que me permitiré llamar “el arquetipo del narco bueno”.

Ya sea en la cobertura noticiosa o en las redes sociales, en México u otros países de América Latina, hemos constatado que grupos criminales han puesto en marcha algunas acciones sociales, presumiblemente, para gestionar esta crisis sanitaria a su manera. Así, unos reparten despensas mientras que otros instalan toques de queda a punta de amenazas.

En medio de esta coyuntura, es fácil caer en la tentación de ofrecer una conclusión rápida: los grupos criminales estarían llenando los vacíos que deja el estado frágil. Si acaso, tal interpretación se adereza movilizando la noción de “bandidos sociales” que acuñara Hobsbawm para referirse a aquellos delincuentes que, al permanecer inmersos en su entorno campesino de origen, no son vistos por la comunidad como criminales sino como “héroes, campeones, luchadores por la justicia, incluso, líderes libertarios y, en todo caso, hombres que deben ser admirados, ayudados y apoyados”1.

Esta suerte de Robin Hood ya ha sido utilizada en el pasado para explicar algunas interacciones entre los traficantes de droga y las comunidades en las que operan2.

Y es que, las narrativas dominantes son lo bastante flexibles como para ofrecer explicaciones al margen de la temporalidad, de las especificidades del espacio analizado o de la diversidad de prácticas constatadas y de aquellas que, aunque nadie ha documentado, son posibles.

En contraste, en los últimos días, un importante grupo de investigadores ha aprovechado los foros académicos3 y las redes sociales4 para reflexionar sobre lo que no sabemos de este tipo de prácticas, negándose a repetir la narrativa dominante y, con ello, abriendo fructíferas puertas a un análisis más completo y complejo.

Con el ánimo de sumarme a este ejercicio, y de ofrecer un panorama que organice algunas de estas atractivas pistas de análisis, propongo revisitar el “arquetipo del narco bueno” considerando al menos tres pilares: 1) la variable espacio-tiempo; 2) los actores involucrados y; 3) el tipo de actividades realizadas.

Para comenzar, conviene reconocer que, si bien la pandemia es una coyuntura y, en esa medida, podría detonar acciones pasajeras, también lo es que podríamos estar ante medidas de carácter estructural que la coyuntura hace visibles. Así, revisar otros momentos críticos, como desastres naturales, podrían revelarnos en qué medida estamos ante una forma de gestión de la crisis sanitaria o bien, de cualquier otra coyuntura.

Al mismo tiempo, es indispensable explorar, con una perspectiva histórica seria, qué sabemos sobre esta misma forma de operar en diversos espacios y momentos en el tiempo. En ese sentido, el trabajo de archivo es probablemente la fuente más noble a nuestro alcance. Como botón de muestra, se podría evocar una entrevista televisada a mediados de los años 80 en la que Rafael Caro Quintero, entonces en prisión, explica que él y sus compañeros del llamado Cártel de Guadalajara sólo son campesinos, “gente noble, que ayuda a México” llevando servicios básicos a los ranchos, sin más ánimo que contribuir y hacer “lo que el gobierno no hace”5.

¿Qué podemos constatar sobre la continuidad de lo que parece ser una práctica longeva? (la de otorgar beneficios a la comunidad y hacerlo saber al público); ¿qué vemos hoy que no era visible antes?; ¿en qué medida este ejemplo emanado de un contexto rural de los años 80 viajaría adecuadamente a otro de tipo urbano contemporáneo?

Ahora bien, revisando los distintos espacios geográficos, invariablemente, habremos de reparar en la diversidad de actores criminales de los que dan cuenta las notas periodísticas. Aunque la etiqueta “narco” sea una marca recurrente, invisibiliza a los múltiples actores criminales y cómo sus “acciones sociales” pueden ser no sólo distintas, sino explicadas desde diferentes motivaciones.

Por ejemplo, en el marco de una entrevista académica, el historiados Luis Astorga menciona que, probablemente, más que ayudar a la comunidad, estos grupos podrían estar invirtiendo en la infraestructura necesaria para su negocio o mejorando la calidad de vida de sus familiares, dado que en algunas regiones buena parte de la población sostiene lazos parentales con ellos6.

Esto supone un cierto nivel de arraigo del grupo criminal en el territorio en el que opera. Sin embargo, en casos en los que estos grupos carecen de raíces en la comunidad, estas acciones podrían estar motivadas más por una agenda de generación de obediencia, respeto e incluso miedo. Si el territorio está en disputa entre varios grupos, estas acciones pueden ser también un mensaje hacia los adversarios.

En todo caso, los distintos escenarios nos obligan a dirigir la luz sobre las relaciones que se establecen con otros actores. Desde luego, si asumimos diversidad y dinamismo entre los grupos criminales, también habremos de hacerlo al analizar el rol de las comunidades y el gobierno.

En otras palabras, hablar de “la comunidad” en general entorpece la comprensión de prácticas en las que los grupos criminales no sólo otorgan dádivas a una población pasiva y empobrecida, sino que bien pueden ser apoyo de las élites económicas7 a las que esta crisis también ha puesto en jaque. Así, tendremos que dejar de asumir que este tipo de acciones tienen un mismo alcance entre los distintos miembros de una comunidad o bien, que generan una misma reacción de su parte.

En lo tocante al gobierno, no abundaré más, sólo insistiré en que verlo como un ente presente/ausente o fuerte/débil es problemático y simplista. De paso, toca cuestionar qué tan pertinente es clasificar a los actores involucrados como criminales, miembros de la comunidad o del gobierno, como si estos tres grupos fueran siempre excluyentes.

Respecto al tipo de actividades, es pertinente descomponer el concepto “acciones sociales” para observar cuáles de estas responden más a la carestía y fragilidad económica por venir (reparto de alimentos o préstamos de dinero); cuáles están más orientadas a formas de control social (toque de queda, patrullajes, control de accesos y rutas de transporte, arrestos y otros castigos); y si acaso algunas muestran una agenda puramente económica (incrementar ganancias), o incluso, rasgos moralizadores (sancionar el consumo de alcohol y la violencia doméstica durante el confinamiento, por ejemplo).

Observando con más cuidado las distintas acciones, se hace evidente que éstas implican diversos niveles de violencia simbólica o explícita, que hay una parte pública -y tal vez publicitada- mientras que otra parte se gestiona con secrecía, que la dispersión de la información puede descansar en distintos métodos (boca-a-boca, mantas o uso de redes sociales) y que estos grupos pueden moverse con fluidez entre el terreno de lo lícito y lo ilícito.

Este catálogo de posibilidades aún carece de explicaciones desde los cómos y los porqués, y auguro que difícilmente van a poder tratarse desde nuestro escritorio. Salir al campo a recolectar evidencia, realizar observaciones, entrevistas o sumergirse en los archivos es, probablemente, lo que más nos apetece a quienes nos hemos planteado estas preguntas. Así, tras el confinamiento, muchas pistas que explorar nos esperan y con ello, retos metodológicos y teóricos que estamos ansiosos de asumir. Mientras tanto, sigamos afinando las preguntas.

Investigadora del Observatorio Nacional Ciudadano
@ObsNalCiudadano

1 Hobsbawm, E. (2008) [1969]. Bandits. Harmondsworth: Penguin Books, p. 16

2 Vgr. Edberg, M. C. (2001), Drug Traffickers as Social Bandits: Culture and Drug Trafficking in Northern Mexico and the Border Region, Journal of Contemporary Criminal Justice, Vol. 17, No. 3, p. 259-277.

3 Webinar: COVID19 in Latin America: Crime, State Weakness and Criminal Governance, ILAS, Columbia, Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=r_LL-PlEQmw

4 Por ejemplo, ver hilo completo https://twitter.com/farfan_cc/status/1251230700809809920

5 Entrevista realizada por reporteros a Caro Quintero desde el Reclusorio Norte, 1 de mayo de 1985, Archivo fílmico de Televisa.

6 Entrevista realizada por la autora al historiador Luis Astorga, el 10 de marzo de 2014 en Ciudad de México, en el marco del trabajo de campo en que descansa su tesis de maestría.

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