Diana Sánchez

Somos más de las que imaginan

Somos más de las que han querido reconocer

El pasado 8 de marzo marché en la Ciudad de México junto a 80 mil mujeres (según las cifras oficiales) y junto a otros miles más en el resto del país y del mundo. Juntas hicimos que se escuchara nuestra voz, por las que no están, por las que somos y por las que seremos.

Entre las numerosas consignas que resonaban en mi cabeza (y en mi pecho), una llamó mi atención, esta versaba sobre la incapacidad del gobierno para asumir la complejidad que supone la violencia de género: sus víctimas, su prevalencia, sus consecuencias y las distintas maneras en las que se manifiesta.

“No somos una, no somos diez, pinche gobierno, cuéntanos bien”, dice la consigna.

La narrativa oficial ha dejado en las sombras a las víctimas de la violencia (física, sexual, psicológica y económica) contra las mujeres. Los patrones que se gestan en las casas y que se perpetúan por las familias, los empleadores y las autoridades, ponen en evidencia las incapacidades institucionales y estructurales para paliarlos. Además, la normalización de esta ha causado el ensanchamiento de sus límites y ha dejado inmóviles a los actores responsables de darle atención.

En México no se cuenta con protocolos generales para atender los casos en la materia y menos para proporcionar medidas de protección a sus víctimas. Somos nosotras quienes creamos redes con otras mujeres, nosotras nos protegemos, aun cuando las organizaciones de la sociedad civil ofrecen su apoyo, este no es suficiente cuando la estructura no está articulada en la misma lógica.

Al respecto, la ONU en su estudio Poner fin a la violencia contra la mujer: de las palabras a los hechos, de 2006, indicó que:

“Cuando el Estado no responsabiliza a los autores de actos de violencia y la sociedad tolera expresa o tácitamente a dicha violencia, la impunidad no sólo alienta nuevos abusos, sino que también transmite el mensaje de que la violencia masculina contra la mujer es aceptable y normal” . (1)

El 9 de marzo las mujeres que estuvimos en posición de parar nuestra rutina lo hicimos, esto resultó en pérdidas financieras e inmovilización de escuelas, transportes públicos, oficinas e incluso, familias. Al respecto me pregunté: en un país en el que todo se mide (porque sólo así se puede mejorar y diseñar política pública) por qué no existen las condiciones adecuadas para denunciar esos hechos, por qué se disuade a las víctimas, por qué se les revictimiza.

Primero, requerimos voluntad política, que se reconozca la trascendencia de nuestras palabras al denunciar la manera en la que vivimos. Es preciso que se procure contar con datos y con ello, asumir la realidad. Segundo, hay que crear condiciones para que las víctimas de la violencia de género denuncien sin temor, para así contar con información suficiente y precisa que sirva de insumo para la atención eficaz de las mismas y, por último, es necesario que se diseñen e implementen políticas públicas claras y menos retoricas.

Porque no somos una, no somos diez

¡Vivas nos queremos!

(1)   Poner fin a la violencia contra la mujer: de las palabras a los hechos, Estudio del Secretario General de las Naciones Unidas, 2006

Investigadora del Observatorio Nacional Ciudadano
@_dianasanchezf

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