Cuando caminamos por sitios muy transitados de la Ciudad de México, por lo regular lo hacemos de prisa y sin reparar en lo sucedido años atrás en estos lugares, pues además de todo hoy ya no lucen como décadas atrás.
Tal es el caso del área donde actualmente vemos el majestuoso Palacio de Bellas Artes, a pocos metros de uno de los pasos peatonales más transitados de la CDMX, como es el cruce del Eje Central y la calle de Madero, pues pocos saben de las huellas históricas que se resguardan en el subsuelo.
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Para entender este legado entrevistamos al arqueólogo Omar Espinosa Severino, quien nos remonta a la Época Prehispánica, en el periodo Posclásico Tardío para ser exactos, cuando la mega urbe Tenochtitlan-Tlatelolco dominaba la región centro de lo que ahora llamamos México. Nos dice que era una ciudad cosmopolita de la que se sabe mucho de su centro político y religioso, pero no tanto de su periferia.
Justo a la zona que nos referimos, narra Espinosa Severino, correspondía de forma inicial a un islote menor en el sistema de Lagos de la Cuenca de México, que abarcaba un espacio desde Eje Central y hacia toda la zona de la Alameda: como complemento del islote de Tenochtitlán fue absorbida entre 1440 y 1469 por medio de canales, acequias, terraplenes, puentes y chinampas durante el gobierno del Tlatoani Moctezuma Ilhuicamina.
En lo que ahora es la explanada del Palacio de Bellas Artes existió entre los años 1455 y 1507 un área de habitaciones mexicas de gente que muy probablemente se dedicaba al comercio por las características de su espacio.
El arqueólogo comparte que aquella era un área mixta, pues había algunas edificaciones menores de vivienda, un área de cultivo de hortaliza donde se producía maíz, frijol, calabaza, chile, tomate, chía y amaranto. Además de un temazcal, una pileta para agua potable, un horno de cerámica y además un muelle para las embarcaciones pequeñas que circulaban constantemente en los lagos de Texcoco, Chalco y Xochimilco.
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Las casas que se encontraban en esta zona contenían los enceres de actividades cotidianas como vasijas, platos, figurillas, malacates para realizar hilados que podrían usarse en la fabricación de redes de pesca. Además de una escultura de piedra de la deidad Huehueteotl, el dios viejo del fuego, que era una figura muy importante en la cosmogonía mexica, pues su simbolismo se relacionaba con el tiempo primigenio, la renovación de los ciclos vitales, con los procesos de cocción y con el sol: Huehueteotl, esencia fundadora del cosmos.
El también cofundador de Libreta Negra Mx agrega que era una costumbre funeraria de la época enterrar a los familiares debajo del piso del hogar, para tener a los seres queridos en un mismo círculo, quizá con la intensión de que cuidaran de aquellos que seguían en el plano terrenal.
En la zona que nos referimos había catorce entierros bajo las viviendas, algunos de los restos mortales de las personas se encontraban en cestas cilíndricas, otros en urnas funerarias, otros inhumados: había dos grupos de edad, adultos jóvenes de entre 11 y 20 años e infantes de 4 a 10 años, todos acompañados por ofrendas.
A decir de Omar, por supuesto la historia no está sólo en espacios privados, las casas de la zona que ocupa el actual Palacio de Bellas Artes formaban parte de una organización más grande. Para empezar, hablamos de la parcialidad de Moyotlán, una de las grandes divisiones de Tenochtitlan, que se mantuvo hasta el Virreinato.
Esta parcialidad se caracterizaba por tener la mayor cantidad de chinampas de uso mixto en la ciudad, era una zona de cultivo y de viviendas en la que se consumían hortalizas domésticas y se distribuían todo tipo de productos, pues era uno de los puntos de salida de una ruta de navegación que conectaba la mega urbe con el sur de la Cuenca de México y otras provincias del Imperio Mexica:
La ruta comenzaba en Moyotlán y Teopan, de donde salían diversas embarcaciones con rumbo a la península de Iztapalapa y Xochimilco, pasando por Mixiuhca (hoy Santa Anita) e Iztacalco que eran islotes menores del Lago de Texcoco y que tenía otros asentamientos que servían de puestos comerciales antes de entrar a la gran ciudad, según las puntualizaciones que encontró el experto arqueólogo.
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Además, Moyotlán se dividía en barrios que se caracterizaban por ser comunidades organizadas por deidades patronas, actividades económicas o lazos familiares. Las casas mexicas de esta zona correspondían al barrio Macpalxochitlán, que se identificaba como una zona de alta producción alfarera y de producción agrícola.
Sin embargo, así como el tiempo no se detiene, los cambios sociales tampoco. Luego de la intrusión de grupos europeos y ejércitos de aliados indígenas en el asedio de Tenochtitlan-Tlatelolco, la zona de Moyotlán resultó muy afectada. Fue una de las parcialidades más dañadas por la guerra de la Conquista, por ser testimonial de la brutalidad del cierre de calzadas y secado de acueductos. Fue una de las zonas más saqueadas.
Omar nos hace viajar en tiempo y nos dice que hacia 1522 comenzó la reconstrucción y adecuación de la ciudad, ya como capital del régimen colonial español. Con la instauración del Virreinato en 1535, la zona de Moyotlán quedó reinsertada en la Ciudad de México como una república de indios, nombrada como República de San Juan Tenochtitlan, en la que se mantenía una vida cotidiana muy activa pues se practicaba la producción agrícola, cerámica y se establecieron algunos tianguis importantes para la ciudad.
Había un convento donde hoy vemos la explanada de Bellas Artes
Omar invita a imaginar aquel histórico panorama: en los terrenos donde hoy vemos la explanada del Palacio de Bellas Artes se estableció la casa de la familia Villanueva Cervantes-Suárez de Peralta entre 1520 y 1550. A su parecer, esta familia tiene una historia de lo más interesante, pues el principal personaje del hogar fue Catalina de Peralta, nieta de Diego Xuárez Pacheco, encomendero de varios territorios en la Nueva España.
Xuárez Pacheco tuvo como hija a Catalina Suárez “La Marcayda”, primera esposa de Hernán Cortés, quien por cierto murió en condiciones extrañas. Catalina de Peralta se casó con Agustín de Villanueva Cervantes, quien provenía de una familia acomodada y fue administrador de varias encomiendas en la Nueva España.
Al quedar viuda en 1580, Catalina de Peralta heredó varias encomiendas y los terrenos de su propia casa. A partir de 1591 decidió promover ante el ayuntamiento de la Ciudad de México y el Vaticano la fundación de un nuevo convento.
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Se solicitó dos veces hasta que el 31 de marzo del año 1600 el Vaticano, de mano del papa Clemente VIII, ratificó la petición; por lo que se determinó que sería el Convento de la Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel, conocido años más tarde solo como Convento de Santa Isabel de religiosas franciscanas, particularmente de las clarisas.
El nombre se retomó por el evento canónico de María visitando a su prima Isabel para contarle el proyecto que Dios tenía para ella y como preparación de lo que vendría. Isabel es tomada en los evangelios de San Lucas como una figura predominante en los pasajes marianos y de la infancia de Jesucristo.
El convento se establecería en el propio terreno que ahora es la explanada y planta principal del Palacio de Bellas Artes, utilizando la casa de Catalina de Peralta como las primeras instalaciones conventuales.
Nuestro entrevistado añade que en aquel entonces se pagaron 70 mil pesos, por la escritura definitiva para el convento. Cada año, al inicio de su vida conventual se pagarían 14 mil pesos de mantenimiento y otros 500 anuales por concepto de renta. Se menciona en los registros que el valor total tanto de la fundación y los primeros años de funcionamiento de Santa Isabel fue de un valor equivalente a 99 mil 902 pesos.
Aunque de tamaño considerable, la base del Convento de Santa Isabel, que era la casa señorial de la familia Villanueva Cervantes-Suárez de Peralta, no era suficiente ni como espacio de actividades, ni para la reclusión de adeptas capuchinas por la elevada demanda que registraba, pues tenía hasta 52 monjas ganando 3 mil de dote por cada una.
Situación que llevó, en 1676, a un proyecto de reconstrucción de la edificación conventual que terminó en 1683; así, el convento se reinauguró el sábado 26 de julio de ese mismo año con un evento de consagración.
La vida conventual de Santa Isabel era particular: el ámbito sacramental seguía de manera estricta la regla clarisa de estricta pobreza. Se tenían labores manuales para complementar las acciones sociales del convento, era común la manufactura de bordados, costuras, encuadernación de textos litúrgicos, dulces y pastas.
Omar narra que durante festejos masivos en la ciudad novohispana se relajaba un poco la regla clarisa al realizar obras sociales y organizar algunos festejos eucarísticos. Hay que mencionar también que el convento tenía su propio osario donde se depositaban los esqueletos de los integrantes del convento.
El Convento de Santa Isabel funcionó casi de manera ininterrumpida hasta que se comenzó a aplicar la Ley Lerdo en 1856. El convento no sobrevivió la desamortización de los bienes y fue disuelto, para luego caer en el abandono. Según una nota del semanario El Tiempo Ilustrado del 25 de noviembre de 1901, la iglesia y convento se demolieron.
Surge el nuevo Teatro Nacional, antecesor del Palacio de Bellas Artes
La memoria cultural de este espacio no terminó con la desaparición del convento, pues en 1842 comenzó otra historia: la del Teatro Nacional, diseñado por Lorenzo de la Hidalga con un estilo Neoclásico.
Sin embargo, este primer recinto también se demolió entre 1901 y 1902 por la ampliación de la avenida Cinco de Mayo, noticia que fue terrible si consideramos que son pocos los espacios de arte y recreación en la Ciudad de México, opina Omar.
Estos cambios significaron una oportunidad para la incipiente arqueología mexicana, pues en esos años, por las obras de la calle y del eminente nuevo Teatro Nacional, se fueron descubriendo algunas evidencias de la Época Prehispánica y escombros del Convento de Santa Isabel, reportados en diversas publicaciones cotidianas de la época como El Tiempo Ilustrado, La Patria y El Popular.
En 1902, a iniciativa del gobierno de Porfirio Díaz, se presentó un proyecto para un nuevo Teatro Nacional que se inauguraría como parte de la celebración del Centenario de la Independencia de México. La tarea fue encabezada por Adamo Boari, quien tendría el proyecto arquitectónico de ese año hasta 1916 que se abandonó por el conflicto armado revolucionario.
Tendrían que pasar más de dos décadas para que Federico Mariscal retomara el proyecto, en 1930, para finalmente inaugurarse en 1934 con una combinación de estilos arquitectónicos como el Art Decó. Dentro de este inmueble se contemplaron espacios museográficos y de bibliotecas desde 1921. Hoy es uno de los escenarios más importantes de México y del mundo y en su interior podemos encontrar el Museo Nacional de Arquitectura.
El Palacio de Bellas Artes es una parada obligatoria para todo visitante de la Ciudad de México y un punto de encuentro recurrente junto a la Alameda Central y otros puntos cercanos que son de referencia social, cultural, económica y hasta política.
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Esta es la historia de solo uno de tantos espacios que se relacionan con su paisaje urbano y del cual es comprensible su cambio a través del tiempo; así como el cambio de nombre de las calles que hacen referencia a personajes o situaciones de aquellas épocas.
Para terminar este viaje por el tiempo, Omar dice que no debemos temer al cambio, porque es la única constante, que debemos tener presente que siempre tendremos un antecedente, también comprender que es vital tener investigaciones históricas y arqueológicas de forma constante en el país. Sólo así entenderemos los cambios y, a su vez, quedarán nuestras huellas en las memorias que nos sobrepasan como personas dentro de una mega urbe como lo es nuestra Ciudad de México.
Reconocimientos: Toda esta información no sería posible sin la detallada y sistemática información de los proyectos de investigación arqueológica realizadas en el espacio del Palacio de Bellas Artes.
En 1993 se realizó el Rescate Santa Isabel (Estacionamiento Bellas Artes) encabezado por los arqueólogos David Escobedo Ramírez, Julio Antonio Berdeja Martínez y Marco Ayala Ramírez, así como el Proyecto Instalaciones Hidráulicas INBAL-Palacio de Bellas Artes, realizado en 2009 y coordinado por Montserral Alavez Ortúza y Juan Carlos Campos Varela, también arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Mención especial requiere el arqueólogo Juan Carlos Campos Varela quien realizó su tesis de licenciatura en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) con la historia completa de este recinto y sus intervenciones arqueológicas en los que se basó el Mochilazo de hoy.
Fuentes:
- Entrevista con Omar Espinosa Severino, arqueólogo egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Divulgador cultural y cofundador de Libreta Negra Mx.
- Campos Varela, J.C. (2018). El Convento de Santa Isabel. Arqueología del Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México. ENAH.