“No Dejar a Nadie Atrás” es la promesa central y transformadora de la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para erradicar la pobreza en todas sus formas, poner fin a la discriminación y la exclusión y reducir las desigualdades y vulnerabilidades que socavan el potencial de las personas individualmente y de la humanidad en su conjunto.

El ODS nº 2, “Hambre Cero”, está sin duda en el centro de estos compromisos, siendo la correcta alimentación rigurosamente necesaria para alcanzar el resto de los objetivos. Sin embargo, el número de personas que pasan hambre en el mundo sigue aumentando lentamente desde el año 2014, hasta el punto que las estimaciones más recientes muestran que unos 800 millones de personas padecieron hambre en 2020, es decir hasta 161 millones de personas más que en 2019 ( ).

Muchas amenazas condicionan las posibilidades reales de reducir el hambre en el mundo: el cambio climático y los desastres naturales , por un lado; los conflictos y la desaceleración de la economía , por el otro. Estamos, ahora, asistiendo a la peor crisis económica desde la Gran Depresión, consecuencia directa de la pandemia mundial por Covid-19. Y con los precios de los alimentos al alza, los avances logrados a lo largo de décadas para que 400 millones de personas abandonasen las listas de la pobreza se han perdido, de hecho, como consecuencia de la pandemia, que ha causado que 115 millones de personas se hayan sumado a la bolsa de la pobreza extrema solo en este periodo de crisis perdiendo los logros de una década.

El índice de precios de los alimentos de la FAO , tras subir por tres meses consecutivos, en noviembre se ubicó nada menos que en su nivel más elevado desde julio de 2011. El último aumento intermensual se debió principalmente a la continua . Sin embargo, el incremento de los precios de fertilizantes desde noviembre por la escasez de gas natural en Europa, y la reducción de gas en el Golfo de U.S.A, conjuntamente con nuevas medidas de restricción a la exportación impuestas por Rusia y China, están también poniendo en riesgo la producción futura y, ergo, incrementando los precios y poniendo en riesgo la seguridad alimentaria mundial.

Al mismo tiempo, la pandemia ha evidenciado la profunda desigualdad en las sociedades, en la que los colectivos más vulnerables como las mujeres, los jóvenes y los trabajadores en situación irregular sencillamente luchan por sobrevivir. En este contexto, los gobiernos deberían prestar una mayor atención hacia las zonas rurales , en las que la agricultura, la ganadería o la pesca constituyen la mejor arma contra la pobreza, la desnutrición y la emigración.

Además, resultan esenciales la promoción y el diálogo político para generar compromisos y un amplio apoyo de la sociedad en favor de la transformación de los sistemas alimentarios. Aunque la formulación de políticas sigue siendo responsabilidad de los gobiernos, una condición clave para lograr un cambio transformador es crear un entorno propicio que permita interactuar a los diferentes actores de los sectores público y privado y de la sociedad civil, estableciendo al mismo tiempo normas de colaboración transparentes que incluyan la identificación y gestión de conflictos de intereses.

A nivel nacional, los mecanismos de gobernanza más eficaces para la coordinación de medidas multisectoriales entre los diferentes sistemas se encuentran en el ámbito supraministerial, en

estrecha consulta con los ministerios e instituciones específicos de cada sector, pero dichos mecanismos de gobernanza deberían facilitar la participación de los principales actores de los sectores público y privado y de la sociedad civil. Es importante tener una visión de sistemas y no trabajar cada sector por su cuenta. Lo que suceda en salud afecta la agricultura, lo que suceda en el sector energético también, y asimismo la agricultura afecta el ambiente y nuestros recursos naturales.

En México , por ejemplo, se estableció un mecanismo de gobernanza intersectorial en 2020 con el múltiple objetivo de abordar la pobreza, la desigualdad, los desafíos ambientales, la inseguridad alimentaria y la malnutrición a través de la transformación sostenible de los sistemas agro-alimentarios. El mecanismo incluía 18 grupos de trabajo temáticos que abarcaban una amplia gama de instituciones del sector público, la sociedad civil y organismos de las Naciones Unidas en los ámbitos de la salud, la alimentación y el medio ambiente. Durante un período corto, el organismo ha promovido satisfactoriamente el establecimiento del etiquetado nutricional en la parte frontal del envase, así como un acuerdo para eliminar gradualmente el glifosato y el maíz modificado genéticamente para el consumo humano. Este tipo de trabajo se debe extender a los ministerios de finanzas de tal forma que la asignación de recursos también sea consistente y los incentivos sean los apropiados para lograr las metas establecidas.

Finalmente, para hacer que los sistemas agro-alimentarios sean sostenibles en el futuro, hay que aprovechar las palancas más poderosas como hacer un mayor uso del big data , de la inteligencia artificial y de las tecnologías de la información , apostar por la innovación y llevar a cabo políticas y medidas adecuadas. Por un lado, los datos, la innovación y la tecnología podrán transformar los sistemas productivos y de distribución para que podamos alimentar a todo el planeta sin impactos ambientales dañinos; por el otro, las políticas tendrán que garantizar una transformación inclusiva y justa y para eso la gobernanza, instituciones y capital humano son centrales.

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