A pesar de las esperanzas de que el mundo saldría de la pandemia en 2021 y la seguridad alimentaria comenzaría a mejorar, el hambre en el mundo ha seguido aumentando a lo largo de 2021, siendo el reflejo de desigualdades exacerbadas entre y dentro de los países, y patrones desiguales de recuperación económica entre países y de ingresos perdidos por la COVID-19 que nunca han sido recuperados, los conflictos internos y el cambio climático.

Por: Máximo Torero

El principal estudio global sobre hambre elaborado anualmente, (SOFI, por sus siglas en inglés), lo acaba de confirmar: la situación sigue empeorando.

El documento es una publicación anual conjunta de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Las estimaciones indican que hasta 828 millones de personas padecieron hambre a nivel mundial en 2021, 46 millones de personas más respecto a 2020, lo que corresponde a un total de 150 millones de personas más desde 2019, antes de que empezara la pandemia. A nivel regional, el hambre afectaba a 278 millones de personas en África, 56,5 millones en América Latina y el Caribe y 425 millones en Asia.

Así, América Latina y el Caribe concentran el 7,4% de la cifra global, lo que supone 4 millones de personas más en la región, entre 2020 y 2021. El dato indica claramente que el problema ya no se limita a personas que ya vivían en la pobreza, sino que la escasez de alimentos y la malnutrición afecta ahora a grupos poblacionales que nunca antes habían conocido el hambre.

Según nuestros cálculos, además, casi 670 millones de personas todavía se enfrentarán al hambre en 2030, es decir el 8% de la población mundial, nada menos que la misma cifra registrada en 2015 cuando la comunidad internacional se decidió a lanzar la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible.

La guerra en Ucrania sin duda está exacerbando la situación. En particular, si en 2022 hemos asistido a un problema de acceso físico y económico a los alimentos en cantidad y de calidad adecuadas a causa del fuerte incremento de precios, afectando en mayor medida a los países más pobres del mundo, en la actualidad asistimos a una crisis distinta, en la que el problema en 2023 podría además de acceso a pasar también a ser un problema de disponibilidad, es decir a nivel de la producción, principalmente a causa del incremento de los precios de los fertilizantes, otros insumos de producción, y el elevado costo del transporte.

La inflación, además, contribuye a que, cada vez más, la población no pueda permitirse una dieta equilibrada, cuando ya en 2020, casi 3.100 millones de personas no podían permitirse una dieta saludable a nivel mundial (112 millones más que en 2019, 8 millones de los cuales en América Latina y el Caribe). En particular, en México 33,9 millones de habitantes, es decir el 26,3% de la población, ese mismo año no tenía acceso a una dieta saludable.

En suma, estamos muy lejos de alcanzar el Objetivo nº 2 de los ODS de la Agenda 2030, el llamado “Hambre cero”, pero todavía no es imposible y los Gobiernos tienen no solo la obligación moral, sino también las herramientas para revertir esta tendencia.

Necesitamos inversiones adicionales de los Gobiernos en el sector primario. En este sentido podemos hablar incluso de una oportunidad para el sector agroalimentario, ya que la agricultura había sido muy olvidada, a pesar de ser el sector que presenta la mayor cantidad de población pobre y aquel en el que las inversiones realizadas conllevan uno de los mejores índices de reducción de la pobreza. Por tanto, los países tienen que poner en marcha políticas y medidas para aumentar la productividad a la vez que se protegen los recursos naturales. Tienen que invertir en infraestructura, tecnología e innovación (carreteras, riego, electrificación y tecnologías digitales) y en la cadena de valor (instalaciones de almacenamiento, instalaciones de refrigeración, infraestructura bancaria e infraestructura de seguros) que sabemos que no solo aumentan el acceso a los mercados, sino que también reducen las desigualdades.

Habrá que prestar especial atención a los programas de protección social. Además de ampliar los programas existentes, proponemos crear nuevas iniciativas de protección social para apoyar los medios de subsistencia de los hogares en caso de crisis. Es asimismo muy importante identificar los nuevos focos de hambruna adicionales a los ya existentes que han aparecido debido a la reducción sustancial de los ingresos de la economía informal durante la pandemia. En este sentido utilizar herramientas como podría ayudar a implementar los nuevos registros de focalización de los programas de protección social.

Al mismo tiempo, tememos que reducir la pérdida y el desperdicio de los alimentos. Actualmente, de hecho, con las cantidades de alimentos no aprovechadas cada año se podrían alimentar a alrededor de 1.260 millones de personas, además de constituir un gran impacto positivo en el medio ambiente.

Asimismo, principalmente repensando las cantidades empleadas en función a mapas de suelo y a los avances científicos. De hecho, serán la investigación, la ciencia y la innovación nuestros verdaderos salvavidas, en cuanto a la producción, así como a la regulación de los mercados.

Para terminar, el comercio debe mantenerse libre y los mercados transparentes. A finales de mayo, 22 países han implementado restricciones a la exportación a través de 39 medidas que van desde prohibiciones absolutas hasta impuestos a la exportación que afectan a casi el 16 %_de las exportaciones agrícolas, sobre una base de kilocalorías. Esto es similar a los niveles que tuvimos durante las crisis de precios de los alimentos de 2008.

Para lograr una mayor apertura comercial, la FAO sigue comprometida con la mejora de la transparencia del mercado mundial a través del Sistema de Información del Mercado Agrícola (AMIS), que es una herramienta esencial para fomentar la confianza y la estabilidad de los precios.

Los desafíos para acabar con el hambre, la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición siguen aumentando. La guerra en Ucrania está perturbando las cadenas de suministro y haciendo que se disparen los precios de la energía, cereales y fertilizantes. Al mismo tiempo, asistimos a fenómenos climáticos extremos cada vez más frecuentes y graves. La cuestión ahora no es si las adversidades seguirán presentándose, sino cómo adoptar medidas más efectivas para asegurar una mayor resiliencia ante futuras crisis.

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