Leer, entender y prever se vuelve más difícil cuando existe una variable como Trump. Créamelo. Muchas personas lo tachan de un farsante envalentonado, alguien que puede fingir y amenazar solo para tirar a la contraparte al suelo, para luego dar reversa y mostrar su verdadera cara negociadora. Pero la realidad no siempre ha dado la razón a quienes piensan así. Trump amenazó con abandonar el TPP, el acuerdo climático de París y el acuerdo nuclear con Irán, además de renegociar el TLCAN. Todo eso lo llevó a cabo. También amenazó y ha cumplido con imponer aranceles a cientos de miles de millones de dólares de productos chinos. Amenazó con atacar al presidente sirio Assad a pesar de la vasta presencia rusa en Siria y lo ha cumplido ya dos veces. Es verdad que también ha efectuado amenazas que ha incumplido. Más aún, cuando EEUU estuvo a punto de atacar a Irán en junio, Trump canceló el ataque unos minutos antes de su inicio, lo que, para muchos, fue una exhibición de titubeo y debilidad. ¿Cómo navegar entonces en el análisis de una situación como la que se suscita tras los atentados contra instalaciones petroleras de Arabia Saudita de hace unos días? ¿Qué mensajes está queriendo enviar Washington cuando existe una variable como Trump?

Pensemos primero en la responsabilidad del ataque. Ya hemos dicho que, a pesar de la narrativa que se ha construido, no es del todo imposible considerar que quienes reivindicaron el ataque, los houthies (rebeldes yemeníes aliados de Irán), hubiesen sido los responsables, asumiendo que hubiesen sido equipados, entrenados y asistidos por Irán para tal efecto. Es verdad que no hay antecedentes que puedan respaldar esa hipótesis y que se trataría de una primera ocasión en la que ese grupo rebelde yemení hubiese conducido un ataque de semejante proporción y sofisticación. Pero tampoco hay antecedentes de un ataque similar—directo—de Irán en contra de Arabia Saudita. Entonces estamos no ante uno, sino ante dos posibles escenarios para los cuales no hay antecedentes. Hasta ahora, hay muchos argumentos, sobre todo técnicos y militares, que respaldan la autoría directa de Irán. Y también sabemos que, al margen de lo que pueda o no pueda ser demostrado, la Casa Blanca ha decidido atribuir la responsabilidad directa de estos ataques a Teherán, lo que en sí mismo tiene sus propias repercusiones. No obstante, otros países como Francia o como la propia Arabia Saudita se han abstenido de inculpar a Irán de la misma forma que EEUU. Francia, por ejemplo, dice que, hasta ahora, la evidencia presentada no es concluyente. De su lado, la acusación que Riad ha elaborado indica el “involucramiento y patrocinio fuera de duda” por parte de Irán en el ataque—es decir, la repetición de un lenguaje que usa Arabia Saudita continuamente cuando los houthies han atacado su territorio en el pasado—pero, a diferencia de Washington, los saudíes se han abstenido de indicar que los drones y los misiles que dañaron las instalaciones petroleras hubiesen procedido directamente de Irán. Y esto no es menor dado que, bajo esas circunstancias, Arabia Saudita podría restringir su represalia a lo usual: responder contra los houthies, no contra Teherán, lo que podría estar relacionado con lo que menciono más adelante.

Ahora bien, no es ningún secreto que Trump no desea involucrar a EEUU en un conflicto armado mayor de esos de los que tanto ha criticado (como la invasión a Irak o a Afganistán). Pero, por otro lado, él sabe muy bien que cuando canceló aquél ataque de junio contra las Guardias Revolucionarias Iraníes, retiró la opción militar de la mesa (tal como lo había hecho Obama) y eso le colocó en una posición de debilidad relativa si es que deseaba extraer concesiones de Teherán a la hora de renegociar el pacto nuclear, el “peor acuerdo jamás firmado”. Además, Trump tiene asesores y aliados políticos que le dicen todos los días que este es el momento de mostrar fuerza, que no puede hacer lo que hizo en junio y exhibir falta de determinación, pues eso le hace perder credibilidad ya no solo con Irán sino con todos los otros países que miran y estudian este caso con detenimiento. Pero luego están también esos otros consejeros a quienes Trump tanto escucha como Tucker Carlson de Fox News, quienes le dicen que enredar a Washington en una guerra costosa y prolongada, con tal de defender un ataque perpetrado no en contra de EEUU sino contra los “ricos y poderosos” saudíes, es traicionar sus principios y a su base precisamente en tiempos de campaña electoral. “Que se defiendan solos”, le dicen.

Los vaivenes en los tuits y declaraciones de Trump son el resultado de ese torbellino de ideas (propias y ajenas) y consejos en colisión. Dadas las circunstancias, entonces, podríamos aventurarnos a pensar qué es lo que a este presidente le gustaría hacer y por qué no necesariamente puede hacerlo como quisiera.

Su mejor opción sería llevar a cabo una represalia limitada en contra de Irán, probablemente algún ataque a instalaciones de las Guardias Revolucionarias vistas como las responsables de los sucesos de las últimas fechas. Preferentemente, para Trump, esta operación debería estar liderada por Arabia Saudita, el país agredido, y solo acompañada por EEUU. Sin embargo, hasta el momento Arabia Saudita ha elegido no responder directamente contra Irán y eso podría explicar, en parte, su decisión de no acusar a Teherán de haber lanzado misiles y drones desde su territorio. Los saudíes entienden perfectamente su vulnerabilidad, y saben que una espiral de guerra, además del costo humano, podría devastar su capacidad de producción petrolera, provocando consecuencias imprevisibles para el reino. No es para menos, con unos cuantos drones y misiles eso quedó en evidencia hace pocos días.

La siguiente opción de Trump sería entonces un ataque por parte de EEUU, pero en solitario. Trump desearía que una operación así fuese realmente limitada y enviase el mensaje de que Washington no desea escalar la situación, por lo que probablemente el presidente ordenaría, en principio, una represalia que no tuviese graves consecuencias humanas o materiales. Los ataques contra Siria son el ejemplo: Misiles enviados desde barcos estadounidenses, evitando involucrar a la aviación y a pilotos. Mucho “show”, pero daños limitados, y un mensaje claro—se trataría de un solo evento.

La cuestión es que esto es precisamente lo que Teherán ha leído y, a fin de disuadir a Trump de dicha represalia, ha comunicado eficazmente que cualquier ataque contra Irán se convertirá en una “guerra total”. No hay espacio para pensar en hostilidades limitadas, indica Teherán. En el peor de los escenarios, esto significaría, además de responder con toda la fuerza posible de manera directa, involucrar también en la confrontación a las distintas milicias chiítas armadas, financiadas y entrenadas por Irán desde Líbano hasta Siria, desde Irak hasta Yemen, para pelear contra EEUU y sus aliados como Arabia Saudita e Israel. Una espiral de acción-reacción podría derivar en esta situación.

Esto, evidentemente le ha sido explicado a Trump con detalle, y ese horror es el que pasa por su cabeza cada vez que siente que las circunstancias le empujan hacia dicho escenario en el que la escalada militar le obligaría a destinar miles de millones de dólares y cientos de miles de tropas indefinidamente. Ello deja a Trump solamente la alternativa de responder mediante más despliegue de fuerzas disuasivas en la zona, más ciberataques, mediante más sanciones y/o más aislamiento diplomático contra Irán.

Así, de forma mezclada con sus amenazas, en tuits o declaraciones salteadas esta misma semana, ha afirmado que “buscará evitar el conflicto”, o que “Arabia Saudita es quien debe liderar una represalia”, o que “es muy fácil empezar una guerra como la de Irak, pero luego no sabemos cómo salir de ella”, o que “está ordenando un sustancial incremento en las sanciones contra Irán”, o que sigue dispuesto a una reunión con el presidente Rohani pues “sabe que ellos quieren un acuerdo”.

En suma, Trump se sigue debatiendo entre la necesidad de mostrar fuerza y determinación, y su deseo por evitar escenarios de guerra para defender a “otros”, algo que ni él ni su base apoyan. Paradójicamente, sin embargo, la situación en la que hoy nos encontramos es el producto de las propias dinámicas que ese mismo presidente ha venido detonando para demostrar que era posible renegociar “mucho mejores acuerdos” que sus antecesores. El torbellino que se desata en la cabeza de Trump y que le impide el sueño es, en palabras simples, consecuencia de las decisiones que han salido de esa misma cabeza.

Twitter: @maurimm        

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