Dice el señor presidente de la República —lo dice con mucha frecuencia— que él razona, actúa y decide por el pueblo y para el pueblo. Todos sus actos y sus pensamientos están anclados a esa certeza; tanto, que su partido cree que él encarna al pueblo, a la nación y a la patria. Es decir, es la carne, la sangre, la voluntad, la inteligencia y el espíritu de esa entidad completa. Quien lo contradice, niega a la nación; quien lo ignora, ofende al pueblo; quien se le opone, traiciona a la patria.

Dada esa encarnación —esa transustanciación, como la describió alguna vez uno de sus colaboradores cercanos— parece relevante preguntar: ¿quién es el pueblo? ¿A quién encarna el presidente mexicano? ¿A las personas que no han tenido recursos suficientes para comprar los medicamentos que les recetaron en las instituciones de salud pública? ¿Encarna a las madres (y a los padres) de los niños que ya no asistirán a las escuelas de tiempo completo ni a las estancias infantiles? ¿Encarna a las hijas y los hijos de quienes murieron por la pandemia y quedaron en el desamparo? ¿Encarna a las trabajadoras del hogar que carecen de derechos laborales? ¿A las y los repartidores de las plataformas digitales, que no son considerados como trabajadores y se les niega la protección social? ¿A las familias de la calle? ¿A las y los meseros, garroteros, músicos, empacadores y franeleros que sobreviven con el ingreso que recogen en las calles?

¿Encarna el presidente a las mujeres que tienen miedo de salir, porque pueden ser violadas, secuestradas, desaparecidas o asesinadas, sin que nadie las proteja ni castigue a sus victimarios? ¿Son parte del pueblo las personas que están sometidas a las extorsiones del crimen organizado, o quienes han de pagar derecho de piso para mantener abiertos sus negocios, o distribuir drogas para sortear las amenazas? ¿Encarna también a las y los migrantes que optaron por huir de México, porque no encontraron razones para quedarse en su lugar de origen? ¿A las y los policías municipales y estatales que arriesgan la vida a cambio de sueldos miserables?

¿Forman parte del pueblo los burócratas que han perdido su empleo por los recortes dictados por la austeridad? ¿las y los médicos que se están formando en condiciones deplorables? ¿No pertenecen a ese colectivo las y los académicos de las universidades privadas? ¿Y los de las universidades públicas y los centros de investigación científica que pugnan por la libertad de pensamiento? ¿Encarna el presidente a los periodistas que vigilan, investigan y critican el trabajo del gobierno? ¿A las y los activistas de las organizaciones sociales que exigen la garantía de los derechos constitucionales? ¿A los empresarios que tienen restaurantes, tiendas de abarrotes, franquicias y empresas de distribución o de servicios? ¿A las y los militantes de los partidos de la oposición? ¿A las y los indígenas que forman parte del EZLN? ¿A las y los creadores, artistas, músicos, actores?

No es trivial saber a quién encarna el presidente, porque una cosa es el colectivo imaginario y otra, mucho más cierta y más tangible, la verdadera encarnación de esos sustantivos colectivos entre las personas que les dan vida cotidiana. Y no elegí al azar: hay evidencia de que cada uno de los grupos que he listado han sido descuidados, u omitidos, o estigmatizados, o calumniados o amenazados por quien dice que es su cuerpo fiel. ¿O acaso el pueblo al que se refiere el presidente es el que cobra y calla, o el que calla porque cobra? ¿Es solo el que milita en su partido? ¿el que le obedece y se le cuadra, vestido con uniforme verde olivo? ¿O el que recibe sus abrazos, mientras cambia la vida de los criminales? Para desmitificarlas y no engañarse hay que añadir carne y hueso a esas palabras.

Investigador de la Universidad de Guadalajara

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