Tomar los espacios es un tema intrínsecamente relacionado con la protesta. Salir a las calles, parar el flujo cotidiano de las mismas y alzar la voz. Saturar las redes sociales con consignas, hashtags e imágenes. Dar nota, adueñarse de todas las portadas. Esa es la fuerza del 8 de marzo, nos permite resignificar los espacios. Recordar que “no somos una, no somos cien”, las mujeres somos la mitad de la población del país, y del planeta. Y hay mucho que decir en relación a ello, pero nos toca decirlo nosotras.

Esos mismos espacios tomados un día al año por las mujeres corresponden los otros 364 días a la imposición de lo masculino. Las calles por las que nos desbordamos el día de la marcha al día siguiente vuelven a favorecer a los hombres, se tornan de nuevo inseguras y violentas para nosotras. La conversación en las redes sociales regresa principalmente a tratarse de la hegemonía masculina. Entre los trending topics de twitter para México el 10 de marzo estaban Messi, Luciano Acosta, la boyband cd9, y Beltrones + Andorra, estos dos últimos son temas que se refieren a las supuestas malas movidas de Silvana Beltrones, cuyo primer nombre ni siquiera figura en los TT por que el apellido del papá va por de frente. Lo mismo las portadas de los periódicos que dejan atrás la nota morada y dos días después tratan de Biden, AMLO, Messi y algunas menciones a Olga Sánchez Cordero, no por su labor, sino porque recibió la vacuna del COVID-19.

Vale la pena hacer un ejercicio simplificado para analizar porque los procesos históricos no han favorecido a la mujer. Hemos sido responsabilizadas de los trabajos de cuidado, reprimidas en lo laboral, forzadas a enfrentar una desigualdad sistemática la cual invisibiliza nuestras acciones ya que estas han tenido cabida principalmente en la esfera privada. La falta de igualdad tiene voluntad. La supuesta y mentada carencia de capacidad o interés de las mujeres no es más que el resultado de un sometimiento de la identidad de género. El contraste de los trabajos de cuidado con la gobernanza ya sabe a viejo, pero sigue siendo una realidad que nos atañe a todas. La construcción de los hechos históricos deja de lado que las esferas de lo público y lo privado son co-dependientes. La historia de las mujeres es una historia de lucha. Lo que sucede en las calles, la rabia que se desencadena en el 8M, es espejo de la violencia cotidiana impuesta desde hace siglos a nuestros cuerpos, expectativas, ideas e intereses. Ser mujer responde a una serie de desventajas y peligros que no se hacen evidentes hasta que la protesta, en su toma de espacios, resalta nuestros discursos y nos permite generar una nueva identidad lejos de la impuesta por una construcción social dominada históricamente por hombres.

Tomando en cuenta la presencia equitativa de mujeres en el planeta, resulta difícil entender porque la identidad “mujer” es concebida como minoría. Las calles, los parques, las redes, los medios, las tribunas, los juzgados, los estadios nos corresponden de manera igualitaria. La presencia de nuestra voz no es una dádiva, es un derecho: tomar los espacios, no pedirlos y, por ende, no cederlos. Es hora de dejar de fomentar la idea de que hay quien solicita y quien otorga. Nuestra pertenencia no está subordinada al placer o permiso de otros. Los espacios se brindan mutuamente. El que hoy estén dominados aún por una mayoría masculina es el resultado del devenir histórico, mismo que es cada vez más endeble.

Si tomar los espacios es nuestro derecho, entonces lo mismo es ejercer el poder que se les concede. Poder caminar segura, poder ser independientes, poder decidir sobre nuestro cuerpo, poder construir política desde una perspectiva de lo femenino y ejercer el poder de manera diferente. Para cambiar el rumbo del país se necesita ampliar el diálogo y otorgar voz a la intersección de las mujeres: jóvenes, trans, indígenas, racializadas. La agenda feminista no se despliega sin nosotras al frente, y ante el panorama, es esta agenda el único y verdadero cambio.

El acumulado de poder acaparado por los hombres genera identidad y la identidad permea. El movimiento feminista, desde sus inicios, ha retado y cuestionado la simplificación identitaria creada desde lo masculino sobre el “rol de la mujer”, lo cual ha provocado incomodidades con precios altísimos en las oligarquías. Sin embargo, a diferencia de la estructura vertical del poder ejercido, las mujeres hemos comenzado por tejer redes y sobresalir como colectivo. “Tocan a una y nos tocan a todas” es una de las consignas más fuertes del movimiento latinoamericano y tiene un mensaje claro: vamos juntas. Los procesos comienzan en lo local. Nuestras escaleras se construyen de abajo para arriba, en grupo, en unísono. Esa es nuestra nueva identidad. La resistencia al sometimiento se refleja en una nueva autodefinición creada lejos del patriarcado, la hemos gestado desde nosotras y para nosotras.

Hoy hemos tomado esta columna, es un espacio más para nuestra voz. Es lo que toca, ya nos toca.

Que se desborde.

Sofia Aguilar

Sofia Castro Guerrero

Lina Diazconti

Sofia Provencio

Patricia Urriza

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