Es lugar común apelar a la juventud en el discurso político. Se repite que son “las y los jóvenes” quienes tienen el futuro del país en sus manos, ya que constituyen el 30%

del electorado. Y si todos salieran a votar decidirían la elección. Estos datos son la principal razón por la cual la juventud está presente en el corazón de toda estrategia electoral. Sin embargo, vemos que cada vez se aleja más de la democracia,

que vota menos y, en su mayoría, no le importa lo que sucede en el ámbito de lo político. ¿A qué se debe esto? Voy por partes.

Lo primero es definir quiénes son jóvenes: según el Injuve son las personas de entre 12 y 29 años. Si tomamos como partida la clasificación de Ortega y Gasset en la que una generación surge cada 15 años, en la categoría de “jóvenes” entrarían dos generaciones. A éstas hoy las conocemos como millennials y centennials o Generación Z.

Los rasgos entre una y otra varían, pero comparten algunos modos de ser: son “nativos digitales”, esto es, están hiperconectados, por lo que la frontera entre la realidad material y la digital se vuelve borrosa. También son hijos de una sociedad de consumo, hedonista, en donde se instaló un individualismo que les impide ver más allá de sus narices, donde el “echaleganismo” se tornó en moneda corriente. Son generaciones que crecieron con la idea de que cada quien tiene lo que merece y que las estructuras sociales son producto del esfuerzo individual y no de un sistema que mantiene un estado de cosas injusto. Uno en donde la desigualdad — indigna, evitable— parece el resultado de un proceso natural y no de las decisiones de quienes ejercen el poder. Por estos factores culturales, a diferencia de generaciones anteriores, pocos de ellos piensan que otro mundo es posible. Lo que deriva en un profundo desdén por lo político, esto es, por las herramientas colectivas que se utilizan, precisamente, para cambiar al mundo.

Aunado a lo anterior, los jóvenes mexicanos se muestran distantes porque sus problemas cotidianos los rebasan (pobreza laboral, carencia de una red de seguridad social, precariedad en los servicios públicos más básicos y pobreza a secas —según CONEVAL en 2018 cerca del 43% de los jóvenes del país vivían en esta condición—). También los ahuyenta el universo de lo público que perciben a través de los medios tradicionales y las redes sociales y que parece más la suma de hoyos negros de corrupción, frivolidad y privilegios que una constelación de virtudes cívicas.

El fresco que aquí pinto, a primera vista, parece desolador, entonces, ¿qué hacer?

Primero, no hay que perder de vista que en esta etapa de la vida es cuando terminamos de cincelar nuestra identidad y de descubrir quiénes somos. Es entonces cuando se acaba de gestar el proceso de individuación y desarrollamos un criterio propio. En esa etapa, nuestra forma de percibir el mundo y vernos a nosotros mismos nos hace más daño. Si vivimos en una sociedad en donde la vara de todo se reduce a lo material, vertebrada en torno a un esquema de desigualdades que nos colocan a unos como fracasados y a otros como exitosos. Si, como dice Reguillo Cruz, “cotidianamente te dicen que no sabes, que no puedes, que no sirves”, a la larga, eso “repercute en la psique, y, desde luego, en la cultura política en la que se forman nuevas generaciones”.

Aquí es donde debemos prestar atención. Producto de la hiperconectividad y los elementos de eso que llamamos “modernidad” su mundo interior está poblado por todo tipo de malestares psicosociales: estrés, ansiedad y depresión, los cuales se han disparado por la pandemia. Esto debe llevarnos a una profunda reflexión sobre los temas de salud mental y la manera como los concebimos: no son problemas individuales y privados, sino colectivos y públicos. Debemos entender a nuestra juventud a través de este problema urgente de salud pública.

Además, los procesos de individuación son cada vez más profundos y traen consigo nuevas cuestiones, por ejemplo, las de género y de las múltiples identidades. Claro, la conversación respecto a estos temas no es igual en México que en otras latitudes: mientras en Estados Unidos discuten sobre el no binarismo y la fluidez del género, aquí estos temas se dan al margen de otros más apremiantes como la violencia de género (lo cual nos debería avergonzar como sociedad). Y el que se encuentren rebasados por sus problemas cotidianos, paradójicamente los ha llevado a abrazar las causas medioambientales, ya que relacionan esos malestares cotidianos (como la carencia de bienes básicos como el agua y la luz) con el cuidado de nuestro planeta. Las principales iniciativas lideradas por jóvenes en el país giran en torno a la crisis climática.

Éstas son algunas de las causas de los jóvenes que necesariamente orbitan hacia la política. Pero para fomentar su participación debemos recordar lo que dice García Cansino, “el camino de los jóvenes es, y ha sido siempre, el de la alternativa”.

Entonces, otra vez: ¿qué hacer?: construir esa alternativa. Urge.

3. Ramos Martínez, Gabriel, “¿Quiúbole con las políticas publicas?”, Este País, disponible en https://estepais.com/tendencias_y_opiniones/un-futuro-roto-jovenes/quiubole-con-las-politicas-publicas/

@MartinVivanco
Abogado y analista político

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