Si pudiera platicar con el Subsecretario López-Gatell, le reconocería algunas cosas y me permitiría recordarle otras tantas.

Lo primero a reconocerle es que no ha de ser fácil ser Subsecretario en estos momentos. No ha de ser fácil lidiar todos los días, dos veces al día –por lo menos-, con reporteros que hacen las mismas preguntas; con personajes de la vida pública que presumen ser expertos –de botepronto- en manejo epidemiológico; con políticos de todos los colores que lo contradicen sólo por que saben que resulta controvertido y “popular”. Imagino que en cada mesa social, en cada reunión, todos lo interpelan con las mismas cuestiones: ¿por qué escogimos este modelo y no otro?; ¿cuándo podremos salir a la calle?; ¿cuántos muertos habrá? Y un etcétera infinito. A eso agreguen el tener como jefe supremo a AMLO, una persona que difícilmente cambia de opinión y que –como el maestro de la primaria- pone a sus alumnos a exponer cada mañana y continuamente los califica de acuerdo a su idea del bien y mal. Repito: hay que reconocer que no ha de ser fácil ser el Subsecretario.

Pero, y es un gran pero, que no se le olvide que es su trabajo. Que como él, hay por lo menos más de un centenar de expertos en la salud que en cada país han tenido que tomar las riendas de la epidemia. Que, además, en todo sexenio hay crisis y que cuando se acepta un puesto alto en la administración pública esto se debe tener en mente. Le recomendaría que vaya a la historia y recuerde las calamidades que hemos pasado. Desde las demás epidemias, los terremotos, las guerras. En todas estas circunstancias hubo funcionarios públicos que cedieron la totalidad de su vida para resolver las crisis, simplemente, porque era su trabajo.

También le pediría que recuerde sus años de estudio –en la UNAM, en Johns Hopkins- y, sobre todo, esas lecturas en donde se señala que en la ciencia no hay certezas. Las premisas científicas descansan sobre una serie de supuestos que siempre deben ser puestos en duda. Es más, como decía Popper, sólo si podemos cuestionar esas premisas –si son susceptibles de ser falseables – es que podemos hablar de verdadera ciencia.

Al recodar algo de esto, a lo mejor el Subsecretario podría encontrar algo de sosiego, de templanza y de humildad. Los cuestionamientos diarios a su actuar no lo orillarían al atrincheramiento y al aferre de una posición, sino los vería como espacios para la duda –principio de todo conocimiento- y un posible ajuste en las políticas a implementar.

Y a lo mejor también cambiaría su tono. Muchos al principio de la crisis sanitaria celebraron su elocuencia, pero ésta se ha desvanecido. Habla bien, sí, pero cada vez se da menos a entender. La muestra está a la vista. Hoy hay millones –sí millones- de mexicanos que no saben qué hacer: si pueden salir o no, si deben usar tapabocas o no, si estamos en el pico de la pandemia, o ya se aplanó la curva, o ambas, o ninguna de las dos.

Le recodaría lo que él mencionó hace poco: entre las facultades superiores del intelecto están la atención, las emociones, la memoria. Puede usar su memoria para recordar cómo se hace ciencia; controlar sus emociones para no utilizar tonos despectivos ante preguntas de los simples mortales, y poner atención –la más importante de estas facultades, según él mismo- para captar el momento histórico que le tocó vivir y la gran responsabilidad que posa en sus hombros. Son miles de vidas en juego pendiendo, en gran parte, de sus decisiones.

Por último, le diría que regrese a los clásicos. Némesis, la diosa griega del castigo en la mitología griega, arrastraba por los suelos a quienes se contagiaban de hubris, esa obnubilación provocada por la arrogancia del poder llevada a extremos sobrehumanos. Y a nadie conviene que él sea arrastrado.

Ah, y a lo mejor le convendría portar más el tapabocas, de esa manera, por lo menos daría el ejemplo y, además, no veríamos la mueca burlona que, a veces, se dibuja en su rostro.

@MartinVivanco

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