Es vergonzoso lo lejos que estamos de eliminar la violencia de género. Este día, como machos, debemos sentir pena. El día de hoy se nos interpela a voltear a ver a la barbarie. Por eso debemos hablar de los muchos machismos que existen y practicamos. Sólo hablando del tema haremos explícito lo implícito y podremos tomar consciencia de cómo el machismo deriva en violencias en contra de las mujeres. El machismo, según el diccionario de la Real Academia, es una actitud de prepotencia en los varones respecto de las mujeres . Otras definiciones nos dan más coordenadas. El machismo es una actitud de superioridad del varón frente a las mujeres, en donde se exaltan las cualidades propias de la “virilidad” —la fuerza, la agresividad— en menosprecio de las mujeres y lo “femenino”.

En una nuez: el machismo es una ideología que pregona la superioridad del hombre frente a la mujer. Hablo de ideología porque no es más que eso: un conjunto de ideas que se han tejido culturalmente y hemos introyectado en nuestra psique. El machismo no es algo natural, algo que traigamos en la piel, sino una serie de hábitos, costumbres e ideas construidas a lo largo de siglos que hemos interiorizado y normalizado socialmente. Como dice Martha Lamas: la idea de macho está ligada a la idea de género y éste no es más que una categoría que deriva de un orden simbólico que nos dice qué es “lo propio” de los hombres y “lo propio” de las mujeres.

Ese orden simbólico ha atado al hombre a una serie de conductas cuyo epicentro es demostrar poder.

Nosotros debemos demostrar nuestra virilidad a toda costa, autoridad en todos los niveles: ser temerarios, mostrar indiferencia ante los peligros del mundo, porque somos “bien machos”. Se trata, como decía Monsiváis, de ser el más “macho entre los machos”. Debemos ser poderosos frente a los demás, buscar el poder, afirmarlo y abusar de él. Este despliegue de poder se reafirma frente a los demás hombres —entre otras conductas— menospreciando, humillando y oprimiendo a las mujeres. En una palabra: violentándolas. Si la definición más básica de poder es la posibilidad de imponer la voluntad propia sobre la conducta ajena, respecto de las mujeres la voluntad que se impone precisa doblegarlas frente a nosotros sin otro fin que reafirmar nuestro rol social como machos. El macho se impone sobre el curso vital de las mujeres cuando quiere, como quiere. Ahora sí, como dice la canción, “te vas porque yo quiero que te vayas, a la hora que yo quiera te detengo”, ajá. Todo mal.

Luego vienen los machismos cotidianos, esas pequeñas tiranías que se ejercen día a día. A través de conductas reiteradas, cotidianas, vamos moldeando un ambiente cultural en nuestras casas, en nuestro entorno, donde las mujeres son humilladas y oprimidas por acciones que, a primera vista, nos parecen normales. Desde interrumpir a las mujeres cuando hablan, apropiarse de sus ideas, explicarles temas de forma condescendiente. Y perpetuar los prejuicios, como decir “tenía que ser mujer” al referirnos a una conductora o identificarlas con el color rosa y la debilidad. Hasta responsabilizarlas totalmente de los trabajos de cuidados, de la reproducción y la anticoncepción, y un gran etcétera.

Lo más importante de todas estas conductas es que, como bien dicen Claudia de la Garza y Eréndira Derbez, “un micromachismo no es un ojo morado, no viola, no mata, pero sí forma parte de un sistema que permite la existencia de violencias mayores”

. Es decir, de esos “detalles” a los feminicidios no hay mucho trecho.

Un aliciente para erradicar estas prácticas es tomar consciencia de que estas manifestaciones de virilidad, de superioridad de la masculinidad, también dañan a los hombres. El machismo precisa que nosotros nos ajustemos a ciertos esquemas de virilidad que nos lastiman. Se nos imponen cargas y papeles que devienen en patologías que descomponen la convivencia social. El típico “los hombres no lloran”, deriva en situaciones de dolor que no podemos expresar porque no se considera “de hombres”. El que se nos asigne el papel de proveedores implica que no podamos ejercer la paternidad a plenitud, el siempre estar demostrando que somos “bien machos”, es otra forma de decir que no tenemos miedo y, por tanto, es suprimir un sentimiento más que válido y real para encapsularlo en el inconsciente. El machismo somete a los hombres a encajar en el papel del fuerte, poderoso, inconmovible y, finalmente, el del opresor. Y aunque ese último se asume voluntariamente, está justificado por el sistema machista .

Y si bien todo lo anterior es cierto, jamás, jamás debemos olvidar que no podemos comparar nuestros agravios con los de las mujeres porque el sistema está hecho por y para nosotros. Somos nosotros los principales beneficiarios del sistema y, por tanto, la responsabilidad de cambiarlo reside principalmente en nosotros.

1. De la Garza, Claudia y Derbez, Eréndira, Machismos Cotidianos, México, Grijalbo, 2020. Avance en: https://www.nexos.com.mx/?p=47210

@MartinVivanco
Abogado y analista político

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