El viernes pasado el presidente Joe Biden declaró que las redes sociales “están matando gente”. Biden se refiere a que la cascada de desinformación sobre la vacunación que circula en las redes (en especial, en Facebook) ha suscitado que millones de estadounidenses rechacen vacunarse. Facebook no tardó en responderle al Presidente aseverando todo lo contrario: gracias a la plataforma casi dos mil millones de personas han tenido información veraz sobre la vacuna y tres millones de estadounidenses han podido localizar puntos de vacunación. Además del debate sobre la vacunación per se, la declaración de Biden detonó un debate sobre la libertad de expresión y sus límites. ¿Presionar a que Facebook “censure” información que considera “falsa” implica lesionar el derecho a la libertad de expresión? La respuesta es que no, pero la manera de operar esto dista mucho de ser sencilla.

La libertad de expresión asegura que cada individuo pueda utilizar cualquier medio idóneo para difundir su pensamiento, además de garantizar el libre intercambio de ideas e información. Estas dos dimensiones –la individual y la social– se entremezclan en la fisionomía propia del derecho a la libre expresión. Ahora bien, como es común aseverar, ningún derecho es absoluto: todos tienen fronteras que requieren delimitarse a la luz de los casos concretos.

En Estados Unidos se cuenta con una historia jurisprudencial amplísima en donde se han ido delimitando los alcances de la libertad de expresión. Lo que muestra esta historia es que la libertad de expresión es un derecho tan preciado y valioso para el sistema democrático que sus limitantes son más bien excepciones que derivan de casos muy especiales. Y el derecho se concibe así por dos presupuestos que se encuentran en el trasfondo del debate.

El primero es una idea libertaria de la libertad de expresión. Es decir, una concepción de la libertad de expresión como una libertad principalmente negativa, que exige del Estado –y de otros actores detentadores de poder– un deber de no interferencia en el derecho de los individuos a expresarse. El segundo, es el famoso “mercado de las ideas”, que surge de boca del Juez Holmes en 1919 quien dijo que “la mejor prueba de la verdad es la capacidad que tiene un pensamiento de conseguir ser aceptado en la libre competencia del mercado”. Actualmente, se asume que la libertad de expresión, la libre competencia de ideas, es un método epistémico superior a otras alternativas para encontrar la verdad, la verdad verdadera. En otras palabras, el mercado no sólo genera precios, sino también verdades.

Si se tiene en mente todo este bagaje, vemos la dificultad de resolver el dilema que hoy tiene EU (y otros países) frente a Facebook. Cualquier interferencia en el discurso, si es que viene del Estado, será vista con sospecha. Tendrá un tufillo socialista o ‘autoritario’, de intervención excesiva en esa libertad negativa que nos protege. Por tanto, obligar a Facebook a poner en marcha instrumentos para acallar las noticias falsas es un tema muy delicado. Además, sigue imperando la idea del “mercado de las ideas” dentro del mundo de las redes sociales. Bajo esta visión hay que dejar que circulen todas las ideas porque los usuarios serán los mejores jueces de la veracidad de las mismas.

El problema es que las redes sociales no operan como los medios tradicionales: su dinámica comunicativa es otra. Como dice Saúl López Noriega, hoy vivimos en un “escenario de contenidos abundantes”, donde “lo más preciado es la atención de los usuarios de una red social” y “entonces, controlar la información exige atacar, distraer y/o acosar a éstos mediante ejércitos de troles o usar tácticas que distorsionan o ahogan el discurso desfavorable a través de la creación y difusión de noticias falsas, el pago a comentaristas falsos y el despliegue de propaganda robotizada”.[1]

En el momento en que el discurso en redes sociales obedece a una lógica económica –la llamada “industria de la atención”– y en esparcir cualquier cantidad de falsedades para generar ganancias, el discurso ya no obedece a la deliberación para encontrar las respuestas correctas, no, sino que obedece al mercado y al dinero. Y el mercado siempre tenderá hacia la acumulación y concentración, es decir, el mercado no es democrático. Esto resulta en que el derecho a la libre expresión, en el mundo real, no esté equitativamente repartido y que quienes ostentan poder económico tengan la posibilidad de influir más en el espacio mediático tergiversando la información que deseen según sus intereses económicos o ideológicos.

Esto es lo que está pasando en EU con la vacunación. Ciertas corporaciones o personajes influyentes utilizan su poder económico (ser influencer es un negocio muy redituable) para diseminar datos falsos sobre las vacunas, a pesar de todos los hechos científicos en contra. Facebook puede modificar su algoritmo para detectar las falsedades y bajarlas de las plataformas. Sin embargo, no quiere tornarse en un “Tribunal de la verdad”. La objeción es atendible, pero cuando la desinformación pone en riesgo la vida de millones de personas, la libertad de expresión debe ceder ante el derecho a la salud pública. Todo está en los matices y en cambiar los presupuestos ideológicos que nos rigen. Ni el dinero es discurso, ni el mercado democrático, ni las redes sociales espacios de deliberación ideal, por eso necesitamos un Estado que corrija sus deficiencias. La solución es el Estado.

Politólogo 
@MartinVivanco

[1] https://eljuegodelacorte.nexos.com.mx/facebook-y-el-fin-de-la-libertad-de-expresion/

Google News

TEMAS RELACIONADOS