El pasado 15 de enero se marcó el punto final de la existencia de una gran mexicana, Guadalupe Rivera Marín . Una mujer adelantada a su tiempo, una mente brillante, de firmes convicciones, que supo esculpir personalmente su destino a través de un exitoso desarrollo profesional en el que destacó como abogada, académica, escritora, diplomática, política.

Guadalupe Rivera nació en la segunda década del siglo pasado, en el seno de una peculiar familia formada por dos grandes personajes. El reconocido pintor Diego Rivera y la actriz y modelo Guadalupe Marín.

Si bien amó profundamente a sus padres, su espíritu libre reclamó siempre su individualidad. La fama y reconocimiento hacia la obra de su padre y el éxito de su madre, lejos de que le pareciera un estatus que le pertenecía y que de manera natural la colocaba en un lugar privilegiado de la intelectualidad mexicana, para Guadalupe Rivera era una pesada carga, pues fue la defensa de su criterio e ideas propias, el reclamo de su personalidad autónoma e independiente.

Estudió Derecho en la UNAM y, aunque no tengo el dato corroborado, me parece que, si no fue la primera mujer en recibirse como Doctora en Derecho, sí fue una de las pioneras en este alto nivel académico.

Guadalupe Rivera cultivó su intelecto manera incansable. Su bagaje cultural de gran calado dio como resultado, no solamente a una extraordinaria profesional del Derecho, sino a una mujer de pluma ágil, informada, elocuente y versátil. Escribió diversos libros. Solo por mencionar algunos: “Las Fiestas de Frida”, un éxito mundial, traducido a diversos idiomas. “El Mercado de Trabajo, relaciones Obrero-Patronales”, obra que motivó le otorgaran el Premio Nacional de Economía.

La política, campo de difícil acceso para las mujeres de su época, no fue obstáculo para que Guadalupe Rivera desarrollara una importante carrera. Integró el Consejo Político del PRI; fue Diputada Federal en 3 ocasiones. Posteriormente, integró como suplente la fórmula para el Senado de la República por Guanajuato. Como el senador propietario fue llamado a otro cargo, Guadalupe ocupó dicho espacio.

Fue requerida para ocupar diversos puestos de alto nivel en la administración pública, entre otros, fue Directora de Crédito en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público; dirigió el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México; y, en el Consejo Nacional de Población, el Programa de Integración de la Mujer al Desarrollo; también fue delegada en Álvaro Obregón.

En el servicio Exterior, participó como embajadora de México ante la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

La docencia fue otro de los campos en los que incursionó exitosamente. En la pasada década de los 90, tuve el privilegio de ser su alumna en la División de Estudios Superiores de la UNAM, en la materia Problemas Socio Económicos de México. De ahí mi admiración y mi respeto para la brillante catedrática que no solamente nos compartió su experiencia y conocimiento de forma ágil, sencilla, amena e informada, sino, que generosamente nos abrió las puertas de su casa, en donde invitaba a sus alumnos a desayunos inolvidables, a los que acudían grandes personajes de la vida política de nuestro país.

Guadalupe Rivera Marín fue una mujer adelantada a su tiempo. El legado que nos deja: los caminos abiertos con su gran capacidad, inteligencia y profesionalismo. Un ejemplo de estudio, dedicación, honestidad y superación. Descanse en paz.

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Ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación 
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