La posibilidad de cambiar el rumbo de la política en Washington, tras la apretada victoria de Biden a la presidencia, depende del grado de intervención del gobierno en torno de tres crisis simultáneas: la crisis de salud derivada de la pandemia, la crisis económica latente, y la crisis climática en curso. ¿Cómo enfrentaron históricamente los EU otras grandes crisis anteriores? ¿Cómo lo harán ahora?

Cuando Wall Street se vino abajo, en octubre de 1929, la miseria se propaló por todo el país y ya hacia el fin del periodo del presidente Herbert Hoover, una cuarta parte de la fuerza laboral estaba sumida en el desempleo. Hoover, quien fuera un ingeniero inteligente y bien intencionado, respondió a la Gran Depresión con la política liberal prevaleciente, que argumentara que eran los mercados los que llevarían espontáneamente a la recuperación, misma que requería de tocar fondo antes de recuperarse. Cuando el presidente Roosevelt tomó posesión, tres años después del Crack de la Bolsa, el fondo aún no parecía llegar, de manera que se propuso aplicar políticas correctivas mediante el estímulo económico estatal, que se opusiera al ingenuo liberalismo del pasado inmediato. ¿Qué medidas? Medidas que serían bautizadas como keynesianas, por ser John Maynard Keynes quien les ofreciera un marco teórico coherente. Si el mercado era incapaz de combatir la miseria era preciso que el estado interviniese. Roosevelt inició con una reforma bancaria y el aseguramiento de los depósitos de los pequeños u medianos ahorradores. Posteriormente avanzó hacia la creación de la Seguridad Social, la implantación del Salario mínimo a nivel federal y una agencia promotora de empleos estatales para actividades socialmente útiles (Workers Progress Administration), que logró colocar a 8.5 millones de estadounidenses en algún trabajo (a quienes el mercado no ofrecía ninguna opción). Estas medidas salvaron de la miseria a millones de desocupados, la peor condición posible para una familia. En septiembre de 1939, cuando Roosevelt ejercía su tercer mandato presidencial, Hitler invadía Polonia, lo que desencadenó la Segunda Guerra Mundial. En dicho año los Estados Unidos tenían un ejército de alrededor de 333 mil hombres. Luego vino Pearl Harbor y Roosevelt aceleró su participación en la contienda contra el nazismo. Hacia el final de la guerra, los efectivos del ejército superaban los 12 millones de hombre y mujeres, con una enorme capacidad de fuego, aviones, tanques, barcos de guerra y nuevos desarrollos tecnológicos, incluida la bomba nuclear. Naturalmente, ellos y sus aliados ganaron la guerra.

México fue un aliado estratégico del extraordinario esfuerzo productivo de los estadounidenses, y el general Cárdenas, como hábil político que fue, compartió las políticas de fomento económico para salir de la Gran Depresión, que también golpeó a México, aunque con menos virulencia. En México, dos fuerzas se expresaron en el despliegue económico y social del cardenismo, la fuerza acumulada de las demandas agrarias y obreras de la Revolución, y la peculiar condición de alianza con los estadunidenses, derivada primero por la Gran Depresión, y más tarde por la Segunda Guerra.

Los presidentes de la posguerra, demócratas o republicanos, todos estuvieron de acuerdo en gestionar el crecimiento de la economía bajo ciertos planes racionales, aunque en beneficio de las empresas privadas. El presidente Eisenhower, republicano, apoyó financieramente la creación de un sistema federal de carreteras interestatales en 1956, la columna vertebral del transporte carretero hasta la actualidad, el más avanzado del mundo en su momento, en el país donde el automóvil manda. Lyndon B. Johnson, demócrata, promovió Medicare (una tabla de salvación en la salud para los viejos), así como Medicaid, y lanzó la “Guerra contra la Pobreza” (un bautizo impensable en tiempos neoliberales). Así mismo, elevó el financiamiento del programa de investigación del espacio, y otros apoyos al transporte carretero y la educación. Incluso Richard Nixon, republicano, estableció los programas EPA y OSHA, dos pilares para la defensa del ambiente y la salud en el trabajo. De Roosevelt a Nixon hubo, entonces, un consenso en el sentido de que el gobierno tenía la misión de servir, y de servir al pueblo.

Cuando Nixon llego al poder, no obstante, la inflación persistente en los EU expresaba problemas económicos nuevos de gran envergadura. Entre 1973 y 1975 se produjo una recesión vinculada a la crisis petrolera, en la que esta última se llevó el crédito y la culpa, mas los años subsecuentes de lento crecimiento indicaron que las dificultades eran de más profundidad. Inflación, recesión, y lento crecimiento convencieron a muchos en el mundo de las corporaciones y grandes negocios de que la recuperación del crecimiento sostenido exigía un incremento en la rentabilidad de las empresas, lo que significaba una reducción de los costos y, con ello el neoliberalismo pasaría al centro de la política nacional e internacional.

La reducción de costos significaba, o bien recortar empleos y reducir salarios, o al menos reducir su crecimiento, lo que implicaba debilitar a la clase trabajadora. Las leyes laborales promovidas durante la presidencia de Roosevelt hacia 1935, la Ley Nacional de Relaciones Laborales (National Labor Relations Act), daba a los sindicatos el derecho a organizarse, mientras que los empresarios veían en esto un derecho inaceptable. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial la American Farm Bureau Federation, la National Association of Manufacturers, la U.S. Chamber of Commerce, la National Labor-Management Foundation y otras organizaciones empresariales, lanzaron campañas de financiamiento para aprobar nuevas leyes con el eufemístico nombre de leyes sobre Derecho al Trabajo, que prohibían la obligación de que los trabajadores dieran cuotas sindicales de manera obligatoria, lo que debilitó brutalmente a los sindicatos. Estas campañas antiobreras se ampliaron y fortalecieron en la era neoliberal. Así, de los años setenta al presente, mientras la riqueza per cápita creció casi al doble en los Estados Unidos, los salarios reales promedio han permanecido esencialmente estáticos. Dicho sea de paso, estos resultados a lo largo de cuatro décadas suponen echar por tierra la validez de la teoría de que los salarios se mueven al mismo ritmo que el PIB per cápita. Básicamente, durante el imperio de la política de austeridad, la nueva riqueza creada se repartió casi exclusivamente para los más ricos y acaso para algunos de los altos puestos de administradores y profesionales (especialmente en el área de las finanzas) y no hacia aquéllos que la produjeron. Esta tendencia no fue exclusiva de los EU, sino también en muchos países europeos y otros del mundo entero, como ha demostrado Picketty, entre otros economistas que han estudiado al 1% más rico (y poderoso) de la población en decenas de países.

El segundo costo a recortar por parte de las políticas neoliberales fue el de los gobiernos, lo que supuso recortar los impuestos a las corporaciones y al impuesto sobre la renta de los más ricos. El impuesto a la renta corporativa era del 52% en la era de Eisenhower, cayó al 40% bajo Reagan, al 35% bajo Clinton… y nada menos que al 21% con Trump. Los recortes federales se repitieron estado por estado. Por ejemplo, en el estado de Carolina del Norte, cuando los republicanos ascendieron al poder, redujeron el impuesto corporativo estatal del 6.9% al 2.5%.

Con un presupuesto que se encogía progresivamente, el gobierno no pudo continuar con programas orientados a apoyar a las capas más pobres de la población. Entonces los predicadores y ministros de la austeridad -Thatcher, Reagan, Pinochet, Bush, Trump- argumentaron que el gobierno era inherentemente ineficiente y dispendioso por lo que emprendieron campañas hacia la privatización generalizada desde las prisiones y los parques nacionales hasta la educación y la asistencia social y de comida a los más necesitados, e incluso el correo, meta que no han alcanzado aún. Hoy en día, en los Estados Unidos, el gobierno emplea a más de tres veces el número de empleados gubernamentales a través de empleados contratados por oficinas de outsourcing, es decir, bajo condiciones precarias de trabajo y salario. El neoliberalismo volvió al gobierno mismo un negocio privado. Hoy se destina 1.5 trillones de dólares de presupuesto gubernamental en outsourcing .

Roosevelt hizo frente a dos dramáticas crisis económicas y sociales, la de la Gran Depresión y la de la Segunda Guerra Mundial. Su gobierno respondió a través del único medio disponible, la política y el presupuesto público, forzado rápidamente al alza, con el respaldo social de la mayoría. Él sabía que, mientras las grandes empresas privadas sirven para enriquecer a sus dueños, el gobierno puede –aunque no siempre sea el caso- ayudar a proteger a su pueblo, a través de sus propios esfuerzos.

En la actualidad los Estados Unidos, como el mundo entero, confrontan tres crisis simultáneas: la pandemia y su ataque a los sistemas de salud, la del desempleo y su secuela de miseria sobre la población trabajadora, y la ambiental, cuya cabeza asoma cada vez con mayor claridad. La pandemia ha evidenciado la torpeza en el manejo presidencial de Trump (que quería tapar el sol con un dedo) y de las agencias federales, que protagonizaron una de las peores respuestas entre los países más ricos y, como consecuencia, una de las razones de la merecidísima derrota electoral de Trump, rodeado de unos 9 millones de desempleados, un cuarto de millón de muertos, y protestas sociales a nivel nacional por el brutal trato policiaco, particularmente hacia las minorías de color… Y el fondo del impacto del Covid está aún lejos.

La mayor parte de los analistas sitúa la caída del PIB este 2020 en menos 5%. Durante 1975 era común repetir que la recesión de dicho año provenía del alza en los precios del petróleo, pero los años posteriores indicaron que el lento crecimiento tenía causas más profundas, ligadas a la rentabilidad, mucho más allá del petróleo. Hoy en día la pandemia ha desencadenado la recesión, pero es probable que las dificultades vayan más al fondo, como indicó la crisis del 2008 y su precaria recuperación. En aquel año, la deuda federal de los EU era de aproximadamente 10 trillones de dólares, una década después sobrepasa los 21 trillones, cerca del valor de su riqueza anual. Se argumenta que el endeudamiento no representa localmente un problema mayor mientras las tasas de interés permanezcan bajas, pero es un hecho que mucho del crecimiento reciente se ha realizado a crédito, lo que sugiere una economía más débil, con expectativas de crecimiento lento y con mayor desempleo. Esto explica en parte el rechazo popular a la nueva migración, incluidos los migrantes de reciente ingreso que no desean mayor competencia y desean cerrar la puerta detrás de sí. Este es el panorama a esperar de no producirse una intervención estatal de escala global, que guíe la recuperación.

El elefante en el cuarto es, desde luego, el cambio climático. Así, no hubo una respuesta federal a los incendios masivos (y reiterados por años) del Oeste de los EU, como no la hubo tampoco ante los desastres de las crecientes olas de huracanes en Louisiana. En cambio, Trump argumentó que estas tragedias derivaban de un mal manejo de las agencias responsables y era necesario recortar costos ligados a las regulaciones ambientales. Al mismo tiempo, el panorama sobre disponibilidad de agua en el Oeste es sombrío, mientras en el Sureste resulta excesivo y la temperatura promedio del planeta no para de crecer, poniendo en riesgo a muchas especies, incluida a la nuestra. Los científicos lo advirtieron a tiempo, ahora los gobiernos tienen que actuar en lo que es probablemente la necesidad más acuciante. No es que el cambio climático nos va a alcanzar, es que está aquí ahora. El equipo de Biden lo ha señalado, ahora es el momento de actuar, pese a los numerosos obstáculos presentes.

Hay dos tipos de intervenciones gubernamentales. Una es cambiar las reglas del juego (las leyes y regulaciones), y la segunda, asignar recursos suficientes a ciertos programas prioritarios. La mezcla precisa entre ambos es fuente de debates. Lo que no es debatible es que, si no se hace a un lado los mitos sobre la austeridad gubernamental que pretende justificar la parálisis del gobierno en EU (y muchos países), las tres crisis, dejadas a su propia inercia (y la del mercado) pueden llegar a provocar no únicamente más miseria, sino destruir las bases de la civilización como la conocemos. La derrota de Trump y su partido es un buen comienzo, la tarea que sigue es monumental: Pandemia, economía, clima.

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