“El que suelte al tigre que lo amarre, yo no voy a estar deteniendo a la gente luego de un fraude electoral”
-Andrés Manuel López Obrador
13 marzo, 2018
Las teorías de conspiración son explicaciones alternativas y no verificadas que sugieren que un evento o fenómeno se debe a una conspiración secreta y deliberada de un grupo de personas, actores o entidades. El uso de ellas en las últimas décadas ha sido una constante en la narrativa que acompaña el ascenso político del grupo de López Obrador.
En el actual contexto, inmerso en una descarnada lucha por mantener el poder, las sistemáticas afirmaciones infundadas y las mentiras vertidas desde una tóxica mañanera sustentan la manipulación de los acontecimientos para alcanzar un objetivo ya no tan oculto; continuar a toda costa seis años más con el bastón de mando.
Estas teorías, lo saben bien en los pasillos del Palacio, se propagan rápidamente cuando hay incertidumbre o descontento en la sociedad y ayudan a minar la confianza en las instituciones democráticas. El fomento de la polarización política socavando la cohesión social al alimentar la desconfianza y el resentimiento, representa hoy una amenaza significativa para la estabilidad, entre otras cosas, del próximo proceso electoral.
La construcción del relato de López Obrador de la posibilidad de un fraude a 79 días de que millones de ciudadanos acudan a las urnas, pareciera ser una copia de la estrategia de Trump de campaña en el 2020 y que el día de la elección y a medida que se contaban los votos, el entonces presidente y sus aliados alegaron que hubo un fraude masivo y la manipulación de las máquinas de votación.
El resultado de esa retórica incendiaria y los llamados a la movilización de su base dura culminó en el asalto al Capitolio por parte de una turba de seguidores —que por cierto Trump expresó ayer que de llegar a ganar la elección presidencial en noviembre próximo liberará a los insurreccionistas convictos por los actos de ese 6 de enero— en un intento por interrumpir la certificación del resultado electoral por parte del Congreso. Hoy casi cuatro años después, y con Donald Trump nuevamente como el candidato republicano, el escenario para México se convierte en uno de alto riesgo en las esferas más estratégicas.
Y justo cuando el país está inmerso en el torbellino de la innegable injerencia del crimen organizado en la elección del próximo 2 de junio, el timing de López Obrador para lanzar la narrativa acerca de que sus adversarios y enemigos están planeando un golpe de estado técnico, es decir ¿un golpe de estado institucional?, enciende las alarmas domésticas e internacionales, ya que a diferencia de los golpes de estado tradicionales que involucran el uso de la fuerza militar, éste opera dentro del marco legal y constitucional aprovechando lagunas, ambigüedades o debilidades en las instituciones democráticas. Y en México están permanentemente bajo el asecho y amenaza por parte del Ejecutivo.
Las preguntas son varias, ¿cuál es el demencial propósito detrás de la construcción de ese relato?, ¿a quiénes va dirigido? Es acaso ¿la justificación para desencadenar un efecto dominó postelectoral?
Elevar esa apuesta en el actual escenario de molestia social y del cogobierno con el narco en amplias zonas del país alimenta (al tigre) la inestabilidad y abre un juego de suma cero.
Mientras tanto en paralelo se sigue fortaleciendo la dicotomía “ellos o nosotros”.
Destrucción o reconstrucción.
Continuidad o cambio.