El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, se empezó a comportar como tal pocos días después de la elección, una vez que la brecha de votos con Donald Trump en el colegio electoral y el voto popular se volvió infranqueable. Como parte del proceso, y para reafirmar la inevitabilidad de su ascensión, ha anticipado el nombramiento de puestos clave en su futuro gobierno.

La conformación del gabinete será quizá el principal indicador del éxito de su mandato y diferenciador con respecto a Donald Trump, que hubiere tenido dificultad para conformar un equipo de trabajo talentoso y capaz. El presidente electo va a tratar de mostrar, por medio de sus nombramientos, su poder de convocatoria para conjuntar un gabinete con masa crítica sobresaliente y con capacidad de ejecución que lo diferencie. Ya se verá si lo logra.

En el ámbito económico destacan hasta ahora dos: Janet Yellen, que fungiría como secretaria del Tesoro, y John Kerry como embajador para el cambio climático, lo que anticipa las prioridades de política de la economía más grande del mundo y de enorme impacto para México.

La elección de Yellen está diseñada para dar tranquilidad a los mercados, analistas y principales jugadores económicos en el ámbito internacional, así como para indicar que, por lo menos por un tiempo, se continuará con políticas fiscal y monetaria laxas, incluso más ambiciosas, así como con una más cercana coordinación entre el Tesoro y la Reserva Federal que ella encabezó de 2014 a 2018. Los mercados parecen haberle dado ya la bienvenida a la perspectiva expansiva el día siguiente del anuncio. El peso mexicano también se vio beneficiado con la noticia al cotizarse en la frontera entre 19 y 20 por dólar.

Si bien Yellen estima que, con el nivel de tasas de interés actual, es deseable una política fiscal expansionista para paliar los efectos del triple choque económico del Covid-19, el de oferta por el confinamiento, el de consumo e inversión por falta de demanda y el de reestructuración por cierres y bancarrotas, desde el punto de vista de largo plazo, tendrá que evaluar la viabilidad e impacto de un nivel de endeudamiento que no tiene precedente en tiempos de paz.

Es precisamente en este contexto que hay una posible liga entre los nombramientos de Yellen y Kerry. No es un secreto la intención del presidente electo de que Estados Unidos regrese al Acuerdo de París para enfrentar el cambio climático, negociado bajo la administración Obama-Biden, y que el presidente Trump abandonó al principio de su mandato bajo el argumento de que dañaba excesivamente a su economía y exigía casi ningún esfuerzo a la china.

Si el nombramiento de Kerry implica un compromiso para hacer frente al reto del cambio climático, prioritario para un segmento muy importante del partido Demócrata, debe esperarse que el nuevo gobierno impulse la transición hacia energías limpias y se apele a un conjunto de instrumentos para hacerlo. Una pregunta importante es si esto incluye una reforma tributaria que desincentive el uso de energéticos intensivos en carbón. El sólo hecho de considerar impuestos basados en el contenido carbónico de las fuentes de energía como parte de la agenda del cambio climático tendría fuertes repercusiones políticas y económicas en todo el mundo y en el funcionamiento del comercio exterior.

No es un accidente que Estados Unidos se haya siempre negado a la participación en acuerdos internacionales para luchar contra el cambio climático ya que su aprobación es inviable en su Senado. Será interesante ver qué tipo de medidas propone Biden para que su reincorporación al Acuerdo de París tenga contenido de política pública.

Por esto, la propuesta para encabezar el Departamento del Tesoro es importante: la doctora Yellen se ha pronunciado en varias ocasiones sobre la relevancia del cambio climático y el establecimiento de un impuesto al carbón como el instrumento más eficaz para enfrentarlo.

Sin embargo, ella también argumenta que un impuesto de esta naturaleza pondría en desventaja a los productores domésticos de manufacturas intensivas en energías con contenido de carbón y que, por lo tanto, es necesario implementar un impuesto de ajuste en frontera para compensarla.

Las implicaciones de un impuesto al contenido carbónico en Estados Unidos serían enormes, sobre todo si se complementa con un ajuste para el comercio exterior para no penalizar a sus productores, ya sea como exportadores o como vendedores en el mercado interno. El ajuste en frontera implicaría una devolución del impuesto al carbón acumulado por el bien o servicio a exportar, así como la imposición de un arancel equivalente para los productos importados, de tal suerte que no gocen de una ventaja indebida en el mercado local.

La definición de cómo se establezca el impuesto al carbón y de cómo se implemente el ajuste en frontera tendría serias implicaciones para la integración comercial y la globalización. Un esquema impositivo mal diseñado tendría un impacto muy negativo sobre el comercio exterior y, por lo tanto, sobre el crecimiento de la economía mundial. Por ello, la doctora Yellen ha insistido en que tanto el impuesto como el ajuste deben ser compatibles con las disciplinas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Ello implica que no pueden ser discriminatorios, ni una traba innecesaria para el comercio.

La manera más sencilla de entender la posible compatibilidad con la OMC consiste en pensar en un impuesto al valor agregado (IVA). La OMC permite la imposición del IVA cuando es generalizada, la causan bienes y servicios nacionales e importados por igual, y se tiene una tasa cero para la exportación, de tal suerte que se reembolse la carga de IVA latente de un bien o servicio al ser exportado para que preserve su competitividad. Por supuesto, el país receptor retiene el derecho de imponer, a esa importación, su propio IVA o un impuesto a las ventas.

El caso del carbón es un poco más complejo, ya que no es automático el cálculo del carbón añadido y, por tanto, del impuesto latente para un bien o servicio, ni el arancel adecuado aplicable a las importaciones, pero en principio se puede diseñar, aunque no fácilmente, un tal impuesto congruente con el comercio exterior.

Quizá este diseño se convierta en la principal discusión de política económica en los próximos años, no sólo por su relación medioambiental, sino por la contribución que pudiere hacer para reducir el excesivo endeudamiento. Yellen, a fin de cuentas, tampoco está a favor de déficit públicos permanentes.

Twitter: @eledece

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