Días difíciles vive el mundo por las diversas calamidades que se han precipitado sobre las economías de las naciones desde que la pandemia del coronavirus hizo su aparición en China. Dado el peso específico que esta nueva potencia tiene en los intercambios comerciales y en las finanzas internacionales, al semiparalizar su maquinaria industrial dañó toda la actividad mundial y sus efectos en cadena se dejaron sentir de inmediato en el derrumbe generalizado en las bolsas de valores de todo el orbe.

Acorde al refrán que lamenta la acumulación de males: “ya éramos muchos y parió la abuela”, la humanidad deplora el desacuerdo entre rusos y árabes para reducir la producción de petróleo y conservar la estabilidad de sus precios; tal diferendo, como ya se ha visto, agregó un ingrediente adicional a la crisis global. Desde la quiebra del sistema financiero internacional en 2008 los centros bursátiles globales no vivían jornadas tan negras como las recientes.

Cada país está tratando de capotear la macrotormenta como mejor puede. Aquí, las cosas en Palacio van despacio; con filosofía kalimaniana se recomienda serenidad y paciencia. Es correcto que las autoridades no actúen con precipitación y alarmismo, pero es temerario que no revisen a fondo sus políticas que no están funcionando.

El supremo gobierno observa el vendaval y adopta la postura del mínimo esfuerzo; hasta el momento no se advierte ningún intento consistente de preparar al país para los difíciles escenarios del futuro. Este lento reflejo frente a los acontecimientos, que cambiaron las condiciones sobre las que la administración trazó sus planes y objetivos, lo pueden llevar al fracaso y arrastrar a la sociedad mexicana a un sufrimiento mayúsculo.

Muchos especialistas se han ocupado de señalar las graves equivocaciones y errores que el grupo en el poder ha cometido desde que asumió de facto la conducción de la administración pública federal. Ruinosas decisiones que ni siquiera a la luz de la ideología de la llamada 4T se explican y justifican.

Sus resultados hasta ahora son pobres. De ello dan cuenta la parálisis económica por incertidumbre y desconfianza, el agravamiento de la inseguridad y la violencia, el descontento por el desabasto de medicinas, un ambiente de deterioro generalizado del país. Todo ello comienza a reflejarse en las encuestas, dibujando una tendencia hacia la desilusión popular.

El gobierno está en una encrucijada vital. No comparto la sentencia de algunos analistas que lo dan por acabado. Está a tiempo de rectificar; no llega aún al punto de no retorno. Pero debe tirar el lastre de la soberbia sectaria y rediseñar con racionalidad y sensatez sus políticas y herramientas de trabajo.

Dada la alineación de izquierda en la que los ideólogos del gobierno se reconocen y el exaltado sentido revolucionario que algunos de ellos le dan a la elección del 2018, no estaría de más que recordaran la historia —que deben conocer bien— de lo que hizo Lenin en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (después URSS). Luego de instalar el bolchevismo en 1917, y de aplicar ferozmente su programa, la economía del país quedó totalmente destruida, generando hambruna y desolación. Hoy la llamaríamos una crisis humanitaria o genocidio.

¿Que hizo ante el desastre que había provocado? Rectificó. En 1921 aplicó la Nueva Política Económica (NEP) para reactivar la economía. Hizo a un lado la soberbia ideológica y asumió la realidad. Dejó de autoengañarse, no disponía de margen de maniobra para seguir gobernando con discursos y proclamas incendiarias contra los explotadores del proletariado. Tal vez se sinceró consigo mismo y admitió que se había convertido en el principal enemigo de su proyecto.

Analista político. @lf_bravomena

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