Eduardo Medina Mora nunca fue un hombre ajeno a la controversia, hace años su designación como ministro de la Corte provocó reacciones encontradas: su cercanía al poder, concretamente al presidente Peña Nieto, detonó el debate público en torno al método para elegir a un integrante del máximo tribunal, empero, hubo muchas voces que, en ese momento, lo avalaron como un argumento del presidencialismo y la estabilidad política del país.

Curiosamente, algunas de esas mismas voces que antes aplaudían por las cuotas y cuates, hoy se rasgan las vestiduras frente a las designaciones, también de cuates y cuotas, en las elecciones de ministros por la 4T.

Seamos francos, desde las reformas en el 94 a la Suprema Corte se ha avanzado, muy poco, en la independencia para la toma de decisiones del Poder Judicial de la Federación, partamos de la base de que la “razón jurídica” siempre será subjetiva, ¡vamos, que el derecho no es ciencia exacta!, y la argumentación en un sentido o en otro de un determinado caso será siempre posible y siempre cuestionable.

Nunca hemos tenido un verdadero Poder Judicial autónomo al ciento por ciento de la injerencia política, si lo quisiéramos así, tal vez deberíamos cerciorarnos de que nuestros ministros vivan en una cueva, alejados de cualquier información, quizá tendríamos que cambiarlos por seres autómatas, tipo robots, que resolvieran todo con base a complejos algoritmos que, al final, generarían peores controversias.

El Poder Judicial mexicano, como muchos otros en el mundo, tiene una influencia desde el poder político, hoy día, ciertamente, ya no pasa en todos los asuntos, como lo era antes, donde no se dibujaba una coma al proyecto de sentencia sin que pasara, primero, por la venia del Señor Presidente.

Debemos entender la Corte no como un contrapeso político sino como un equilibrio de la República y de una democracia que busca no concentrar todas las funciones, que no necesariamente todo el “poder”, en un solo organismo o, mucho peor, en una sola persona.

La Corte no es un contrapeso político, como tampoco deberían serlo los órganos autónomos, que teóricamente deben cumplir la función para la que fueron creados en beneficio de la sociedad a la que sirven.

El contrapeso político debería venir de la oposición, de la sociedad civil organizada y sin miedo a expresarse porque sabe que existe una Corte y unas instituciones que no permitirán que se violen sus más fundamentales derechos, debe venir, inclusive, de los medios de comunicación, del periodismo libre y responsable, pero jamás de la Corte que no puede tomar partido más allá de lo que dicta el imperio de la ley al que han jurado respetar.

De ahí, que el escándalo por la salida de Medina Mora, obedece más a vestiduras rasgadas de muchos que antes lo cobijaron sin importar que era un eslabón muy débil pero que pensaron que el status quo se mantendría por siempre… No hay manera de culparlos, nada había cambiado en décadas, ¿por qué lo haría entonces?

Tienen razón, eso sí, en un punto: parece que el cambio de régimen resultó igual de patético que el que ellos defendieron, solo que ahora les tocó ser los espectadores de la farsa cuando se habían acostumbrado al papel de tartufos.

Ni modo, nada es para siempre.

DE COLOFÓN.— El cambio en la defensa de Rosario Robles obedece a quien ha tomado las riendas del caso, Mendieta será el abogado operativo.

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