En un esfuerzo por vislumbrar la naturaleza de los arreglos políticos del futuro, John Gray , profesor de filosofía política inglés, señala que la pandemia de coronavirus que hoy azota a todos los continentes bien pudiera llevar a un mundo menos globalizado, más centrado en sus estructuras económicas nacionales y, finalmente, a un viraje en favor de estados más fuertes, más interventores en el diseño del marco y de los mecanismos que estructuren y protejan la vida y el bienestar del grueso de ciudadanos. Gray define a ese tipo de Estado como hobbsiano (El País, 23/05/20).

Pero ¿porque traer a colación en tiempos del Covid-19 a Thomas Hobbes , otro filósofo político inglés, pero del turbulento siglo XVIII y que no fue particularmente partidario de las ideas libertarias? Para algunos historiadores de las ideas, Hobbes es lo que él dijo ser: el primer científico político moderno. Si bien se puede reclamar esa distinción para Maquiavelo , éste cimentó su teoría del realismo político , de la “razón de Estado”, en el mundo del pasado, en el de la Roma clásica. En contraste, Hobbes desdeñó a la historia como maestra de la política del poder y en su lugar recurrió a un concepto fundamental en la explicación de la conducta humana, individual y colectiva: el miedo y su correlato: la búsqueda de protección.

En su obra sobre la naturaleza del Estado, El Leviatán (1651), Hobbes partió de un supuesto clave, pero imaginado: que el origen de la sociedad es el “Estado de naturaleza”; uno donde los hombres vivían según sus brutales leyes, es decir, las del más fuerte y en una interminable guerra de todos contra todos, donde el miedo campeaba por doquier y la existencia humana era “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Para superar tan lamentable situación original se creó una estructura política —el Estado— que formuló e impuso reglas y orden para poder convivir en relativa paz. A cambio de una vida que ya no fuera solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta, las sociedades aceptaron someterse a una autoridad superior, indiscutible y soberana: la de un príncipe absoluto. La única rebeldía inevitable para el individuo sería la dictada por su instinto de conservación: cuando defendiese su vida en caso de que la autoridad pretendiera quitársela.

En este Estado hobbsiano, la libertad del súbdito tenía claros y estrechos límites, pero a cambio de ello ganaba mucho en materia de seguridad para su persona, su familia y su propiedad. Ese trueque de libertad por seguridad era, para Hobbes, el fundamento del Estado, del contrato entre cada uno de los súbditos y el príncipe. Ahora bien, si ocurría que la estructura de autoridad no era capaz de proporcionar esa seguridad primordial al ciudadano, entonces desaparecía la razón de la obediencia y de la razón misma de ser del Estado.

Volvamos a la pandemia actual. Hoy, en los países más castigados por el Covid-19, México entre ellos, se pide la consolidación de lo que Gray llama el Estado Protector . Sólo el Estado nacional aparece como la concentración de fuerza idónea para llevar a cabo acciones sociales a gran escala como la construcción de un sistema donde la salud sea un derecho efectivo, garantizado por instituciones capaces de movilizar recursos materiales y humanos para enfrentar con eficacia lo mismo al recién llegado SARS-CoV2 , que a otros males de larga data o los efectos de un terremoto, tsunamis, incendios, inundaciones o sequías. Pero también hay situaciones que no son emergencias que reclaman la presencia permanente de los recursos, la voluntad y la organización especializada estatal y donde ésta no pueden ser efectivamente sustituida por el mercado o instituciones privadas. Tal es el caso de la educación de masas, la seguridad nacional alimentaria, energética o esa que tanto motivó la construcción teórica de Hobbes: la seguridad pública, cuestión particularmente relevante hoy en México, donde en 2019 tuvieron lugar 34,582 homicidios dolosos.

Finalmente, no se necesita suscribir a cabalidad la posición autoritaria y antidemocrática de Hobbes para sostener la validez del reclamo de un Estado fuerte y eficaz, capaz de proporcionar no sólo seguridad física a sus ciudadanos, sino algo más valioso: las condiciones para evitar que en un sector —el clasificado como de pobres extremos— la vida transcurra como si el Estado no existiera y se mantenga como Hobbes la imaginó en el origen: “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Hoy ese Estado fuerte puede y debe ser capaz de funcionar en un contexto donde el precio no sea el de acabar con las libertades democráticas sino apenas el de obedecer la ley y pagar los impuestos debidos.

agenda_ciudadana@hotmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS