Mientras el dolor, el horror y el estupor de la guerra lejana nos invade, tenemos que seguir narrando el otro dolor, el otro horror y el otro estupor, el nuestro, el cotidiano.

Leo en un tuit que Elisa Jiménez Vázquez apareció tirada muerta en las vías del tren en Zapopan, Jalisco. ¡Elisa! Otro nombre que no desearíamos corear en la próxima marcha del 8 de marzo junto a tantos otros que se siguen multiplicando. Elisa, otra mujer que no volvió. Elisa, otra mujer que tiene que estar presente en nuestra memoria.

Leo que se ganaba la vida paseando perros y que se está haciendo una colecta para que su cuerpo mancillado regrese a su Veracruz natal. Después de lo sucedido, pedimos lo mismo de siempre: que el caso se investigue a fondo, que no quede impune. Es lo mínimo que se puede pedir cuando de nuevo fallaron todas las acciones preventivas y la reacción inmediata.

Leí también, en la semana, el informe que publicó Oxfam México sobre el servicio de reparto a domicilio que se hizo más frecuente a través de apps durante la pandemia. Por supuesto que no pude evitar leerlo con perspectiva de género porque, independientemente de lo irregular y precaria que es la situación laboral de todas las personas que encontraron una opción en ello, varias mujeres entrevistadas narraron experiencias estremecedoras que nos hacen ver que ellas se encuentran en mayor riesgo y vulnerabilidad por su condición de mujeres.

La pandemia dejó a muchas personas sin trabajo y ser repartidor se convirtió en una opción, particularmente para algunas mujeres que pasaron de una informalidad a otra, aunque esta última esté respaldada, aparentemente, por alguna empresa formal. La flexibilidad del horario que permite combinar este trabajo con el de los cuidados, resultó ser un aliciente; sin embargo, como las aplicaciones envían el nombre de la persona que va a entregar el pedido, al ver que se trata de una mujer, varios clientes ven una oportunidad para intimidar y ¿por qué no? para intentar disponer del cuerpo de ellas.

Varias entrevistadas narraron los momentos de angustia que han vivido porque más de una vez algún destinatario del servicio apareció semidesnudo o desnudo cuando abrió la puerta del domicilio o las invitó a pasar. En estos casos han tenido que armar redes de protección entre ellas ante el vacío empresarial.

Ser mujer te coloca en permanente riesgo de agresiones sexuales. Aquí no cabe el recurrido cómo iba vestida. Estamos hablando de una mujer, Elisa, que sacaba a pasear perros y de otras mujeres que, en algunos casos, llevaban el uniforme de la empresa del reparto. No aplica el socorrido qué hora era, porque todo puede suceder en cualquier momento incluso a plena luz del día. No aplica el “ella lo provocó” y las culpas injustificadas que siempre se busca que recaigan sobre las víctimas. No se trata, como comúnmente se hace, de poner los ojos en qué hicieron ellas, sino, más bien, en revisar la conducta repetida y sistemática de los agresores que pone en evidencia el problema que tenemos que atacar de fondo para erradicarlo de una vez por todas.

Se acerca el 8 de marzo y las demandas serán las mismas que las de los últimos años: ni una más, ni una desaparecida más. Yo decido. Mi cuerpo es mío. No es no. Por las que ya no están. Porque yo regrese viva.

A lo lejos, la angustia de la guerra, aquí, en el intento de superar el dolor cotidiano.

Experta Comité CEDAW/ONU. @leticia_bonifaz