La UNAM ha sido mi segunda casa: refugio, lugar de crecimiento, de socialización, de esparcimiento, de conocimientos, de vida. Una larga vida: la de ella y la mía en su campus.

En un ya lejano septiembre del 76, recibí la notificación de que había sido admitida a la Facultad de Derecho. Mi hermana, dos años mayor, ya estaba en la Facultad de Arquitectura y me había enseñado cómo llegar a la Magdalena Mixhuca donde se celebró el examen de admisión. Me fui uniendo en el camino a los cientos de esperanzados estudiantes que llevaban en la mano el inconfundible lápiz amarillo para marcar los reactivos.

Dejé en Chiapas mis lagos, ríos, montañas y familia para esta aventura que aún no termina. De Copilco, solo cruzaba para estar en Ciudad Universitaria. Ese espacio en el que tantas veces he visto salir el sol por Medicina y ocultarse por el Estadio Olímpico.

Empecé a hacer amigos, a conocer a los maestros que escribían libros, a ir a la Torre II de Humanidades, donde estaba un incipiente Instituto de Investigaciones Jurídicas con becarios que hasta hoy son mis amigos. En el elevador de ese edificio conocí a Don Rubén Bonifaz Nuño quien me pidió le dijera tío sin hurgar más en la genealogía.

Aproveché la música en la Neza, las muestras de cine en el Bracho y el Revueltas, los domingos de danza en el taller coreográfico, a veces teatro y mucha, mucha cultura. La UNAM me entregó todo a manos llenas.

Tuve amigos de todas las clases sociales. Era amiga del hijo del chofer de un camión repartidor de Jarritos y también del hijo de nuestro Embajador en Austria. Había compañeros que planeaban veranos en Europa y otros que, como yo, esperábamos las vacaciones para retornar a los sabores de la comida materna en Sinaloa, Tabasco, Veracruz o Baja California.

Hice mi servicio social en el Seminario de Sociología. Muy pronto me titulé y decidí ser maestra de Introducción al Estudio del Derecho. Así comencé a recibir a estudiantes, poco menores que yo, que reforzaban en la clase su vocación y un interés real por la carrera. Después empecé a impartir Filosofía del Derecho en el décimo semestre. Así, año tras año, recibía caras nuevas, encauzaba inquietudes, respondía dudas, acrecentaba otras, acompañaba la construcción de sueños —que los hacía propios—, destruía mitos, inyectaba confianza, contagiaba entusiasmo y daba esperanza a granel porque los preparaba en el pensamiento crítico.

Siempre alerté a mis alumnos de lo que les esperaba afuera. Les insistía en que mantuvieran sus ideales siempre tocando tierra. Les decía que la justicia era algo de lo que se debía hablar, más que en Derecho en la vecina Facultad de Economía.

La UNAM siempre ha sido un espacio cómodo, al que sin duda pertenezco. Me alegran sus logros, los reconocimientos internacionales que recibe, los descubrimientos que se hacen en cada uno de sus múltiples laboratorios. Sus aportes a la sociedad mexicana y al mundo. Me siento hermanada con tantas personas que encontraron ahí su ámbito vital.

La UNAM es una Universidad enorme (hoy tiene más de 370 mil estudiantes y más de 42 mil académicos). En ejercicio de la autonomía personal y con infinidad de alternativas puestas, cada quién traza en ella, con ella y para ella, el futuro que desea. El prestigio de una Universidad de masas solo se construye a partir de responsabilidades individuales. ¡Orgullo UNAM!

Catedrática de la UNAM @leticia_bonifaz
 

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