Hay un cuento de Murakami que me gusta mucho citar. Una joven pide un deseo a un hombre clarividente y misterioso y él al concederlo le advierte que no importa cuán lejos llegue en la vida, nunca va a dejar de ser ella misma. Supongo que nos pasa a todos; en la tormenta cotidiana o en el cataclismo, tendemos a actuar como somos y pocos, muy pocos, se percatan de que las graves circunstancias invitan a modificar la conducta. Supongo que la muerte nos pillará a todos discutiendo minucias con nuestra familia, pequeñas grillas con los compañeros de trabajo o desavenencias con los vecinos, porque somos incapaces de dar mayor perspectiva a la situación en las que estamos inmersos. Tendemos a ignorar, por abrumadoras, las tendencias que están muy por encima de nosotros y que vigorosas avanzan, destruyendo nuestros equilibrios personales y políticos. Es muy probable que así haya sido siempre. Es perfectamente imaginable que algún soldado en Borodino (ahora que regresa Tolstoi a la palestra) en el fragor de la batalla nunca vislumbrase lo que estaba en juego en ese momento para la historia del planeta completo. Así somos, pequeños engranes de una maquinaria compleja.

Cuando veo las cifras de desempleo en los Estados Unidos: 30 millones que solicitan subsidio empiezo a matizar mis posturas y mis prioridades; pienso en toda esa gente que tal vez nunca más vuelva a tener el nivel de ingresos que tuvo hasta ahora. Cuando en Italia 10 millones de personas pueden ingresar a zonas de pobreza, pienso en lo mucho que ese país ha logrado en su historia reciente y lo que este cataclismo puede provocar. Las cifras que da a conocer la OIT hablan de deterioro significativo para ¡305 millones de empleos! de tiempo completo en el mundo. Sumo y sigo y con humildad me pregunto si estamos enfocando el problema en su justa dimensión. A nivel planetario, el primer mes de la crisis se ha cobrado un 60% de los ingresos de los trabajadores informales en todo el globo. En nuestro país, la cifra de personas que han visto sus perspectivas de transformación trituradas merece una mirada mucho más compasiva y penetrante y no propaganda y polarización.

Cuando echo un vistazo a los números y me percato que las pérdidas en Pemex ascienden a 562 mil millones en tres meses, recuerdo que la debacle de 1994 nos costó alrededor de 550 mil millones, que es el valor original del Fobaproa; estamos hablando de montos de hace veintitantos años, pero que ya que, una y otra vez, regresa el tema en estos tiempos a la conversación pública, lo traigo a colación. La reasignación del 10% del presupuesto está teniendo implicaciones devastadoras en la vida de jóvenes quienes, por cierto, fueron tan entusiastas con la 4T, que ahora ven sus vidas y proyectos truncos porque sus becas están en riesgo, no puedo más que recalibrar mis preocupaciones.

No sé si en el pasado ante los cataclismos y tragedias otras generaciones actuaron igual o somos redomadamente inútiles en este siglo XXI. Tenemos una capacidad enorme para entender muchas cosas, pero al mismo tiempo, somos capaces de inhibirnos ante magnitudes que nos superan y volvemos a las minucias y pequeñas infamias como aquella expresión de aquel que, hundiéndose el barco, piensa que su enemigo va a ahogarse antes que él. Menudo consuelo. Nuestra ignoracia nos hace moversos por mentiras colectivas (lo que diga el líder o lo contrario, el pensamiento tribal va en los dos sentidos)

¿Cuánto tiempo pasará antes de reconocer las magnitudes económicas que esta pandemia nos va a dejar? Por supuesto, la historia se encargará de ubicar a cada cual en la estatura intelectual y moral que mostró en medio de la crisis. Cuando millones están a punto de perderlo todo lo mínimo que podríamos hacer es ser solidarios con ellos. No hay cosa más chillona y cutre que actuar como si no pasara nada en tiempos en los que la desgracia se reproduce indómita en nuestro entorno.

Analista político. @leonardocurzio

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