Los fines de sexenio se canta que la guerra sucia estará peor que nunca. Los fines de sexenio los gobernantes se relajan y comienzan a hacer chistes porque ya soltaron, o comienzan a delirar porque no han soltado. Los fines de sexenio las fuentes o los gobernantes le suben el tono, le dan la vuelta, le abren a la llave, para lanzar bombas desequilibrantes o bombas de humo distractoras. Los fines de sexenio son abrumadores y son el resumen de la fiesta. Muchas cosas se logran esconder, pero otras tantas salen a la luz. Rebasar por la derecha, colocar trampas y soltar mentiras o datos incorrectos es el pan de cada día. Sí, todos los fines de sexenio, sin embargo, en este se respira algo distinto. La exacerbación de todo lo que ya es negativo. Las noticias falsas, el incumplimiento de la ley electoral y los ataques desleales en su máxima expresión. Pero peor aún, sobre un territorio cada vez más violento. En el que cualquier día matan a un o a una candidata a lo que sea. En el que no habrá voto libre en muchos de sus municipios. Y peor aún, sobre una clase política cada vez más violenta. México no solo es víctima de la guerra contra el narco y la corrupción y la impunidad entrelazadas con ella, sino también víctima de una clase política cada vez más devaluada.

Hay muchos ejemplos de ello, muchos funcionarios que han bajado la barra, pero es cierto que el presidente marca la pauta, o que figuras tan fuertes como la del actual marcan la pauta. Andrés Manuel López Obrador, entre su legado está dejando una manera más burda, sino es que deplorable, de diálogo y comunicación. El presidente que no escucha, el que no considera que haya quien no está de acuerdo con él, el que ya no es empático, el que se burla con niveles preocupantes de prepotencia, el que tanto miente, el que no comete errores, el que se atreve a revelar el teléfono privado de una periodista, poniendo en riesgo su vida. Solo porque puede, solo porque se le da la gana. Porque su moral está sobre la ley de protección de datos personales. Porque delira y no ha soltado. Ha pasado todos los límites de la ética, dejándose corto hasta a él mismo, quien durante todo el sexenio ha amedrentado a periodistas y líderes de opinión, soltando nombres desde Palacio Nacional y con todo el poder que su puesto le confiere. Y entre más se le cuestiona, más delira.

El presidente marcó la pauta para liberar teléfonos privados. La sociedad reaccionó. El presidente puso el ejemplo. Dio el permiso. Ahí y así puso la barra. A la próxima presidenta de México le toca levantarla. Esperamos que eso quiera.

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