La paz y la seguridad internacionales, el desarrollo sostenible y la protección de los derechos humanos, constituyen los tres pilares fundamentales de la Organización de las Naciones Unidas. Las operaciones para el mantenimiento de la paz datan de 1948 y, desde entonces, han acumulado una enorme experiencia, resultado de sus aciertos y de sus errores. Podríamos decir que han madurado en función de sus éxitos y de sus fracasos. Son, asimismo, el mejor instrumento del que disponemos para lograr una paz duradera en el mundo.

Con los años, los operativos de paz de la ONU incorporaron un enfoque cada vez más preventivo, orientado sobre todo a proteger a la población, a garantizar los derechos de las personas y a colaborar con la sociedad en la búsqueda de las soluciones. Han evolucionado pues, de ser un modelo rígido, exclusivamente militar, a constituir un instrumento valioso del multilateralismo moderno, en el que se entremezclan, entre otros: la diplomacia, la tecnología, la voluntad política, el derecho internacional y el uso legítimo de la fuerza, cuando no queda otra posible vía. Representan, sobre todo, la última esperanza para muchas regiones en conflicto.

Los operativos de paz empiezan por tratar de entender y atender las causas estructurales de los conflictos. En ello radica el nuevo enfoque. Lograr un alto al fuego por la vía de la razón y la justicia. Claro está que sin paz no hay desarrollo posible y, sin desarrollo, es poco probable reducir la desigualdad. Si no se reduce la desigualdad no puede haber justicia. De ahí la complejidad de los operativos de paz modernos. No se trata solo de ejercer atribuciones coercitivas, que terminan en algunos casos siendo necesarias, sino de construir una paz duradera: poner toda la inteligencia disponible –en el sentido más amplio– para el mantenimiento de la paz.

En las operaciones de paz modernas participan mujeres y hombres, militares y civiles de diversos países. Capacitados con rigor, lo mismo en aspectos éticos que tácticos, son adiestrados tanto para el trabajo en equipo como para la reacción rápida. Se intercambian experiencias, se aprende simultáneamente en el aula y en escenarios simulados. Después se pasa al terreno de la vida real. Ahí, donde hay conflicto. Primero como observadores, bajo una supervisión rigurosa. El objetivo es siempre el mismo: procurar la paz protegiendo a la población y colaborar con la sociedad respetando sus derechos. Menuda tarea.

La participación de civiles y, sobre todo de mujeres, se ha vuelto fundamental. La evidencia es contundente: en los operativos en los que participan mujeres, la paz se alcanza más rápido y dura más tiempo. Su mando es más efectivo y su relación con la sociedad es más tersa. Generan más confianza. Una agenda propuesta por la ONU hace 20 años, “Mujer, Paz y Seguridad” tiene hoy más vigencia que nunca, y forma ya parte indisoluble de los operativos de paz.

México fue uno de los 51 países que fundaron la ONU hace 75 años. Es importante reiterar que existe una afinidad estimable entre varios de los preceptos fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas y los principios constitucionales de nuestra política exterior. Destacan la solución pacífica de los conflictos y la igualdad soberana de los Estados, su derecho a la autodeterminación. No es casual entonces que, recientemente, nuestro país haya refrendado su compromiso con los operativos de paz y se haya fortalecido el centro de entrenamiento conjunto para esos mismos fines.

A México le urge pacificarse. Es mucho lo que podemos aprender participando en operativos de paz que se realizan en otros lados. Nos dará la oportunidad de fortalecer nuestros propios operativos. Es cierto que el esfuerzo lo encabezan las fuerzas armadas, pero también habrán de participar policías y organizaciones civiles, lo cual es positivo. Confío en que también lo harán muchas mujeres. Cada vez más. Mejor capacitación y mayor intercambio de experiencias con otros países, será benéfico. No tengo duda. Se trata de apoyar y de aprender simultáneamente, de participar y de perfeccionar nuestras operaciones y nuestra inteligencia para mantener la paz. Es un gran reto pero también un gran incentivo.

He tenido la oportunidad de platicar con algunas de las personas que ya han participado en operativos de esta naturaleza. Su perspectiva es refrescante. La experiencia vivida —coinciden— ha sido muy aleccionadora. Encuentro en ellas un genuino deseo de compartir lo aprendido y un dejo de optimismo que viene muy bien. Sobre todo en estos tiempos. Nuestras fuerzas armadas merecen eso y más. Capacitarse lo mejor posible y mostrarse ante el mundo con su compromiso con la paz y su solidaridad internacional. Integrarse plenamente a los proyectos multilaterales de nuestro país, les da orgullo y genera aliento. La paz y la seguridad son prioridades de nuestra política interna y de nuestra política internacional. Quienes contribuyan a ello son bienvenidos.

Si construir la paz en una región con conflictos violentos es una tarea ardua, sostenerla lo es aún más. Recientemente tuve oportunidad de conversar con Mark Durkam, artífice de la negociación para la paz en Irlanda. Fue un proceso lento y oneroso, me comentó. El cese al fuego, que costó mucho, fue sólo el principio. Requirió de paciencia y buena política. Vamos, tomó décadas. Lo mismo está ocurriendo en Colombia, donde se avanza bien, pero tomará todavía algunos años más. El saldo es positivo. Enhorabuena. Ahí la participación de la ONU ha sido ante todo política, con algunos observadores militares. La misión la encabeza Carlos Ruiz Massieu, un diplomático mexicano enviado por el secretario general, António Guterres. Lo ha hecho muy bien. Le tienen alta estima.

En suma: la experiencia muestra que el único embate realmente efectivo para una paz sostenible es la ofensiva social de un estado democrático. El apoyo internacional también suele ser importante. Algunos instrumentos de la justicia transicional (la reparación del daño, por ejemplo), pueden jugar un papel interesante. Pero la clave son los programas sociales. Son estos los que pueden corregir, precisamente, las causas estructurales que causaron el conflicto. Un operativo para la paz bien concebido, los debe tener siempre presentes: salud, educación, vivienda, trabajo, transporte, cultura, deporte y, por supuesto, justicia, por mencionar algunos. Con esa perspectiva es fácil entender por qué la pacificación de una región toma tanto tiempo.

Los operativos para la paz de la ONU son un instrumento formidable porque conllevan toda una filosofía distinta para aproximarse a los conflictos violentos y buscar sus posibles soluciones, con una perspectiva de protección de los más vulnerables, sean niños, mujeres, migrantes o refugiados. Pero la pacificación como tal, la paz sostenible, es responsabilidad de todos. Todos debemos ayudar al Estado en esta delicada tarea que, por sus implicaciones, es forzosamente prioritaria. Y ahí hay un gran lugar para las iglesias, los empresarios y las organizaciones sociales. Criticar la ineficiencia del Estado no basta. ¿Cuál es su compromiso? La paz no tiene dueño. La paz debe convocar, no dividir. La indiferencia, la falta de solidaridad es una forma de revictimizar a las víctimas y de abonar a un sistema de vida que perdió el sentido de comunidad.

Pienso que todos tenemos algo que aprender de estos operativos para la paz. La violencia, vista como una enfermedad social, conlleva elementos que son comunes, más allá de sus causas diversas y sus contextos disímbolos. Siempre será mejor compartir que aislare. Es preferible colaborar que disimular. Tal, es el sentido del multilateralismo. La mejor manera de defenderlo, más allá de los discursos, es en los hechos. Hay que reconocer los vínculos entre la paz y la seguridad, los derechos humanos y el desarrollo sostenible, y actuar en consecuencia. Frente a los problemas compartidos, lo mejor es identificar las oportunidades comunes. Los operativos para la paz son una de ellas.

Embajador de México ante la ONU

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