Con motivo del Día Internacional de la Educación, escuché al Director General Adjunto de la UNESCO, Xing Qu, afirmar sin titubeos, que la educación atravesaba por una crisis global, y junto con ella, el aprendizaje y el magisterio.

Sus argumentos, bien estructurados, se sustentaron en algunas cifras contundentes que ofrecieron tanto él como otros ponentes, en un panel organizado recientemente por el presidente de la Asamblea General de la ONU, el nigeriano Tijani Mohammad-Bande: 670 millones de adultos en el mundo no saben leer ni ecribir, y otros 258 millones de niños (entre los 6 y los 17 años) no estarán escolarizados en 2030, cuando el compromiso con la Agenda de la ONU fue que todos lo estuvieran. La meta es ya casi inalcanzable. Se estima que hacen falta 69 millones de maestros y la infraestructura existente requiere de una inversión aproximada de 39 mil millones de dólares para estar al día en cobertura y calidad. Se calcula que son más de 600 millones de niños y de jóvenes los que, aún cuando van a la escuela, no aprenden.

La educación debe ser el motor mismo del cambio mundial. Sin educación no puede haber progreso ni bienestar. El capital productivo no crecerá sin el capital social, y éste no aumentará sin el capital educativo, sin un proyecto generador de profesionales, técnicos, científicos, artísticos y humanísticos que sepan promover la riqueza con justicia y el bienestar con libertad, como habría dicho Carlos Fuentes.

La educación es un derecho humano fundamental, esencial para poder ejercitar todos los demás derechos. A través de la educación se construye una mejor ciudadanía: ciudadanos autónomos, críticos, agentes sociales del cambio que conduzca a una convivencia armónica. La educación es el mecanismo idóneo para la inclusión, la movilidad social y el desarrollo sostenible.

Es lamentable que, aún cuando existen los instrumentos técnicos para aprovechar cabalmente el mayor acervo de conocimientos que se haya tenido jamás, este siga siendo accesible solo para algunos, los privilegiados. “Garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos” no es solamente el 4º objetivo de la Agenda 2030, sino un principio de elemental justicia que representa, en mi opinión, el principal compromiso para no dejar a nadie atrás

Preocupa, sí, el rezago en el que se encuentran aún algunos sistemas educativos, pero al mismo tiempo alienta constatar el esfuerzo que hacen muchos países por ampliar su cobertura, mejorar su calidad, incursionar en la innovación y prepararse mejor para afrontar los cambios ineludibles que se avecinan. Si habremos de lograr una educación incluyente y equitativa, tenemos que sentar en las primeras filas de las aulas a las niñas y a los niños históricamente marginados –los de los pueblos originarios, por ejemplo–, cuyas vidas se verían genuinamente transformadas por la educación. Tenemos diez años y 258 millones de prioridades que atender. Si no dejamos a ningún alumno atrás, a ninguna niña o niño sin educación, estaremos en tiempo para que esta década de acción sea también la década de la educación a favor del desarrollo sostenible para todos.

Hace no mucho, México firmó un Memorándum de Entendimiento con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. El objetivo fue conjuntar esfuerzos e intercambiar experiencias de cooperación técnica, que fortalecieran la función social de la educación y su papel para alcanzar el bienestar con una perspectiva cultural integral. Educación que no conduzca al bienestar no es educación de calidad. El anhelo legítimo es el de una educación con equidad en el acceso y con calidad en el proceso, es decir, en los contenidos y métodos pedagógicos, partiendo del principio que la educación es un derecho esencial y no un privilegio. Una educación para el ejercicio responsable de la libertad, en la que la ética y no el afán de lucro, sea el hilo conductor de todo el proceso formativo.

La educación que se sustenta en valores estimula la creatividad, propicia la tolerancia y fortalece la democracia. Su aliada natural es la ciencia, la que puede ser el gran motor del desarrollo y la que, a través de la innovación, genere mejores posibilidades de vida en lo individual y lo colectivo, aún frente a entornos económicos o políticos desfavorables.

México prepara para este año, en la Asamblea General de la ONU, una resolución sobre la protección de las niñas y los niños contra el acoso. El combate frontal a la violencia, al hostigamiento y cualquier forma de bullying escolar es parte del reclamo por un proyecto integral, que incluya la atención focal a los entornos educativos. Porque no sólo se trata de fomentar programas educativos que sean inclusivos y respetuosos de las diferencias. De poco sirve un modelo educativo con contenidos ético-cívicos, con conciencia global, si no aseguramos que se lleve a cabo en un entorno seguro.

También es pertinente recordar que nuestro país, junto con Francia y Marruecos, presentó una iniciativa ante la UNESCO, que fue adoptada por todos sus Estados Miembros, para declarar el primer jueves de noviembre, como el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso en la Escuela, que incluye un tema emergente de gran complejidad: el ciberacoso, cuyas consecuencias, me temo, serán aún más graves de las que ya anticipamos.

Con estas iniciativas se deja constancia de los compromisos que México asume y del papel que juega el multilateralismo. para que los Objetivos del Desarrollo Sostenible aterricen, efectiva y afectivamente, en cada aula. Sólo así, las niñas, niños y jóvenes podrán ser las y los ciudadanos que las circunstancias exigen: con una conciencia global sustentada en principios que estimulen el respeto mutuo y el valor por la vida. Sólo así, ellos podrán incidir en la sostenibilidad de sus comunidades y de sus países.

Un tema de fundamental importancia es la atención que debe prestarse a las niñas y las adolescentes durante su proceso educativo. El objetivo 5 de la Agenda 2030 es enfático. Hay que garantizar que todas las niñas –sin excepción– reciban, por lo menos, 12 años continuos de educación de calidad en un ambiente seguro y saludable. Con miedo no se puede aprender. Tampoco sin salud. Las inadmisibles cifras de los embarazos en la adolescencia, por ejemplo, son la expresión más contundente del fracaso del sistema educativo. Las adolescentes tienen tres veces más probabilidades de estar fuera del sistema educativo que los adolescentes. El panorama no puede ser más desigual. A nivel global, hay aproximadamente 130 millones de niñas que no están incorporadas a un sistema escolarizado.

El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, lo ha dicho claramente: el tema de la igualdad de género es un asunto de poder, pues desde ahí se gestan patrones de desigualdad que en otros ámbitos se reiteran y se legitiman, así que debemos empezar por atenderlo tempranamente en el sistema educativo. Me parece que hay una gran oportunidad, si formulamos con más precisión algunas políticas. Si asumimos cabalmente, por ejemplo, que la ciencia y la tecnología cada vez juegan un papel más fuerte en la economía y en el desarrollo de los países. Necesitaríamos entonces, más mujeres en la ciencia y en las áreas tecnológicas. Necesitamos más ingenieras, más tecnólogas. Creo que sería una forma de anticiparnos bien a un futuro en el cual, las manos que habrán de sacudir al sistema serán de mujeres. No me quedan dudas.

La educación es un derecho humano y una herramienta esencial para alcanzar la igualdad, el desarrollo y la paz. La educación es lo único que, una vez que la tienes, no te la quita nadie.

Embajador de México ante la ONU

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