Lo que pasa en el país debe preocuparnos y mucho. La división que se ha generado en la sociedad es, probablemente, el más grave de los efectos de la actuación de políticos, partidos y gobernantes y, por supuesto, de las reacciones de múltiples sectores de la sociedad. Conviene tener presente que, en nuestra historia, cada vez que la sociedad se ha dividido, el país ha pagado las consecuencias. Es por esto que todos debemos contribuir a recuperar la armonía, a generar un ambiente diferente al que hoy nos acompaña. Es urgente que retomemos el camino de la concordia.

Para conseguirlo, debe existir la disposición para reconocer la realidad y, evidentemente, para terminar con la polarización. Reconocer la realidad, para tener la posibilidad de identificar los problemas que aquejan a nuestra población; para discutir las formas de solución más convenientes; para poner en marcha las medidas que nos permitan avanzar. Esto implica, antes que cualquier cosa, contar con la disposición para identificar lo que realmente sucede en el país, al igual que para discutir con amplitud la información y plantear con inteligencia los caminos para atender esos problemas.

No es posible, por ejemplo, que al hablar de la salud en el país, se pase por alto que las instituciones públicas viven uno de los momentos más complejos de su historia. Cómo ignorar los cientos de miles de fallecimientos que en estos últimos cuatro años se han registrado y que pudieron y debieron evitarse. No se deben pasar por alto la dolorosa realidad de la violencia y la inseguridad, de los más de 160 mil asesinados y de las veintenas de miles de desaparecidos. Cómo desconocer las fallas graves en educación o en la lucha contra la corrupción y la impunidad. Si desde el gobierno, su partido, su candidata y sus seguidores, esto no se reconoce con toda determinación, poco hay por hacer.

Sin embargo, tampoco es deseable que se ignoren los avances registrados en materia económica, en la lucha contra la pobreza o en la distribución de apoyos sociales a grupos de población que los requieren. Me parece un acto de mezquindad ignorar la valoración que la mayoría de la población hace de la tarea del presidente o pasar por alto el mérito de la comunicación que tiene el mandatario con su base social. Si esto no cambia, poco hay por hacer.

Por el contrario, si desde las dos perspectivas existe disposición para renovar los análisis, para establecer un debate razonado, para generar consensos y para tratarnos de forma diferente, es mucho lo que se puede mejorar. En todo caso, es necesario que esto pase pronto, antes de que todo se recrudezca a causa del proceso electoral que está a la vuelta de la esquina.

A México le urgen la reconciliación y el reencuentro de los diferentes en tareas comunes de servicio al conjunto de la población. Es verdad de Perogrullo, pero la mentira se combate con verdad y la división con unidad. La condición para que esto pase depende de todos los sectores, pero principalmente de quienes desarrollan una tarea política, del presidente y sus colaboradores, de los legisladores y los gobernantes estatales. También de los líderes políticos, culturales, sociales y económicos de nuestro país. Todos debemos ayudar a cambiar el ánimo prevaleciente y el curso de las cosas. Hoy todavía podemos conseguirlo. Más tarde será más complicado. Lo que no debe suceder es no intentarlo. Insisto en el argumento: urge reconocer la realidad y trabajar para evitar la fractura de nuestra sociedad.

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