AMLO y su fin de la historia. El mensaje presidencial más destacado de los primeros días del nuevo año, no sólo refrendó la voluntad de demolición —en su periodo constitucional de gobierno— de lo construido en décadas. También reiteró el propósito de clausura de toda posibilidad de rebrote del proyecto ahora sepultado en la misma fosa de un aeropuerto a la altura de las necesidades del país. Las reformas democrático-liberales del pasado desaparecerán y no reaparecerán aún en el caso de un regreso de los “conservadores” al poder, según proclama el Presidente. Para él, su llamada Cuarta Transformación parecería algo así como una culminación irrefutable, inconmovible de la historia de México.

¿Acaso estamos ante una réplica tropical de El fin de la historia y el último hombre, el polémico libro de 1992 de Francis Fukuyama? Allí éste anunció el final de las luchas ideológicas como motores de la historia. En su lugar veía la expansión de una entonces victoriosa democracia liberal, valorada en el libro como la única opción viable tras la caída del Muro de Berlín y la derrota del sistema soviético. Pero apenas 30 años después, anatemizada como neoliberal, aquella democracia liberal aparece con frecuencia condenada por sus desvíos, crisis y exclusiones, capitalizados por diversas formas de populismos autoritarios.

Con independencia de la calidad de cada elaboración, el fallido optimismo teórico de Fukuyama en la inserción a perpetuidad de la democracia liberal en el mundo, y la pretensión autoritaria de AMLO de volver inmutables (e incorregibles) sus decisiones supremas, ambas se asemejan en su presunción de congelar el siempre imprevisible devenir histórico. Pero también se diferencian. Para el académico nacido en Chicago, desde su visión triunfalista de una democracia liberal gestionada por el mercado, garante de las libertades en un sistema representativo, descentralizador del poder y las decisiones públicas, las ideologías habrían sido remplazadas por la economía (afirmación ésta que no oculta su propia carga ideológica). Mientras, para el político nacido en Macuspana, es la economía la que quizás debe ser reemplazada por las pulsiones y los estereotipos ideológicos del régimen, presentados como síntesis y cumbre de lo mejor de la historia patria: un propulsor ideológico para un viaje de regreso al control de todo lo que se mueva, por una renovada concentración absolutista de los poderes del Estado en el Presidente.

El fin de la normalidad. Con dedicatoria a otro fenómeno socavador de la democracia liberal, la autora de “La muerte de la verdad: notas sobre la mentira en la era de Trump (The Death of Truth: Notes on Falsehood in the Age of Trump), Michiko Kakutani, resume en el NY Times la década de 2010 con el título de “El fin de lo normal”. Y, en efecto, entre otras “anormalidades” de la década están los gobiernos de Trump y de AMLO. Nuestro Presidente asumió, en efecto, su triunfo electoral como licencia o mandato para cambiar desde la raíz el entramado normativo e institucional del país, incluyendo el que propició su llegada al poder. Y nada más estimulante para romper el pacto de convivencia democrática de una nación que convertir una sucesión normal de gobierno en las urnas, en un cambio de régimen y de reglas para el ejercicio y la renovación de los poderes.

¿Alternancia de regímenes? Más allá de su repetida promesa de no buscar la reelección, un cambio de régimen como el pugnado por el presidente López Obrador lleva consigo la pretensión de un cambio de época, lo que a su vez implica un periodo mayor que el constitucional. Pero sobre el voluntarismo de la perpetuidad de su legado, se abre ahora la puerta a una dinámica incesante de incertidumbre si cada elección se traduce en un cambio de régimen para abolir al anterior.

Profesor de Derecho de la Información,
UNAM

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