93% de la votación efectiva es sin duda un triunfo aplastante, pero en parte porque enfrente no había nadie, más que un millón de disidentes que creyeron posible la revocación con carácter vinculatorio. He comparado este proceso como un round boxístico de sombra o un partido de futbol en que solo se presenta un equipo, y el otro empieza a meter goles en la portería del equipo ausente, para salir después a celebrar la goliza que le puso a su rival.

El voto en contra de AMLO fue apenas de 7%, pero por inasistencia de la mayoría de los disidentes. Algunas personas de Frena con las que hablé, me aseguraban que desde luego el domingo 10 AMLO quedaría revocado de su cargo, pues calculaban que los resultados de la elección federal del año pasado se trasladarían en automático a este ejercicio revocatorio (en realidad refrendatorio): es decir, 53% de participación (lo que lo haría vinculante), 52% del voto efectivo para el conjunto de la oposición frente a 48% del voto para el bloque morenista . Les dije que sonaba bien, pero que este tipo de ejercicio nuevo no tenía nada que ver con la elección federal para diputados. Y que las razones de que tantos críticos y disidentes (además de la oposición formal) se negaran a participar, respondía a que la figura había sido ya desfigurada por el propio presidente y su partido, manipulándola para convertirla en un instrumento de propaganda presidencial y para golpear al INE.

Por otro lado, el gobierno y su partido incurrieron en numerosas faltas y delitos, acarreos, presiones y la participación directa del presidente, secretarios y gobernadores, en desacato a la ley que ellos mismos aprobaron. Además, el uso de recursos públicos que constituyen un delito electoral (que desde este gobierno tienen carácter de grave), pero que no serán sancionados pues el Fiscal Electoral pertenece a Morena. Había también otras razones de muchos descontentos con AMLO para no participar; la incertidumbre política que podría generarse en caso de proceder en efecto la revocación; AMLO no aceptaría el resultado, y de hacerlo habría cierto vacío de poder en lo que el Congreso se pusiera de acuerdo. Lo cual no es automático dada su fragmentación en tribus de Morena más las bancadas opositoras. La figura está mal diseñada desde que permite que “democráticamente” los ciudadanos remuevan a un presidente, pero no los faculta para elegir a su sustituto. Vaya democracia “participativa” a medias. Si hemos de conservar este instrumento, habría que darle una buena pulida legal.

Pero también se sabía de antemano que el refrendo serviría al presidente para continuar su acoso al INE , órgano al que no soporta precisamente por tener la autonomía suficiente como para no complacerlo en todo lo quiere (como poner como candidato a gobernador a un violador que rompió la legalidad electoral). AMLO está empeñado desde el principio en controlar toda institución autónoma porque le estorban; lo ha logrado ya con algunas, pero falta el INE y el Tribunal. Va por ellos.

A la oposición y a la ciudadanía que confía en el INE (la gran mayoría, según todas las encuestas) le toca ahora participar y movilizarse para defender a esa institución. AMLO buscará controlar a ambos árbitros para garantizar el triunfo de Morena en 2024, “haiga sido como haiga sido”. Y ya vimos su absoluto desprecio por la ley y el recurso a las viejas prácticas priistas que tanto condenaba desde la oposición –acarreo, compra de voto, clientelismo, presión– y ahora revive de forma descarada. Es que, insisto, Morena es el viejo PRI vestido de guinda, y conforme pasa el tiempo, eso va quedando más claro. Lo que vimos el domingo fue una consulta de Estado, como las de antes. Y la de 2024 corre el riesgo de serlo también.


Analista político. @JACrespo1

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