Carta al Secretario de la ONU,
António Guterres.
Leí atentamente su mensaje a la comunidad internacional para resolver este nuevo desafío mundial que pone en peligro a la humanidad entera, invocando la solidaridad, cohesión y cooperación internacional.
Su mensaje es oportuno y representa la esperanza, aliento y estímulo para encontrar el camino y solución a este grave reto que no es el primero, está inspirado en los propósitos más nobles de las Naciones Unidas para resolver este nuevo flagelo que, como espada de Damocles, pende sobre la humanidad entera, espantada y con miedo.
Este nuevo enemigo está en todas partes, lo mismo azota a países desarrollados como a pobres. Su propuesta de conjunto se inspira en la generosidad humana y cooperación internacional, para mitigar el impacto negativo a millones de seres y efectos perniciosos a la vida y la economía mundial.
Sin recurrir a hipérboles o visiones apocalípticas, este enemigo no respeta fronteras, requiere de un liderazgo internacional, que inspire una convocatoria en este momento para aliviar el dolor humano. El líder actual sin duda son las Naciones Unidas, impulsando un fondo financiero para programas de apoyo humanitario, especialmente para los países más pobres de la tierra que serán los más golpeados, sufrirán sin duda los estragos del hambre, muerte y desesperación.
La crisis actual no es financiera, lo que sobra es dinero, la economía mundial está polarizada, unos cuantos países y empresas multinacionales acaparan la renta mundial. Este fenómeno de dimensiones todavía insospechadas requiere naturalmente “de las Naciones Unidas”, con responsabilidad compartida y solidaria internacional, aplicando el artículo primero de la Carta de la ONU, fracción 3 “realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario y las libertades humanas”.
El siglo pasado fue escenario de dos guerras encarnizadas, también de una pandemia, tal vez la más grande, la gripe española. Estas dos calamidades fueron vencidas por el espíritu generoso de la comunidad internacional organizada.
El deber de la comunidad internacional hoy es olvidar el egoísmo. El sálvese quien pueda. El aislacionismo. Se requieren acciones rápidas, de conjunto, decisivas, sin titubeo de los líderes mundiales, apoyo financiero y tecnológico a las naciones más pobres, que han padecido siglos de injusticia y de una enfermedad incurable: la pobreza, que no tiene vacuna.
Con fe en la ONU nace una esperanza basada en las siguientes sugerencias: 1) Silenciar las armas, suspender los conflictos bélicos, 2) Destinar recursos económicos para derrotar al Covid-19. 3) Un nuevo pacto social para la seguridad humana, 4) Diferir el servicio de la deuda externa a países pobres, 5) Programa internacional para asistencia al desarrollo, 6) Salvar el bien supremo: la vida, 7) Impulso de un programa de seguridad alimentaria, 8) Programa mundial de medicamentos, 9) Suspender los conflictos actuales: en Camerún, República Centro Africana, Colombia, Libia, Birmania, Sudan, Siria, Yemen, Ucrania.
Este es el mejor momento para convocar a una comisión mundial integrada por los premios nobel de la paz, ciencia y la tecnología, a fin de consolidar programas para conjurar los conflictos armados.
Para impulsar programas de educación para la paz e iniciar una odisea contra la violencia, la barbarie, la destrucción mutua. Esta hora debe ser de la paz y la seguridad internacionales: es decir el desarrollo y la justicia social.
Epílogo: Y que más nunca, cunda el rumor de la discordia en la humanidad.
Director general del Centro
de Estudios Económicos y Sociales
del Tercer Mundo