Como resultado de heridas históricas e intereses políticos cambiantes, siempre ha habido una brecha entre la retórica del gobierno mexicano en turno y la realidad de la relación con Estados Unidos. Durante la época de oro del priismo, la defensa de la revolución cubana y el activismo en el Movimiento de los No Alineados fueron clave para que los subsecuentes gobiernos fueran percibidos como independientes de su vecino del norte. Pero, más allá de los reflectores, EU toleraba la supuesta rebeldía mexicana solo a cambio de que no se cruzaran ciertas líneas rojas y de que México colaborara con la superpotencia en cuestiones de verdadera importancia, lo que siempre hizo. Un juego de espejos útil en ambos lados de la frontera.

El fin de la Guerra Fría, la creciente integración entre ambos países, el TLC y luego la alternancia contribuyeron a reducir la brecha, en tanto que la sociedad mexicana comenzó a valorar más positivamente la vecindad con EU y el antiamericanismo perdió tracción y utilidad política. En la medida en que México comenzó a reconocer que sus intereses coincidían más con los de EU y Occidente que con los de aliados del pasado, la colaboración con subsecuentes administraciones estadounidenses en distintos temas bilaterales y multilaterales comenzó a fluir de manera natural. Consecuentemente, dejó de tener sentido recurrir al discurso de victimización nacionalista, “compensar la cercanía” o “mostrar independencia” con el apoyo a adversarios o enemigos de la gran potencia.

Durante el sexenio de López Obrador el péndulo ha ido de un extremo al otro. Tan pronto se hizo cargo del gobierno, el presidente abandonó por completo la crítica a Trump y en pocas semanas se plegó a sus deseos. Personajes muy parecidos, la atracción entre ellos fue casi inmediata. Lo que comenzó como actos de pragmatismo pronto se convirtió en una luna de miel. Todavía a la fecha lo halaga y lo defiende ante los procesos judiciales que enfrenta. El trato de López Obrador a Biden ha sido lo opuesto. Más de dos años de impertinencias, descortesías, coqueteos con rivales y enemigos, provocaciones y frecuentes desafíos, mientras se acumulan violaciones al T-MEC. Así, el presidente ha estirado tanto el manto de protección de la política de contención migratoria que ha llegado al punto de quiebre. La paciencia del gobierno estadounidense con López Obrador se agota. Los republicanos intuyen debilidad en ambos lados de la frontera y han elevado su apuesta con propuestas cada vez más extremas. Frustrada, la DEA infiltró al Cartel de Sinaloa y encontró un tesoro de evidencias. Acorralado, López Obrador respondió con tal ira que develó miedo.

¿Qué podemos esperar en los próximos 17 meses? Las presiones por parte de EU seguirán subiendo de tono, en la medida en que se acercan sus elecciones. En público, el presidente responderá avivando sus ataques a EU y machacará el discurso patriotero y de nacionalismo ramplón, tratando de explotar un antiamericanismo que nunca se fue del todo. En privado, continuará chantajeando a la administración Biden con la carta migratoria, pero al final, pese la tragedia de Juárez, continuará haciendo el trabajo sucio, literalmente. Y hará todo lo que la DEA exija porque sabe lo que se juega sobre todo en lo personal. Así, para octubre de 2024, la brecha entre la retórica y la realidad de la relación México-EU podría llegar a ser tan grande que ya no tengan nada en común.

Al mismo tiempo, las cosas no pintan bien en casa. La reciente ausencia del presidente fue una combinación de convalecencia, distractor y prueba de lealtad. López Obrador regresó rápido y muy furioso. Empoderado, pero también angustiado y desesperado, más consciente que nunca de que nada es para siempre. Habrá más de lo mismo, pero con esteroides y sin el menor rubor, como demuestra su autoritaria apropiación del Senado a través de Morena y sus aliados para demostrar quien está al mando. Consumido por su narcisismo y la desconfianza de los suyos, el presidente ha dejado en claro que la ley, las instituciones y la realidad le estorban y que no le importa dejar un legado envenenado a su sucesor(a). Se vienen meses muy difíciles para el país. ¿Resistirá?

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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