Frente al permanente accionar autoritario del gobierno de AMLO, es frecuente escuchar voces de líderes de opinión e intelectuales muy reconocidos que se preguntan: “¿Dónde está la oposición?” O, incluso, de quienes afirman que no hay oposición y que, según una buena cantidad de encuestas sobre preferencias electorales, será inevitable que, en los comicios del 2021, Morena gane la mayoría de las gubernaturas y mantenga la supremacía en la Cámara de Diputados, los congresos locales y las presidencias municipales.

Estas reflexiones se producen en el campo de quienes están convencidos de que el país transita en la ruta del deterioro económico, social y político; que nos estamos hundiendo en medio de la pandemia provocada por el Covid-19 acentuada por la irresponsabilidad del gobierno de la república al no asumir las necesarias medidas de emergencia tanto respecto a salud, como para salvar empleos y proteger los ingresos de millones de personas que pasaron a engrosar las filas de la pobreza y han quedado en el desamparo.

A la par, múltiples voces de la sociedad civil -organizada o no- han acentuado su exigencia de que “la oposición” se una, haga un frente común para frenar el deterioro y quitar a Morena (AMLO), la mayoría en la Cámara de Diputados.

Al final de cuentas, ambas vertientes -cada una con sus propias versiones y niveles de claridad- coinciden en sus preocupaciones, así como sobre sus reclamos respecto de una necesaria unidad opositora para evitar el triunfo de Morena y reorientar el rumbo del país.

La estrategia política de López Obrador es muy clara: Desacreditar a las oposiciones, descalificarlas con el mote de “conservadoras”, e interesadas en regresar al estatus de la corrupción y los privilegios para unos cuantos, exhibiéndolas en el circo mediático perverso montado alrededor de Lozoya; y todo con tal de desviar la atención de lo realmente importante:

Los más de 55 mil muertos causados por un mal manejo de la pandemia del Covid-19; 15 millones de desempleados; centenares de miles de empresas cerradas; nulo combate a la delincuencia y, en cambio, presuntos acuerdos con “El Chapo”; así como la protección de personajes corruptos como Manuel Bartlett, y la alianza con los poderosos que -hasta hace poco- satanizaba como “la mafia del poder”.

Si bien es cierto que, en su mayoría, las encuestas hablan de una probable victoria para el partido presidencial, también es correcto decir que esas pretendidas ventajas no se perciben como algo contundente cuando hablamos de que, cerca del 50 por ciento, (la mitad) de la población está en desacuerdo con lo que pasa en el país, en un momento donde aún no hay candidatos ni alianzas definidas, ni han empezado las campañas; en un escenario donde los partidos opositores y la sociedad aparecen desarticulados, divididos.

Además, no pocos liderazgos partidistas y sociales expresan el temor de que una posible unidad opositora facilitará el discurso pejista de “ahí están juntos los corruptos, los que no quieren el cambio, los que quieren regresar al régimen de privilegios”, con lo cual la narrativa presidencial cumpliría el objetivo de dividir a los opositores, como si mantener la división fuera a ayudar a detener su discurso agresivo y descalificador.

Por eso, cada día que pasa es más imperiosa la unidad, lo más amplia posible por parte de quienes compartimos preocupaciones sobre lo que hoy sucede en México y la necesidad urgente de evitar que continuemos deslizándonos en el tobogán del deterioro.

López Obrador redoblará sus ataques ante estos esfuerzos aliancistas, sean del tamaño y alcances que sean; pero es preferible enfrentar estos riesgos con sus respectivas consecuencias, que continuar en el afianzamiento del autoritarismo que amenaza con la reelección en el 2024.

Es hora de levantar la voz y unir voluntades sobre la base de un programa mínimo, un programa en defensa de los derechos, las libertades y de la república democrática como contenidos esenciales.

Google News

TEMAS RELACIONADOS