Vivimos un momento decisivo en la historia de la humanidad. Los dirigentes de países comienzan a implementar medidas para el gradual regreso a las actividades cotidianas, y así reactivar las economías del mundo. En nuestro país aún no es tiempo para dar ese paso y una gran interrogante surge: ¿Cuál es la lección que aprenderemos de esta pandemia?

Curiosamente, esta emergencia ocurre en medio de otra gran crisis a la que no le hemos dado atención necesaria, y cuyas secuelas pueden ser muchísimo más graves que las impuestas por el coronavirus. Me refiero a la crisis ambiental.

Los meses de confinamiento han dado un gran respiro al planeta, que necesitaba de manera urgente. Hoy se palpa menor contaminación, los sismólogos han registrado disminución del ruido sísmico ambiental, la vida silvestre ha hecho acto de presencia en grandes metrópolis, y los espectáculos naturales de los que no se tenía memoria han resurgido. La NASA también ha detectado desde el espacio la disminución de gases que contribuyen al cambio climático en la atmósfera.

En este contexto llega el quinto aniversario de la Encíclica Laudato Si’, uno de los documentos más contundentes para impulsar la responsabilidad ecológica; documento elaborado por el Papa Francisco y respaldado por numerosos miembros de la comunidad científica internacional. Hace unas semanas, ante una Plaza de San Pedro vacía, en El Vaticano, el Papa insistía que “fingimos estar sanos en un planeta enfermo”, y no era la primera vez que alertaba de la falta de salud en nuestro mundo.

Laudato Si’, a pesar de ser un documento emergido de la pluma del líder católico mundial, es un texto ataviado de tecnicismos científicos, en los que se denuncian las diversas formas de exclusión, de inequidad, destrucción, además de la desaparición de animales y plantas.

El Papa, inspirándose en un canto de San Francisco de Asís, denuncia en este texto firmado el 24 de mayo de 2015, los males sociales que hoy tienen al planeta en un jaque, al que los científicos le temen mucho más que el impuesto por el Covid-19, males como el egoísmo, el consumismo y el relativismo, que cunden desde las estructuras de poder —como empresarios y gobiernos— hasta el nivel individual, en donde nos roza más de cerca a todos.

Enfermo de gravedad, nuestro mundo ha vivido instantes de calma que desafortunadamente pudieran ser engañosos, pues ahora lo amenaza un regreso agresivo a las actividades, impulsado por economías que pretenden un uso mayor de energías fósiles para recuperar el terreno perdido durante la pandemia.

El planeta tiene las horas contadas —se ha repetido una y otra vez— si no hacemos algo radical para cambiar nuestra interacción con él. Urge abandonar la función de depredadores para tomar un rol de cuidadores, y así garantizar la vida y un futuro para la humanidad.

Las horas bajas propiciadas por el confinamiento deben motivarnos a la esperanza, pues a pesar de la tragedia por el número de enfermos, fallecidos y afectados, la pandemia también deja ver alternativas. “¿Continuaremos mirando hacia otro lado con el silencio de un cómplice frente a las guerras impulsadas por el deseo de dominación y poder?, ¿adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para detener la devastación del medio ambiente, o seguiremos negando la evidencia?”, ha cuestionado el Papa recientemente.

La lección del coronavirus está frente a nuestros ojos. Hoy podemos decir que, con un firme “quédate en casa” garantizaremos pronto el regreso a las calles. La vacuna a la crisis ambiental está al mismo alcance, en el trabajo colaborativo, la justicia, la solidaridad y la caridad.

Director de Comunicación de la Arquidiócesis Primada
de México. javier@arquidiocesismexico.org

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