El enigma puede adoptar la forma de la música, de la pintura, de la escultura, de la literatura, de mitologías populares, de la biología, de las matemáticas, de la arquitectura. Sir Edward Elgar compuso Variaciones Enigma y sugería, acaso como una trampa, que “el calificativo Enigma se justifica por el hecho de que es posible agregar otra frase, que es bastante familiar, sobre el tema original”. Como la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, Johannes Vermeer no ha dejado de deparar enigmas que en ocasiones han propiciado novelas y películas sin el encanto de ese género folletinesco que pueden importar eso que llaman “novelas de misterio”. Eliseo Diego descubría enigmas memorables en el polvo y el viento cotidianos y en las cosas simples.

“Los cuadros de Joy Laville no son simbólicos ni alegóricos ni realistas”, escribió Jorge Ibargüengoitia en Mujer pintando en cuarto azul, citado reiteradamente no sólo por certero, “son como una ventana a un mundo misteriosamente familiar; son enigmas que no es necesario resolver, pero que es interesante percibir¨.

Entre los enigmas que pueden advertirse en los cuadros de Joy Laville, el de la sencillez no parece el menos evidente; parecen simples y elementales. Recurre a colores que muchos pintores rehuyen; entre ellos, los que llaman “pastel”. Pueden creerse “planos”, sin matices. No se propone trazos espectaculares ni pinceladas marcadas; como escribió Ibargüengoitia: “es una pintura sin trucos, sin moda, sin doctrina”. Puede adivinarse que no carecía de la técnica y el oficio que algunos pretenden ostentar con virtuosismo, sino que se proponía hallar esa pintura elemental como el agua, el cielo y la arena; asombrosamente simple y luminosa.

Al detenerse en sus cuadros, lo cual puede volver a hacerse hasta el 29 de octubre en la exposición Joy Laville: El silencio y la eternidad con 37 obras nunca expuestas públicamente, en el Museo de Arte Moderno de Chapultepec, como una celebración de su centenario; al detenerse en esa quietud simple y luminosa, puede sospecharse que se oculta en ello también un enigma inquietante que no puede precisarse; acaso de algo que puede llegar a suceder.

Un sentido del humor sutil e íntimo conforma asimismo ese enigma. Se trata de una ironía sin evidencias implacables, que puede inferirse del nombre de un cuadro: Mujer in blue, en la referencia lúdica a un desnudo de Matisse, en la escultura de la mujer que reposa en una banca y en la de la gente en la playa, en el esbozo a tinta de militares para la portada de Los relámpagos de agosto, en las portadas que concibió para ediciones de muchos libros de Jorge Ibargüengoitia, a las que les confirió una identidad afectiva, en el cuadro Un grupo de gente viendo un avión, fechado en 1981, que no deja de resultar perturbador porque, se sabe, Ibargüengoitia, con quien convivió amorosamente mucho de su vida, murió en un accidente aeronáutico en tierra, en España, en 1983.

Casi no hay sombras en la pintura de Joy Laville, que no perseveró en la penumbra de algunos de sus primeros cuadros como el del retrato del gato Stanley. Entre esas pocas sombras se hallan la de un avión en el mar y la de un avión en la playa. “La sombra es el alma del hombre”, escribió Alberto Savinio en Nuestra enciclopedia y rememoraba que cuando hablaba de sombras con su amigo B. “bajó el sol, el cielo y la tierra confraternizaron en un gris común, y cuando buscamos en derredor nuestro la sombra de los árboles sobre la tierra, la sombra de las sillas, nuestra propia sombra, ya las sombras no estaban allí. Todos los objetos estaban desnudos, solitarios, verdaderos. El mundo había vuelto al estado anterior a la creación de la comedia mundana, es decir había vuelto a su sinceridad”.

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