Una de las razones que explican la emergencia de los primeros estados de bienestar en Europa Occidental es que las élites de esas naciones fueron capaces de desarrollar una conciencia social.

Antes que desinteresada generosidad, el hecho crítico es que a finales del siglo XIX esas élites se dieron cuenta de que —incluso para garantizar su propia supervivencia— era imperioso asumir responsabilidades para mejorar la vida de los más pobres.

Solo así, esa clase dirigente podría prevenir el contagio de enfermedades, evitar sublevaciones o alejarse de la violencia, al mismo tiempo que beneficiarse de la creación de un mercado de consumo doméstico más robusto.

Nuestras élites admiran al mundo desarrollado, pero están muy lejos de semejante visión. Buena parte de ellas han vivido desvergonzadamente despreocupadas ante la realidad que le rodea y todavía alimentan la fantasía de que lo que pueden vivir bien en una sociedad donde la mayoría vive tan mal.

Nuestros empresarios siguen pensando que puede haber empresas exitosas en sociedades fracasadas.

En parte esto se explica porque estas élites se han acostumbrado a vivir en una sociedad extremadamente desigual, y han terminado por ver eso como algo normal. Al mismo tiempo, han adoptado un estilo de vida demasiado alejado del resto de la población.

Es difícil sensibilizarse frente a la realidad social cuando se vive segregado, en cotos residenciales o barrios exclusivos. Cuando no se emplean los servicios públicos, ni el transporte público, ni la salud pública, ni la educación pública, ni la seguridad pública. Cuando todos se reduce al ámbito privado y no hay noción de lo público.

Esta es la idea que anima mi más reciente libro, “El Empresariado Inconsciente” (publicado en Debate), donde no solamente trato de explicar por qué la conciencia social es tan débil entre el empresariado mexicano, sino también la manera en que este sector se explica la pobreza y la desigualdad.

En esta investigación, que me llevó a entrevistar a 200 empresarios, encontré, por ejemplo, que uno de cada tres hombres de negocios en México sigue atribuyendo la pobreza a la falta de habilidad y talento de ciertas personas y solo 8% cree que esta se debe a que la riqueza está distribuida inadecuadamente.

Al tratar de explicar la pobreza, los empresarios recurren a argumentos del tipo “es que no tienen hambre de trascender”, “es que sus padres nunca les inculcaron deseos de superación”, “es que no están educados para ser emprendedores”.

De ahí que, por ejemplo, solo 4% de mis entrevistados consideren que es necesario invertir muchos más recursos a programas monetarios de transferencias, como los de este gobierno. Evidentemente, cuando las explicaciones sobre las causas de la pobreza no son las correctas, tampoco lo serán las soluciones.

Pero el gran problema viene cuando se trata de asumir responsabilidades. Cada vez es más común que las grandes empresas tengan programas de Responsabilidad Social Empresarial. Sin embargo, cuando les pregunté si estarían dispuestos a pagar más impuestos para hacer realidad una serie de políticas que incidan en la reducción de la pobreza , solo el 39% estuvo a favor.

Lo interesante —e inspirador— es que no todos los empresarios piensan igual. Grandes, pequeños y medianos tienen planteamientos y agendas distintas. Evitar las generalizaciones y no hablar de “los empresarios” como una categoría homogénea es fundamental. Aquí se puede descargar de forma gratuita el primer capítulo de este libro: www.hernangomez.com.mx


@HernanGomezB

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